La noche del cazador

5: Cada caricia.

  Sascha regresó al edificio Duncan e hizo una visita rápida a su apartamento antes de subir hasta el despacho de su madre. Había comenzado a reparar las fisuras de sus escudos internos en cuanto abandonó la sede de los DarkRiver, y cuando entró en la oficina, su corazón estaba aprisionado en unos escudos tan poderosos que no revelaba nada, ni siquiera cuando se encontró a Santano Enrique acomodado en la estancia con Nikita.

  —Entra, Sascha.

  Nikita levantó la vista de la pantalla del ordenador en la que le estaba mostrando algo a Enrique.

  —Hola, Sascha. Hacía tiempo que no te veía.

  —Consejero Enrique. —Sascha inclinó la cabeza en señal de respeto.

  Los ojos oscuros del cardinal se clavaron en los de Sascha. En contra de su nombre de ascendencia hispana, el hombre era alto, de cabello rubio y con la piel demasiado pálida.

  No aparentaba los sesenta años que tenía, pero Sascha era muy consciente del tiempo del que había dispuesto para perfeccionar sus considerables poderes.

  —Nikita me ha dicho que estás a cargo de tu propio proyecto.

  A Sascha no le sorprendía que su madre hubiera compartido la información con el otro consejero. Enrique era un académico, no un rival en los negocios. Aunque eso no le hacía menos letal. No se podía bajar la guardia con los miembros del Consejo.

  —Sí, señor.

  Siempre se había sentido nerviosa en presencia de Enrique. Quizá se debiera a que era un psi fuera de lo común, con tanto poder telequinésico que podría aplastarla sin tan siquiera pestañear. O quizá fuera porque la miraba de un modo que parecía que pudiera ver dentro de su cabeza. Y no quería a nadie dentro de los confines de su mente.

  —Confío plenamente en ti, al fin y al cabo eres hija de Nikita. —Salió de detrás del escritorio y la miró de arriba abajo—. Aunque la genética parece haber tomado un rumbo inesperado.

  —No posee deficiencias genéticas —apostilló Nikita—. Escogí a su padre con sumo cuidado para mezclar nuestros genes. Y engendré a un cardinal.

  Sascha intentó en vano comprender el transfondo de la conversación entre ellos.

  A los psi se les daba bien guardar secretos, y ella estaba hablando con dos maestros en ese arte.

  —Por supuesto. —Enrique esbozó una fría sonrisa—. He de preparar una conferencia, así que será mejor que me marche. Estoy impaciente por volverte a ver, Sascha.

  —Sí, señor. —Mantuvo un tono de voz carente de inflexión y guardó silencio hasta que el hombre salió y pudo cerrar la puerta—. No es propio del consejero Enrique visitarte aquí.

  —Quería hablar lejos de oídos curiosos. —El tono de Nikita indicaba que el tema estaba zanjado.

  —He de estar al corriente si voy a empezar a asumir más responsabilidad.

  —No es necesario que sepas esto. —Su madre apoyó los brazos sobre la mesa—. Háblame del cambiante.

  Sascha sabía que no era conveniente que siguiera insistiendo. La mujer que tenía sentada delante era parte de la sociedad más cerrada y secreta del mundo: el Consejo de los Psi.

  «Es el Consejo. Está por encima de la ley.»

  Había sido necesario un cambiante para que ella abriera los ojos a la verdad. El Consejo era la ley en sí mismo. Cuando sus miembros hablaban, la PsiNet se estremecía. Y cuando sentenciaban a un individuo a rehabilitación, no existía ningún tribunal de apelación.

  Mirando los impávidos ojos castaños de su madre, Sascha aceptó que, llegado el momento, Nikita votaría a favor de internar a su hija en el Centro antes que perder su posición de poder.

  Aquellos que sentían emociones eran el enemigo, y a los enemigos no se les mostraba piedad.

  —Es inteligentísimo —dijo sorprendida por su propia afirmación. Lucas era uno de los negociadores más avispados y fríos que jamás había conocido—. Todas y cada una de las viviendas se han vendido por anticipado.

  —Así que consigue sus diez millones.

  —Nuestros beneficios serán sustanciosos a pesar de ello… existe una enorme demanda en el mercado.

  —¿Estás sugiriendo que hagamos otro trato con ellos?

  —Yo esperaría un tiempo. No sabemos si podemos trabajar con ellos a largo plazo.

  Lo único que sabía era que se pondría en evidencia si mantenía relaciones comerciales con Lucas y su gente, independientemente del tiempo transcurrido. Aquel día se había tenido que cambiar de botas. Mañana podría tener que cambiar su personalidad por completo. Era imposible estar cerca de la vibrante vida de los leopardos y no anhelar vivirla con ellos.

  Y estaba Lucas.

  Era el primer hombre que conocía que revolucionaba sus hormonas. Cuando estaba con él, los años de adiestramiento psi parecían borrarse. Lo peor de todo era que no le importaba.

  —Estoy de acuerdo —dijo Nikita—. Veamos si cumplen.

  —No me cabe duda de que lo harán. El señor Hunter no me parece la clase de hombre que deja las cosas a medias.

  —En tu ausencia, he descubierto algo muy interesante acerca de nuestros nuevos socios. —Nikita abrió ciertos documentos con sus largos dedos utilizando la pantalla táctil del ordenador—. Parece ser que el pacto entre los DarkRiver y los SnowDancer va mucho más allá de lo que se conoce públicamente. Los SnowDancer tienen una participación del veinte por ciento en un montón de proyectos de los DarkRiver.

  A Sascha no le sorprendía. A pesar de su encanto indolente, Lucas tenía una voluntad de hierro capaz de impresionar incluso a los más implacables.

  —¿Es recíproco?

  —Sí. Los DarkRiver poseen el veinte por ciento en un número proporcional de proyectos de los SnowDancer.

  —Una alianza basada en territorio y beneficios económicos compartidos.

  Eran unas circunstancias únicas tratándose de cambiantes de naturaleza depredadora, célebres por sus guerras territoriales. Esa debilidad hacía que a los psi les resultara fácil manipularles. Lo único que tenían que hacer para provocar un conflicto era simular una transgresión territorial. Pero Sascha tenía el presentimiento de que las cosas estaban cambiando… y la mayoría de su gente se sentía demasiado superior como para reparar en nada.




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