La noche de las brujas

8. Noche de adverencias

Encuentro a una sonriente Medea sentada en la cocina y siento una mezcla de ira y emoción.

—¿Acaso te preocupa que no haya conciliado el sueño?

—¿Preparada? —Me pregunta, ignorándome completamente.

—¿Acaso hay otra opción? —Contesté con desagrado.

Nea me mira desde una de las esquinas de la cocina, muy erguida con el rostro serio.

Mientras, Medea me respondió con una sonrisa maliciosa.

Por un momento me viene a la cabeza la noche anterior, cuando la ví por primera vez. Sin duda no parecía la misma.

Le devolví la sonrisa.

Yo tampoco lo era.

—Voy a por mis cosas, y de paso le cuento lo sucedido a mi madre —Cortó Nea el silencio, inquieta.

—Yo subiré a mi habitación por las mías —Concluí.

—Agnes —Interrumpió mi madre.

Las dos nos miramos, y entendí su advertencia silenciosa.

Dí media vuelta y subí las escaleras a trote. Abrí la puerta de mi habitación y clavé mis ojos en la bola de pelo roja que, esta vez, tenía sus pupilas rasgadas puestas en mí.

'Está aquí.' Retumbó en mi cabeza.

Asentí.

Me dispuse a sacar ropa de mi armario. Cogí una maleta y empecé a colocar todo lo necesario. Incluí el libro de mi madre y el que me había regalado Nea.

'Agnes, esa mujer tiene mucho interés en tí. No creo que sea quien parece.' La voz femenina de Kirara dejaba ápices de preocupación en lo más hondo de mí.

Suspiré lento.

—Ya lo sé, le gustó mi magia.

'Creo que es algo más.' Replicó.

Cerré la maleta con fuerza y miré a Kirara sonriente.

—Sea lo que sea, lo vamos a averiguar. Vamos.

Maleta en mano volví a bajar las escaleras a paso firme. Esta vez, acompañada de Kirara.

Miré hacia la cocina y allí estaba, sentada pacientemente.

Estaba lista.

—Bien, ¿Nos vamos, querida? —Medea se levantó con energía.

—Falta Nea, ya te dije que no me voy sin ella —Espeté.

Caminó hasta mí y me acarició una mejilla con dulzura.

—Aún estás a tiempo de salvarle la vida a tu amiga  —Me aconsejó como una madre a un hijo.

—No hace falta —Saltó Nea.— Aquí estoy. Podemos irnos.

Nea recuperó el aire, al parecer, se había dado prisa.

Sonreía a mi amiga y volví mi atención a Medea.

—Ahora podemos irnos.

A la mujer de rizos azabaches no pareció molestarle que Nea hubiese aparecido. Y eso, en cierto modo, me preocupó.

Con los nervios a flor de piel me dirigí a mi madre para abrazarla con toda la fuerza que se puede usar para despedirse de quien te dio la vida.

Sus ojos retenían las lágrimas mientras sus manos temblaban en mi espalda.

Había perdido una madre, y ahora tenía perder una hija.

El cuerpo de Nea se abalanzó sobre nosotras para unirse a la despedida. Después de todo, había sido su segunda madre.

Casi de forma inconsciente vino a mí como un destello el recuerdo de un verano. Díez años atrás.

Una Nea de ocho años lucía un cabello rizado en forma de melena de león y sonreía con sus dientes imperfectos. Ese día mi madre había terminado dos jerseys de lana y Nea y yo íbamos a juego.

Llevaba el pelo recogido en dos trenzas rubias que se ondeaban mientras corría detrás de mi amiga.

Horas después, cuando empezaba a oscurecer, mi madre nos llamó para cenar y de postre hizo flanes caseros.

En ese entonces no lo sabía, pero ese fue uno de los mejores días de mi vida.

El abrazo que parecía haber sido eterno dio a su fin y entonces supimos que estábamos listas para irnos.

—¿Y bien? —Habló Medea con impaciencia.

—Es la hora.

Seguimos los pasos de la joven, en silencio, hasta la puerta atravesando el jardín.

Eché la vista atrás para ver a mi madre deseándome suerte con los labios.

—Agnes, atenta —Medea llamó mi atención.— Voy a abrir un portal a Heketia. Instrucciones importantes: Todas tenemos que estar unidas, no os soltéis pase lo que pase y dejad la mente en blanco.

Nea y yo asentimos.

—Al zorro no hace falta que lo cojas, querida, los espíritus no necesitan un enlace para cruzar el portal.

Kirara no respondió así que supuse que estaba en lo cierto, pero sus ojos echaban chispas.

Portal oratio Heketia* —Susurró Medea.

Y ante nosotras se abrió lo que parecía un agujero negro que desprendía una luz azul brillante.

Medea me tendió la mano, y yo hice lo mismo con Nea. Le apreté fuerte y le sonreí.

—No te voy a soltar.

—Lo sé.

—Dejarse de dramas, queridas —Interrumpió Medea.

Y cruzó el portal, vimos cómo desaparecía mientras estiraba de mi mano para que la siguiera. Y así hice.

Mientras miraba a Nea y a Kirara caminé en la dirección que me guiaba Medea.

Sentí mi cuerpo siendo absorbido por una fuerza que provenía de todos lados. No podía ver nada y apretaba con fuerza la mano de Nea con miedo a que se soltase.

Fueron unos segundos, pero se hicieron eternos.

Aparecimos frente a un puente de piedra, por debajo pasaba un río de aguas cristalinas, aunque estaba tan lejos que podría asegurar que de una caída así no podría sobrevivir nadie. 

La unión del puente daba pie a una ciudad hermosa, llena de brillo y magia, parecía salida de un cuento de hadas.

Las casas eran de una fachada blanca, con tejados cobrizos y ventanas de madera al estilo medieval.

En el centro de esa ciudad, se encontraba una torre rodeada por los rayos de sol a sus laterales.

A la derecha de la torre, en las mismas tonalidades de blanco, se alzaba una mansión.

Si alzabas la vista, podías visualizar pequeñas islas flotantes.

Nea parecía fascinada ante la imagen, tanto o más que yo.

—¿Te cuento una curiosidad, querida? —Medea me miró de reojo sonriendo, y volvió su vista a la ciudad— Las cosas más bonitas, suelen ser las más mortales.



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En el texto hay: aventura, brujas, magia

Editado: 25.07.2020

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