La noche de los susurros

Las voces del amanecer

Pasaron treinta años desde la última medianoche.

El tiempo borró los caminos, los árboles crecieron sobre las ruinas, y el nombre de Hallow Creek se convirtió en una leyenda.

Los mapas ya no lo mostraban, los viajeros lo evitaban, y los pocos que recordaban sus historias las contaban en susurros, frente a fogatas o en bares vacíos, siempre mirando por encima del hombro.

Pero el olvido, como la niebla, nunca desaparece del todo. Solo espera.

Era otoño cuando un grupo de investigadores llegó al área. El proyecto, financiado por una universidad, buscaba antiguos pueblos rurales desaparecidos en la época colonial.

Entre ellos iba Lucas Méndez, un joven arqueólogo apasionado por los mitos locales.

No creía en fantasmas ni en maldiciones... hasta ese día.

--¿Estás seguro de que aquí había un pueblo?--preguntó su compañera, Ana, mirando el terreno cubierto de hojas secas.

Lucas consultó un mapa amarillento.

--Sí. Las coordenadas coinciden. Hallow Creek, fundado en 1760, abandonado en 1794, reaparecido brevemente en registros de 1963... y luego, nada.

--¿Reaparecido?--Ana arqueó una ceja.

--Sí. Alguien firmó un documento con ese nombre--explicó Lucas, mostrando una copia del archivo--. Una periodista llamada Sofía R. James.

Ana sonrió.

--Qué curioso. Como si el pueblo tuviera su propia cronista.

Lucas no respondió. Pero mientras avanzaban entre los árboles, notó algo extraño: El aire olía a tierra húmeda... y a cera derretida.

Tras varios minutos, llegaron a una zona abierta.

Allí, cubierto de hiedra y raíces, se alzaba el campanario torcido.

La iglesia seguía en pie, aunque devorada por el tiempo.

--No puede ser--susurró Ana--. Esto no está en los registros satelitales.

Lucas se acercó, retirando ramas con cuidado.

La puerta estaba cerrada, pero sobre ella aún se leía una inscripción grabada en piedra:

"Aquí descansan los susurros.

Sofía James, guardiana del puente."

Lucas se quedó quieto.

Por alguna razón, el nombre le resultaba... familiar. Cómo si lo hubiera escuchado antes, en sueños.

--Ana, toma una foto--dijo, con la voz tensa--. Quiero documentar esto.

Mientras ella preparaba la cámara, él empujó las puertas. Rechinaron, cediendo con un gemido.

El interior estaba cubierto de polvo, pero intacto. Los bancos aún estaban en su lugar, y el altar conservaba restos de velas negras consumidas.

En el centro del piso, una figura tallada en piedra representaba a una mujer de pie sobre un puente. Tenía los ojos cerrados y las manos extendidas.

Lucas sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Era idéntica a la periodista de las fotos antiguas que había visto en los archivos.

De pronto, el aire cambió.

Una corriente helada atravesó la iglesia, apagando la linterna de Ana.

El silencio fue total.

Y entonces, un sonido.

Leve. Frágil.

Como una voz lejana que cruzaba los siglos.

"Lucas..."

Él se giró, pálido.

--¿Escuchaste eso?

Ana frunció el ceño.

--¿Qué cosa?

"Lucas... No despiertes el puente..."

El arqueólogo retrocedió, tropezando con uno de los bancos. La voz provenía del suelo, del símbolo tallado, del mismo nombre grabado en piedra.

--Ana, vámonos-- dijo con voz temblorosa--. Ahora.

Pero Ana no lo escuchaba. Estaba mirando hacia la figura de piedra.

Su superficie brillaba débilmente.

La mujer tallada estaba abriendo los ojos.

Lucas corrió hacia ella y tiró de su brazo.

--¡No la mires!

Demasiado tarde.

El suelo se estremeció, y una grieta recorrió el altar. Un murmullo comenzó a llenar el aire, creciendo hasta convertirse en un rugido de voces.

"Sofía... Vuelve..."

El eco sacudió los muros.

Lucas apenas alcanzó a ver cómo las sombras se levantaban del suelo antes de que todo se llenara de luz.

Y en ese último instante, comprendió que los susurros nunca se habían ido.

Solo estaban esperando a que alguien dijera su nombre en voz alta.




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