La noche avanzaba lenta sobre Hallow Creek, como si el tiempo mismo se arrastrará entre las sombras. Sofía no podía sacarse de la cabeza el murmullo que había escuchado en la plaza. Aquella palabra --Su propio nombre-- seguía resonando en su memoria como un eco imposible de acallar.
A pesar del cansancio, la curiosidad profesional pudo más que el miedo. Decidió caminar hasta el cementerio del pueblo, del cual había escuchado rumores en la posada. Agnes había hablado de los muertos sin descanso, y Sofía necesitaba pruebas para demostrar aquella leyenda absurda.
El cementerio estaba en las afueras, al final de un sendero apenas visible entre los árboles. No había faroles que lo iluminaran, solo la luna filtrándose débilmente entre las nubes. La verja de hierro que lo rodeaba estaba oxidada, cubierta de hiedra, y colgaba torcida como si ya no quisiera impedir la entrada de nadie.
Sofía cruzó el portón con una linterna en la mano. El suelo estaba blando, cubierto de hojas húmedas, y cada paso producía un crujido que parecía amplificarse en la quietud absoluta.
Las tumbas estaban en mal estado: muchas lápidas rotas, otras hundidas en la tierra, y algunas sin nombres, como si hubieran sido borrados a propósito. El silencio era tan profundo que hasta su respiración le parecía un sonido extraño, fuera de lugar.
Al acercarse a una lápida particularmente erosionada, notó que alguien había tallado un símbolo circular, idéntico a los que había visto en las puertas de la posada. Bajo él, apenas legible, se distinguía un nombre:
"Sofía J. R. "
El corazón le dió un vuelco. La linterna tembló en su mano.
--No... No puede ser--murmuró.
Retrocedió una paso, tratando de convencerse de que era una coincidencia, una alucinación causada por la sugestión. Pero antes de que pudiera pensar más, un susurro se deslizó entre las tumbas:
"Sofía..."
No era un murmullo disperso como el de la plaza. Esta vez era claro, nítido, como si alguien estuviera parado justo detrás de ella.
Giró bruscamente la linterna, iluminando a la nada.
El viento se levantó de pronto, gélido, agitando las hojas secas. Las ramas de los árboles se sacudieron con violencia, y en el aire comenzó a formarse una especie de bruma que se condensaba en figuras. Siluetas alargadas, distorsionadas, como cuerpos transparentes que trataban de emerger de la tierra.
Sofía, con la respiración entrecortada, dio un paso atrás... y tropezó con algo duro. Al bajar la luz, vio un cráneo medio enterrado, sus cuencas vacías mirando directamente hacia ella.
La linterna parpadeó.
--No...no...esto no es real.-- balbuceó, aunque sabía que sí lo era.
De repente, un coro de voces se elevó al unísono, rodeándola por todos lados. Voces masculinas, femeninas, infantiles... todas susurrando, todas arrastrando palabras incompletas, excepto una:
"Puente..."
El suelo tembló bajo sus pies, y la tierra de varias tumbas comenzó a agrietarse. Algo quería salir.
Sofía corrió, atravesando la verja oxidada, con los susurros persiguiéndola como un enjambre invisible. No se detuvo hasta volver a ver las luces mortecinas de la posada.
Apoyada en la pared de madera, jadeando, comprendió que Hallow Creek no era un pueblo de supersticiones. Algo estaba despierto en ese lugar, y ahora la había elegido.
Y lo peor de todo: las lápidas con su nombre no eran una coincidencia.
Eran una advertencia.
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Editado: 29.10.2025