La campana de la iglesia sonó dice veces, aunque nadie la había tocado. El aire se espesó como si el pueblo entero con tuviera la respiración.
En la plaza principal, una fila de calabazas iluminaba el camino, pero no ardían con fuego. En su interior, pequeños resplandores palpitaban como corazones latiendo. Los vecinos se escondían detrás de las cortinas raídas de las ventanas de sus casas, murmurando oraciones entre dientes. Nadie se atrevía a salir. Nadie... Excepto la niña.
Tenía apenas diez años, un vestido blanco manchado de tierra y hojas enredadas en el cabello. Caminaba descalza, siguiendo el sonido de voces que solo ella parecía escuchar. Cada paso la acercaba a la vieja arboleda, dónde las raíces sobresalían como manos deformes.
--Sofía...--susurró una voz grave desde la oscuridad.
La niña se detuvo. No conocía ese nombre. No era el suyo. Y, sin embargo, algo en lo profundo de su pecho respondió con un estremecimiento, como si aquella palabra la hubiera estado esperando desde siempre.
Las luces de las calabazas parpadearon al unísono. La campana calló. El pueblo entero quedó sumido en un silencio tan profundo que parecía imposible respirar.
Y entonces, los susurros comenzaron.
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Editado: 07.10.2025