Taly despertó luego haber pasado una horrible noche, llorando hasta quedarse dormida. Se dijo que se lo tenía merecida por estúpida, por confiar en el primero que le hablaba bonito y que desde luego, no debía volver a caer en sus redes.
Era demasiado noble para odiar, pero eso no significaba que no fuera humana, sentía rencor, enfado.
Desde luego también sentía un insano deseo de cobrarse la afrenta, sin importar nada, algo dentro de ella le instaba a querer desquitarse.
—Maldito mentiroso —dijo mientras se colocaba el listón en el cabello y se ponía su uniforme, aun cuando le indicaron que no debía llevarlo—. Total, si me despiden me lo tengo merecido, por confiada, por tonta y solo espero que consigan una niñera pronto, no quiero quedarme aquí.
Sus ojos lucían inflamados y llorosos, así que al terminar corrió a la cocina y sacó un par de cubos de hielo para colocárselos encima antes de ir a despertar a los niños y tenerlos listos para el colegio.
Fue así como Tiffany la encontró.
—Señorita Harreton, ¿qué hace? —cuestionó al verla con dos cubos de hielo en los ojos. Lanzó un jadeo al verla quitarse los cubos y notar que sus ojos estaban completamente inflamados—. ¡Por Jesucristo, ¿qué le pasó!?
—Nada, no pude dormir —mintió y Tiffany mantuvo la boca abierta unos segundos—. Voy a ver a los niños, espero que todo esté bien para usted en este día.
Se alejó rápidamente y fue por sus pupilos, a quienes tuvo que despertar y mantener listos para irse al colegio.
Entretanto, Lucien se levantó de la cama y vio sobre la almohada el pequeño listón color azul que la noche anterior Taly llevaba en su cabello. Recordó lo que había pasado entre ellos y cómo había terminado todo, pensó entonces en que debía disculparse con ella por la forma en que la trató.
—No debí ser tan grosero y mucho menos decir la clase de cosas que dije —musitó para sí mismo y dio un suspiro cansado.
No había dormido nada en la noche, pensó en levantarse e ir por ella, pero le pareció ridículo y no lo hizo, en cambio estaba ahí en ese momento pensando en cómo resolver su tontería. Pensó que nunca debió acostarse con ella y dejarse llevar por la calentura, pero lo cierto era que no midió sus acciones y había saltado la regla más importante para él: no relacionarse con sus empleadas.
Salió de su habitación para empezar su día y al hacerlo se encontró con su jefe de gabinete, el nuevo, quien le dijo que el embajador Franklin le esperaba en su despacho; sin embargo, se detuvo al ver a Taly con su uniforme y despidiendo a sus hijos mientras estos estaban abordando el coche que los llevaría.
Se apresuró a ir a la entrada y saludó a sus hijos con frialdad antes de girarse hacia la joven.
—Creo que le habíamos dicho que no usara su uniforme —musitó sin dejar de ver al frente.
—No tengo ropa para usar todos los días —replicó Taly.
—Morgan te llevaría a comprar. —La tuteó para tratar de abordar el tema—. No es necesario…
—No gracias, voy a irme en unos días, espero que le haya dicho a la señorita Morgan que comience la búsqueda de mi reemplazo —interrumpió la joven sin girarse a verle—. Por favor, espero que a fin de semana, ya haya conseguido una nueva niñera.
—Lucien —dijo una voz masculina que hizo que se girara.
El embajador Rupert Franklin, un joven talento político que le agradaba a Lucien, apareció y se acercó a ellos, viró la vista hacia Taly y le dio una sonrisa antes de que ella se despidiera, pero Rupert la detuvo y la miró a detalle.
—Usted es la señorita Haretton —dijo y la joven le observó con atención antes de asentir y darle una sonrisa tímida. El hombre le devolvió el gesto y Lucien miró de uno a otro sin entender—. Debo decir que luce más bella de lo que parece en televisión. Ver a una mujer tan vivaracha siempre es un placer para un caballero. Espero no incomodarle. —Ella negó y sonrió mientras Lucien abría la boca al verla sonreír de oreja a oreja—. Me alegra conocerla en persona y espero poder ser su amigo.
Lucien carraspeó para llamar la atención de ambos y Franklin se giró a verle.
—¿Por qué no vas a mi oficina, enseguida te atiendo? —dijo el presidente con un tono que dejó claro que no era una petición.
El embajador asintió y se retiró para seguir a uno de los guardias del presidente. Taly, por su parte, se alejó para ir a hacer sus deberes, pero Lucien la tomó del brazo para detenerla.
—¿Podemos vernos esta noche? —inquirió para intentar hablar con ella—. Me gustaría…
—No, no podemos vernos —interrumpió Taly y se giró para encararlo—. No quiero ni pretendo hablar con usted porque no me interesa y anoche dejó muy claro lo que quiere que pase o lo que espera que pase. Yo soy una chica acostumbrada a las normas y si me dicen que no me acerque, no lo hago.
—Sí, yo… yo en realidad esperaba…
—No me interesa lo que espere. —Volvió a interrumpir—. Como dije, soy una persona acostumbrada a seguir reglas, pero también estoy acostumbrada a alejar aquellas cosas que me hacen daño o me hacen sentir mal. Los huérfanos y abandonados ya hemos sufrido mucho desde el nacimiento, así que intentamos en la medida de lo posible, de alejar a la gente que busca hacernos mal, usted por ejemplo, puede llamarlo como quiera, pero se aprovechó se su posición, de su edad y de mi ingenuidad. Como sea, obtuvo lo que quería y está bien, no hay reclamo, tampoco estoy traumada ni me dejó arruinada para otros hombres, lo tomo como lo que es.