Cuando Sofía abrió los ojos, el mundo había cambiado. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que el suelo se abrió y su doble emergió del abismo, pero el silencio era total. No había viento, ni voces, ni siquiera su propio eco.
Estaba en el mismo pueblo... o al menos, eso parecía. Las calles seguían en su lugar, pero las casas estaban ennegrecidas, como si hubieran sido devoradas por el fuego.
El cielo, de un gris sucio, parecía hecho de cenizas.
Sofía se puso de pie tambaleándose.
A su alrededor, la niebla era tan espesa que apenas podía ver sus manos. Caminó despacio, reconociendo fragmentos del lugar: la plaza, la iglesia destruida, la fuente reseca.
Pero había algo profundamente distinto.
En las paredes, sobre los muros, estaban grabados nombres. Miles de ellos, tallados a fuego.
Y entre ellos, uno se repetía más de una vez: Sofía James.
Sofía sintió un frío punzante en el pecho.
--No... no puede ser...
El viento sopló de repente, arrastrando una risa suave, familiar.
La otra ella apareció entre la bruma, caminando con pasos lentos. Tenía el mismo rostro, pero sus ojos eran pozos vacíos y su sonrisa, torcida, como una herida.
--Siempre te cuesta aceptar quién eres-- dijo su doble--. Siempre huyes.
--¿Qué eres?-- preguntó Sofía, retrocediendo.
--Soy tú-- respondió la otra--. La parte que dejaste morir hace siglos. La que Hallow Creek atrapó cuando intentaste romper el ciclo.
Sofía negó con fuerza.
--¡Eso no es verdad!
--¿No?-- sonrió su reflejo--. Entonces dime, ¿por qué recuerdas el incendio? ¿por qué soñaste con este pueblo antes de llegar? ¿por qué sabes exactamente dónde termina el bosque aunque nunca hayas caminado por él?
Sofía abrió la boca, pero no tuvo respuesta.
Los recuerdos que había tenido desde que llegó --los sueños, los ecos, las voces-- comenzaron a encajar como piezas de un rompecabezas olvidado.
Su reflejo se acercó más, extendiendo una mano helada hacía su rostro.
--Eres el puente, Sofía. Lo fuiste antes, y lo serás otra vez. Nos unes a todos los que quedamos atrapados aquí. A los que murieron sin ser escuchados.
Sofía retrocedió, temblando.
--Yo no uniré nada. Voy a salir de aquí.
--¿Salir?-- río la otra--. Nadie sale de Hallow Creek. Porque Hallow Creek eres tú.
La niebla se agitó, y de ella comenzaron a surgir siluetas humanas.
Sombras de hombres, mujeres y niños, todos con ojos vacíos y bocas abiertas en un silencio insoportable.
Sus manos se extendieron hacia ella, buscando tocarla, como si la reconocieran.
Sofía gritó y corrió entre ellos, esquivando las sombras, pero dondequiera que miraba, encontraba rostros familiares.
Los del pueblo.
Los de los retratos antiguos en la biblioteca.
Y al final... los suyos. Cientos de ellos.
Cada versión de Sofía James tenía un destino diferente: quemada, ahogada, enterrada, marcada. Cada una, parte de un ciclo interminable.
Cayó de rodillas frente a la fuente seca y miró el agua muerta que se había acumulado en el fondo. Y allí, reflejado, vio el rostro de su doble mirándola desde debajo del agua.
--Acepta lo que eres-- susurró la voz.-- Solo así el ciclo terminará.
Pero Sofía no quería aceptar.
Tomó una piedra y golpeó el fondo del estanque, rompiendo el reflejo. El agua se tiñó de negro, burbujeando como si estuviera viva.
El suelo tembló.
Desde la iglesia destruida resonó una última campanada.
Una sola.
Y después, un grito.
Sofía se giró hacia el sonido. En lo alto del campanario derrumbado, una figura estaba de pie.
Era Agnes.
Sus ojos brillaban con un resplandor carmesí.
--El puente debe cerrarse-- gritó--. ¡Antes de que todos crucen!
Sofía la vio extender las manos hacia el cielo y pronunciar palabras que no comprenda.
El aire se partió.
Una grieta de luz blanca atravesó la plaza, dividiendo el pueblo en dos.
Y entonces, todo se volvió oscuridad.
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Editado: 29.10.2025