La niñera y el presidente

Capítulo 3

Taly jamás esperó que el misterioso hombre de la noche anterior fuera su nuevo jefe. Le sonrió nerviosa,  no solo porque acababa de ver al heroe de la noche anterior, sino porque tenía que admitir que lucía más apuesto que antes si es que eso era posible y también porque recordó haberlo llamado viejo verde.

Lo observó con detenimiento, recreándose en cada parte de su cuerpo.

Lucien era un hombre increiblemente apuesto, algo viejo para ella, pensó, pero no acostumbraba a discriminar a la gente por su edad, se dijo.

Tenía los ojos más azules que había visto en su vida y el cabello tan oscuro que contrastaba con su asquerosamente hermosa piel blanca. 

Se atrevió a compararlo con uno de los tantos vampiros hipnóticos que había leído, esos que tenían la piel tan pálida que parecían maquillados, los labios tan rojos como la sangre, por supuesto que los tendrían rojos se dijo, ellos no tenían anemia, se alimentaban de sangre al fin al cabo.

Los ojos del hombre parecían luceros que la dejaban anclada a su lugar. Simplemente, Lucien parecía perfecto.

—¿Ya terminó su escrutinio? —preguntó el presidente desde su lugar y removiéndose incómodo—. Quizás podría preguntar algo en lugar de verme con tanto descaro y, seguro, buscando mi grasiento abdomen, mi ceboso trasero o tal vez quiera conocer el repertorio de obsenidades de este viejo rabo verde.

Taly se llevó la mano a la boca ante la ironía del hombre luego de recordar la sarta de tonterías que había dicho la noche anterior sobre él sin saberlo.

Pensó en lo divertido que debió ser para él escuchar su descripción.

Lucien sonrió para sus adentros al verla avergonzada, pero su victoria fue momentanea al ver que la chica no se había cubierto la boca por vergüenza, sino para esconder la carcajada que pugnaba por salir y que no estaba logrando contener… hasta que estalló.

Escucharla burlarse de él casi lo hizo perder la cordura, de no ser porque su risa era tan contagiosa, como el de una foca, tanto que se vio tentado a reírse y para evitarlo tuvo que darle la espalda.

La risa de la chica se escuchaba por todo el despacho, obligando a Lucien a recordar todas las palabras que dijo sobre él para mantenerse enfadado.

—Lo lamento —dijo la chica entre risas—. No le parece gracioso, ¿por qué no me lo dijo? No lo habría ofendido de saber que era el presidente o si quería que lo divirtiera, me habría esforzado.

Aquello fue demasiado para Lucien, quien no solo estaba enfadado, sino también contrariado e inseguro ante la presencia de la chica tan igualada que estaba frente a él. No tenía filtros ni normas sociales a seguir.

—Lamento la confusión, me dijeron que la contrataron, pero soy yo quien autoriza todo y quise verla personalmente, no deseo continuar con el contrato —añadió Lucien con tono atronador—. Mis hijos necesitan una niñera que pueda enérgica y pueda cuidarlos bien, no otra niña cuidándolos.

—No soy una niña —replicó Taly—. Además, he cuidado niños antes, estuve en un orfanato, ¿sabe cuántos niños manejé a la vez? Soy perfectamente capaz de hacer el trabajo.

—Lo lamento, mi respuesta es no, le darán un bono de compensación, pero no puede quedarse con la vacante —reafirmó el presidente y se puso de pie.

Taly comprendió entonces que había sido por sus acciones por lo que habían despedido al señor White.

—¿Lo ha echado por mi culpa, no es así? —inquirió entonces, poniéndose seria—. ¿Ha sido porque se ha sentido insultado?

—Señorita no vamos a continuar con esto. —Volvió a decir el presidente con la ira creciendo en su pecho hasta casi ahogarlo—. No está contratada, es mejor que se retire o pediré que la saquen.

—Así que es eso —aseguró ella con la vista sobre él y el ceño fruncido—. Bien pues vamos, dígalo, no se quede con las ganas. Sáquelo todo.

Lucien se quedó descolocado al oírla incitarlo a sabrá Dios qué.

—¿De qué diablos habla? —inquirió con esa voz que siempre hacía retroceder a sus contrincantes, pero que parecía no surtir efecto alguno en la muchacha—. No estoy para bromas ni jueguitos. La quiero fuera, ¡ya!

Taly se le acercó curiosa, no estaba segura si temerle o no, pero le daba la impresión de que en el fondo, muy en el fondo, era solo una masa de gritos y nada más.

Se acercó cada vez más hasta estar a un palmo de su rostro. Lucien se vio obligado a no retroceder porque en el fondo la muchacha lo ponía nervioso.

Lo observó a fondo y con ojos entrecerrados mientras él hacía un esfuerzo hercúleo por no moverse y mostrar debilidad.

—¿Estás enfermo? —dijo al final confundiéndolo aún más—. ¿Y si no, por qué fue el tono de ogro? ¿Es eso lo mejor que tiene? Estoy dándote la oportunidad de desquitarte, regrésame los insultos, ¡vamos! Siempre que le devuelva su puesto al señor White y el mío por supuesto.

—Faltaba más —respondió con sarcasmo—. ¿Quiere la mejor habitación también y el desayuno en la cama?

—Estaría estupendo pero será a partir de mañana porque hoy ya desayuné —declaró sobándose el estómago y haciendo que Lucien rodara los ojos y alzara las manos al cielo pidiendo ayuda—. Estoy esperando señor presidente, vamos. Abuse de su poder, Lucien.




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