Sofía no recordaba cómo había regresado a la posada. Solo sabía que, desde que vió a la niña, algo en el aire había cambiado.
La neblina se había vuelto más espesa, las sombras más densas, y cada rincón del pueblo parecía latir como si respirara por sí mismo.
Pasó la tarde intentando escribir una nota en su libreta, pero cada vez que el bolígrafo rozaba el papel, las palabras se le entregaban. No sabía cómo describir lo que había visto sin sentirse loca.
Cuando cayó la noche, se acercó a la ventana.
Las calabazas del jardín -- las mismas que había visto a su llegada-- seguían allí, perfectamente alineadas, iluminadas por la luna. Solo que está vez... brillaban.
Al principio pensó que eran velas encendidas dentro de ellas. Pero no había fuego.
Eran destellos suaves, pulsantes, que se movían al mismo ritmo que una respiración.
Sofía entrecerró los ojos.
No era luz. Era algo más.
Un reflejo húmedo. Orgánico.
Hasta que comprendió lo que estaba viendo.
Eran ojos.
Ojos humanos, incrustados dentro de las calabazas, moviéndose lentamente, parpadeando con lentitud antinatural. Algunos la miraban directamente; otros giraban hacia diferentes direcciones, como si buscaran algo... o a alguien.
Sofía retrocedió con un grito ahogado. La lámpara del cuarto parpadeó y se apagó. Todo quedó a oscuras.
Un golpe seco resonó en la puerta.
Uno.
Dos.
Tres golpes.
-¿Quién es?-- preguntó, la voz temblándole.
Silencio
Entonces, una voz ronca, casi un murmullo, respondió desde el otro lado:
-- Somos tus ojos ahora.
Sofía se paralizó. El golpeteo volvió, más fuerte, más insistente. Corrió hacia la ventana, pero lo que vio afuera la dejó sin aire.
Las calabazas estaban abriéndose.
Sus bocas talladas se ensanchaban lentamente, como si sonrieran, y dentro de ellas se asomaban dedos --dedos humanos, huesudos, temblorosos-- que intentaban salir.
Un zumbido extraño llenó el aire, como el sonido de moscas atrapadas en vidrio. Y en medio de ese ruido, los ojos dentro de las calabazas comenzaron a rodar, girando todos hacia un mismo punto: ella.
Sofía retrocedió hasta chocar con la pared. La habitación olía a tierra húmeda y sangre vieja. De repente, algo se movió detrás de ella.
Se giró... y frente al espejo del tocador vio su propio reflejo.
Pero su reflejo tenía los ojos vacíos.
El espejo comenzó a empañarse desde dentro, y en el vaho apareció escrita una frase:
"Tú eres la próxima."
La lámpara volvió a encenderse de golpe. Todo quedó en silencio.
Las calabazas afuera estaban inmóviles, sin luz, como si nada hubiera ocurrido.
Sofía respiró con dificultad, las manos temblándole.
En el suelo, junto a la puerta, había quedado algo que antes no estaba: una calabaza pequeña, recién tallada.
Y dentro de ella, flotando un líquido oscuro, un ojo que se movió lentamente hacia arriba... y la miró.
🎃👻🎃👻🎃👻🎃👻🎃👻🎃👻🎃👻
Esa noche, Sofía no durmió.
Cada vez que cerraba los ojos, veía ese otro reflejo suyo --sin pupilas, sin alma-- observándola desde el otro lado del espejo.
Y comprendió que los susurros no venían de afuera. Venían desde adentro.
#63 en Paranormal
#219 en Thriller
#67 en Suspenso
terror, suspenso fantasma, sobrenatural original suspenso terror
Editado: 29.10.2025