La niñera y el presidente

Capítulo 1

Era un tres de octubre y Thalía Haretton se encontraba de espaldas a la puerta del orfanatorio que había sido su hogar por diezciocho años, con su maleta a un lado y con la vista al frente mirando con cierto desconcierto la enorme ciudad que se cernía a su alrededor.

Estaba nerviosa, solo un poco a decir verdad, pero eso no la amedrentaba, era una chica que jamás retrocedía ante nada ni nadie. 

Se volvió con lentitud hacia la puerta deseando grabar el recuerdo de lo que había sido su casa. Levantó la vista a las habitaciones del piso superior y vio a los niños pequeños mirando por la ventana y, con pesar, su partida. Lanzó un suspiro al verlos. Esos niños fueron sus hermanos y algunos hasta sus hijos dado la aguerrida forma de protegerlos. Le pesaba dejarlos, pero siempre supo que ese era su destino. Tenía unas enormes ganas de llorar, de saber que jamás volvería a dormir en la mullida cama, ni tendría que madrugar para alcanzar agua caliente y que tampoco jugaría con ellos. Sabía que tenían miedo, el miedo al que todos los huérfanos se enfrentaban: crecer. Entre más grandes menos probabilidad tenían de ser adoptados, justo como le pasó a ella, por eso mismo en ese momento debía abrirse camino en el mundo como un ciudadano más, sola, con unas cuantas recomendaciones y el poco dinero que daba la institución como ayuda.

Thalía no era como cualquier jovenzuela de su edad que soñaba en convertirse en una profesional y ganar mucho dinero, ella se conformaba con un trabajo honesto y un sueldo modesto, lo que realmente anhelaba con toda su alma era una familia, esa que le negaron desde que nació. Taly quería casarse con un buen hombre y tener muchos hijos, los suficientes para nunca sentirse sola, tal vez no todos la entendieran, pero no era necesario, estaba segura de lo que quería y como cada cosa que se había propuesto, lo iba a lograr.

Miró una última vez el lugar que la vio crecer y con un gesto de alegría se despidió de aquellos que fueron sus compañeros, emprendiendo el camino hacia donde el destino le tuviera deparado.

Caminó algunas cuadras desde el orfanatorio hasta la parada de los autobuses cada vez más nerviosa, pero también con las ganas de empezar algo nuevo y vivir una vida diferente; no es que se quejara pero la expectativa de vivir algo distinto, fuera de los muros del orfanato la hacían sentir ansiosa.

Abordó el autobús que la llevaría a la dirección que la madre superiora le había dado para instalarse unos días en lo que encontraba un trabajo y para no gastar los fondos que tenía reservado para sobrevivir un tiempo.

Miraba con asombro toda la ciudad, ahora la veía desde una nueva perspectiva, todo le parecía diferente y no iba a negar que estaba asustada, muy asustada, tanto que tenía ganas de llorar. 

La gente dentro del autobús parecía absorta en el celular, en alguna revista o solo estaban durmiendo, pero Taly veía todo con asombro y deleite. Era la primera vez que viajaría sin la compañía de las monjas del orfanato ni de sus compañeros.

La ansiedad se apoderaba de su cuerpo a cada milla que recorría el autobús, se preguntaba si sería capaz de sobrevivir por sí misma, pero a la vez buscaba alguna fuerza interior que sepultara sus deseos de volver. No era una opción. Tenía que seguir adelante, miles de huérfanos lo hicieron antes y ella lo sabía muy bien, no había manera de que volviera.

Su llegada a la terminal luego de veinte horas de viaje estuvo plagada de emociones contradictorias; por un lado tenía miedo, terror de enfrentarse al mundo sola y por otra se sentía con energías renovadas para salir y dar lo mejor de ella al mundo.

Se detuvo en medio de la acera sin saber a dónde dirigirse. Tenía la dirección escrita y no quedaba más que buscar un taxi. Le aterraba ver la enorme ciudad que se asomaba, pero necesitaba aprender a moverse y valerse por sí misma.

Esperaba paciente en la salida por un taxi mientras aferraba con fuerza su bolso y pequeña maleta. Había tanta gente que iba y venía que temía moverse.

Los taxis pasaban pero ninguno se detenía. Empezaba a enfadarse por lo que se movió unos pasos cuando vio a un chico sosteniendo una cartulina con su nombre.

Se dirigió hasta él no sin antes darle un vistazo de arriba a abajo por si era un ladrón o peor aún, un secuestrador.

—Buen día —dijo temerosa y lista para huir en cualquier momento—. Soy Thalía Haretton.

La sonrisa del chico no tan mayor a su edad le dio un poco más de confianza.

—Hola —respondió el joven, extendiendo la mano para presentarse—. Mi nombre es Antony pero puedes llamarme Tony. Soy hijo de Susan Mayer y me ha enviado por ti.

Taly sonrió ahora con más confianza y mayor seguridad.

—Le agradezco mucho, en realidad llevaba esperando mucho un taxi —canturreó jocosa y risueña—. Lo cierto es que empezaba a desesperarme.

—Sí, lo entiendo —aseguró moviendo la cabeza en afirmación—. Esta zona es muy concurrida pero bueno ya estoy aquí. —Tony se señaló a sí mismo y regaló a Taly una sonrisa enorme—. ¡Vamos! El auto está al otro lado.

Caminó a su lado arrastrando la pequeña maleta y aferrándose a su bolso como si de ello dependiera su vida

—Déjame ayudarte con eso. —Anthony alargó el brazo para tomar la maleta en sus manos y aligerar el peso para Taly—. La ciudad te encantará aunque ya falta poco para las fiestas de navidad y esto se pone un caos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.