El amanecer llegó sin sol.
Solo un cielo gris, pesado, que parecía negarse a dejar entrar la luz. Sofía no había dormido en toda la noche. Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba los susurros repitiendo su nombre, arrastrándose en su mente como si vinieran desde dentro de ella.
Intentó convencerse de que todo tenía una explicación racional. El cansancio, la sugestión, los cuentos del pueblo... debía ser eso. Pero las imágenes del cementerio --las lápidas sin nombres, el cráneo, las voces-- se negaban a desaparecer.
Bajó al comedor de la posada.
La dueña la observó desde detrás del mostrador con el ceño fruncido.
--Tiene mala cara--comentó mientras le servía un café oscuro--. No debió salir anoche.
--Solo fuí a caminar --mintió Sofía--. ¿Sabe algo de una niña que ronda el pueblo?
El rostro de la mujer palideció.
--No hable de ella.
--¿Por qué?
--Porque cuando se le ve... algo muere.
Sofía quiso preguntar más, pero la mujer se dio media vuelta y desapareció en la cocina. El silencio volvió a envolver la estancia.
Decidida a no dejarse vencer por el miedo, Sofía tomó su cámara y salió a recorrer Hallow Creek. La neblina cubría las calles, espesándose hasta borrar los contornos de las casas. Las calabazas seguían allí, inmóviles, sus ojos vacíos observándola.
Caminó hacia el límite del pueblo, donde comenzaba el bosque. Allí la bruma era aún más densa, y el aire tenía un olor dulzón, como de flores marchitas.
Fue entonces cuando la vio.
Una figura pequeña entre los árboles. Una niña, de no más de diez años, vestida de blanco. El vestido estaba sucio, desgarrado, y el cabello --negro y largo-- le caía sobre el rostro.
--Oye...--dijo Sofía con voz temblorosa--, ¿estás perdida?
La niña no respondió. Solo ladeó la cabeza, como un pájaro curioso.
Sofía dió un paso más.
--¿Cómo te llamas?
Entonces la niña levantó la vista. Sus ojos eran totalmente negros. Sin pupilas, sin brillo, como dos pozos infinitos.
--Tú ya sabes mi nombre -- susurró.
Sofía se quedó inmóvil.
No era el tono de una niña.
Era una voz hueca, antigua, como si muchas voces hablaran al mismo tiempo a través de ella.
--¿Qué dijiste?
La niña sonrió apenas.
--No debiste venir. El puente no elige. El puente obedece.
De pronto, el viento sopló con fuerza. Las ramas del bosque comenzaron a agitarse, y la neblina giró a su alrededor formando espirales. Sofía levantó el brazo para protegerse la cara, pero cuando bajó la mano... la niña había desaparecido.
En el suelo, sobre la tierra húmeda, había quedado algo: un pequeño lazo blanco manchado de barro y sangre seca. Sofía lo recogió temblando. Dentro del lazo, bordado con hilo rojo, había un nombre:
"Sofía J.R"
La misma inscripción que había visto en la lápida del cementerio.
Sofía retrocedió un paso, el corazón latiendo con violencia. Sintió un murmullo detrás de ella, como un aliento cálido en la nuca.
--Sofía...
Giró bruscamente, pero no había nadie. Solo la niebla cerrándose a su alrededor, densa, sofocante.
Corrió hasta salir del bosque.
Cuando llegó a la plaza, Agnes la esperaba sentada en el banco de piedra, como si hubiera sabido que aparecería.
--La viste, ¿verdad?-- dijo sin levantar la mirada.
Sofía asintió, sin aliento.
--¿Quién es esa niña?
Agnes suspiró.
--No es una niña. Es la primera víctima. Su alma nunca se fué, y ahora busca a quien continúe el ciclo.
Sofía apretó el lazo entre los dedos.
--¿Y porque lleva mi nombre?
La anciana la miró con tristeza.
--Porque, mi querida Sofía... tú no viniste a Hallow Creek. Hallow Creek te llamó.
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Editado: 29.10.2025