Sofía James jamás pensó que un simple encargo periodístico la conduciría hasta el rincón más olvidado del mapa: Hallow Creek, un pueblo rodeado por bosques que parecían masticar la carretera. Conducía sola su viejo automóvil, mientras la niebla espesaba el aire y se deslizaba como dedos fríos por el parabrisas.
La señal del celular había desaparecido kilómetros atrás y, aunque el GPS se congeló mostrando un punto rojo en medio de la nada, decidió seguir adelante. La orden del editor era clara: "Ve, cubre el festival de halloween de ese pueblo perdido. La gente adora las historias de tradiciones rurales."
Pero a medida que se adentraba en aquel paisaje cada vez más sombrío, Sofía empezaba a sospechar que aquello no sería un festival común.
Las primeras casas aparecieron como fantasmas de madera entre los árboles. Tenían techos inclinados cubiertos de musgo, ventanas pequeñas que parecían más ojos que cristales, y jardines llenos de calabazas sin luz. Ni una sola estaba iluminada, como si el pueblo entero hubiera acordado apagarlas al mismo tiempo.
Sofía estacionó en la plaza principal, dónde una iglesia de campanario torcido dominaba la vista. Frente a ella, una decena de ancianos conversaban en silencio, como si las palabras fueran demasiado pesadas para dejarlas escapar. Al verla bajar del auto, todos se callaron.
--Disculpen--dijo Sofía con una sonrisa nerviosa--. Soy periodista, vengo de la ciudad. Me gustaría cubrir el festival de Halloween...
Los viejos intercambiaron miradas sombrías. Finalmente, una mujer de cabello blanco y ojos hundidos se acercó.
--Si buscas fiesta, llegaste al lugar equivocado. Aquí no celebramos... Sobrevivimos.
Sofía arqueó una ceja, confundida.
--¿Sobrevivir? ¿A qué?
La anciana la observó en silencio unos segundos más, y luego murmuró:
--A la media noche, los muertos quieren ser recordados. Y cuando llaman tu nombre... No hay forma de callarlos.
Antes de que Sofía pudiera preguntar más, un hombre alto y encorvado salió de la iglesia. Traía en las manos una caja de madera, que colocó con cuidado en el suelo. La abrió, y dentro había velas negras, huesos pequeños y un cuaderno tan antiguo que parecía a punto de deshacerse.
--El ciclo está a punto de comenzar--dijo con voz cavernosa--. Treinta y un años han pasado. La campana volverá a sonar, y con ella... Los susurros.
Sofía tragó saliva. Por primera vez en mucho tiempo, sintió un escalofrío que no pudo justificar con lógica. Algo le decía que había entrado en un lugar donde la realidad tenía grietas. Y en esas grietas, algo la estaba esperando.
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Editado: 07.10.2025