La noche de los susurros

Medianoche

El reloj de la torre dio su primer golpe cuando el cielo aún estaba cubierto por nubes espesas. Era un sonido profundo, antiguo... demasiado pesado para pertenecer a un simple campanario. Casa campanada parecía doblar el aire mismo, como si el tiempo se contrajera.

Sofía corrió desde la biblioteca hasta la plaza, el diario apretado contra su pecho.

La niebla se alzaba desde el suelo, espesa como un mar de humo, cubriendo los muros, los árboles, las puertas cerradas de cada casa.

Las luces se habían apagado.

Todo Hallow Creek estaba sumido en una oscuridad total.

La última campanada resonó como un trueno.

Y entonces, el silencio.

Sofía se quedó quieta, intentando escuchar algo más, cualquier cosa.

Pero lo que vino después no fue un sonido... fue un susurro.

Una voz femenina, cercana, tan clara que parecía estar justo detrás de ella:

"Sofía..."

Se giró bruscamente. Nada. Solo la neblina moviéndose entre las sombras.

El viento sopló, trayendo consigo un olor a tierra húmeda... y a algo más: metal, óxido, sangre.

En ese instante, el suelo tembló.

Una grieta se abrió lentamente en la tierra frente a la iglesia, extendiéndose como una vena negra. De su interior empezó a surgir un resplandor rojo, pulsante, acompañado por un coro de lamentos.

Sofía retrocedió, horrorizada.

--No... esto no puede estar pasando...

Las puertas de la iglesia se abrieron de golpe. Dentro, los bancos estaban vacíos, pero en el altar habían figuras oscuras, cubiertas con túnicas. Cincuenta, quizás más. Todos murmuraban al unísono, un canto gutural que hacía vibrar las paredes.

--¡Oigan! ¿Quiénes son?-- gritó Sofía, aunque su voz se quebró.

Una figura de adelantó: era el sacerdote que había visto el primer día, el mismo que cargaba la caja con los huesos y las velas negras.

Su rostro estaba demacrado, los ojos hundidos, como si no hubiera dormido en siglos.

--El ciclo ha comenzado-- dijo--. Y tú eres el puente, Sofía.

Ella retrocedió, negando con la cabeza.

-- Yo no soy parte de esto. ¡No lo soy!

El sacerdote levantó un crucifijo invertido, tallado en madera oscura.

--Siempre lo fuiste. Desde la primera vez. Desde la noche en que el fuego consumió el bosque y los susurros aprendieron tu nombre.

La grieta del suelo se abrió un poco más, y una figura comenzó a salir de ella: una mano pálida, huesuda, cubierta de tierra y cicatrices.

Luego otra.

Y después, un rostro.

Sofía gritó.

Era ella misma.

Su propio rostro, pálido, vacío, con los ojos completamente negros.

La otra Sofía sonrió.

--Te dije que volveríamos.

El aire estalló en un torbellino de gritos.

Sofía cayó de rodillas mientras los susurros la envolvían. Cada palabra, cada eco, era su nombre repetido miles de veces por voces que parecían provenir de todas las eras.

"Sofía... Sofía... Sofía..."

El reloj marcó las doce y uno.

Y entonces, Hallow Creek dejó de ser un pueblo.

El suelo se abrió, las casas se torcieron, la iglesia se derrumbó sobre sí misma.

Y en medio del caos, Sofía comprendió la verdad: La medianoche no era el fin del ciclo... Era el comienzo.




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