Aiko caminaba sola hacia su casa. El sol ya se había ocultado y las farolas iluminaban apenas las calles. Tenía los audífonos puestos, pero no escuchaba música… solo pensaba.
Luz azul… sombras… el nombre de Leo…
¿Eran solo sueños o advertencias?
Sacó su cuaderno y comenzó a escribir notas mientras caminaba. No se daba cuenta de que alguien la seguía… hasta que una sensación helada recorrió su espalda.
Se detuvo.
—…¿Quién anda ahí?
Silencio.
Aiko respiró hondo.
Dio otro paso y sintió como si algo pasara detrás de ella, como una sombra que se movía sin hacer ruido.
—…No soy tonta, sé que hay alguien —dijo, intentando que su voz no temblara.
Entonces lo vio.
Una figura, alta, encapuchada, apoyada contra un poste. No tenía rostro visible… pero había un brillo blanco donde deberían estar los ojos.
Aiko retrocedió.
—¿Q-qué… eres?
La sombra inclinó la cabeza.
Y habló con una voz que parecía venir de todas partes:
—El chico que sigues… está despertando.
Aiko sintió que el corazón le golpeaba el pecho.
—¿Leo? —susurró.
La figura dio un paso adelante, silencioso como si no tuviera peso.
—Aléjate de él. O te convertirás en parte de la noche.
Aiko tragó saliva, pero dio un paso hacia adelante en vez de atrás.
—No… —dijo con la voz quebrada pero firme—. No voy a dejarlo solo.
La sombra se detuvo.
Como si esa respuesta no estuviera en sus planes.
—Valiente… o ingenua. Quizá ambas.
Aiko apretó los puños.
—¿Qué quieres de Leo?
Un viento helado atravesó la calle. La figura respondió:
—No es lo que yo quiera. Es lo que él será.
Aiko parpadeó… y en un segundo, la sombra desapareció, como si nunca hubiera estado allí.
Aiko quedó temblando en la calle.
Miró sus manos.
…¿Qué está pasando?
¿Quién era… y por qué conoce a Leo?
Sin pensarlo, salió corriendo hacia la base del grupo.
Tenía que ver a Leo.
Tenía que contárselo.
Aunque una parte de ella sabía…
que ya no había vuelta atrás.