La noche del cazador

8: Ojalá me amaras.

  Se estaba convirtiendo en un costumbre esperara verla aparecer en sus sueños. 

  Cuando ella le tocó el hombro, se dio media vuelta para mirarla. Había tenido intención de decirle que no estaba de humor para jugar con ella, pero se contuvo en cuanto la vio. Llevaba puesto lo que parecía ser un viejo pijama de algodón, el cabello recogido en dos sencillas trenzas y aparentaba dieciséis años.

  Entonces se dio cuenta de que él llevaba puestos unos pantalones de chándal gris oscuro, idénticos a su par favorito.

  —¿Qué sucede, gatita?

  En sus ojos se atisbaba una mezcla de confusión y vulnerabilidad.

  —No lo sé. —Se rodeó con los brazos.

  Lucas extendió los suyos y le dijo:

  —Ven aquí.

  Tras un instante de duda, Sascha apoyó la cabeza sobre su torso y estiro las piernas a su lado.

  —Siento un… peso muy grande.

  Una estilizada mano descansaba al lado de la cabeza con la palma sobre la piel de Lucas.

  —También yo. —La roca que le oprimía el corazón desaparecería por la mañana, aunque el recuerdo perduraría.

  La mano de Sascha le acarició allí donde latía su corazón.

  —¿Por qué estás triste?

  —A veces recuerdo que no siempre puedo proteger a quienes amo. —Lucas sentía su cabello suave y sedoso al tacto.

  Sascha no intentó decirle que no era Dios, que no podía proteger a todo el mundo. Él ya lo sabía. Pero saber algo y creerlo eran cosas distintas. Lo que sí le dijo consiguió paralizarle el corazón.

  —Ojalá me amaras.

  —¿Por qué?

  —Porque entonces podrías protegerme a mí también.

  En su voz se adivinaba un perturbador pesar.

  —¿Por qué necesitas que te protejan? —Su instinto masculino se estaba imponiendo a la carga de los recuerdos.

  Sascha se arrimó a él y Lucas la estrechó fuertemente entre sus brazos.

  —Porque estoy rota. —Continuó acariciándole el pecho, encima del corazón, y Lucas pudo sentir que un intenso calor invadía su cuerpo—. Y los psi no permiten que las criaturas imperfectas vivan.

  —A mí me pareces perfecta.

  No hubo más respuesta que el roce de la mano de Sascha sobre su piel. Con cada caricia Lucas sentía una paz mayor. Una pesadez distinta impregnó sus huesos.

  Curiosamente, tenía la sensación de que iba a quedarse dormido de nuevo. Mientras la oscuridad se cernía sobre él, la íntima confesión de Sascha no dejaba de dar vueltas en su cabeza como un río sin final.

  «Porque estoy rota. Y los psi no permiten que las criaturas imperfectas vivan.»

 

  Sascha estaba aguardándole cuando llegó al despacho al día siguiente.

  Preocupado por la inquietante intensidad del sueño, intentó entablar conversación con ella, pero se estrelló contra una pared de ladrillo. Parecía que se hubiera retraído profundamente dentro de sí misma, tanto que casi había dejado de existir.

  —¿Estás bien? —Podía sentir las sombras que la rodeaban, sentirla a ella… como si fuera de su manada.

  —Me gustaría sugerir algunas alternativas para los materiales que planeáis utiliza —dijo en vez de responder a su pregunta—. El estudio que he realizado me dice que este tipo de madera aguantará mejor los elementos en el entorno del emplazamiento. —Deslizó sobre la mesa una muestra y un informe adjunto de casi dos centímetros y medio de grosor.

  Frustrado por su intransigencia, Lucas tocó la muestra.

  —Este material es más barato.

  —Eso no significa que no sea bueno. Por favor, lee el informe.

  —Lo haré. —Lo dejó a un lado—. Tienes un aspecto terrible, Sascha.

  No iba a consentir que ella le apartara, no después de lo sucedido la noche anterior.

  Sascha era psi y Lucas había estado teniendo algunos sueños realmente extraños. Sabía sumar dos y dos.

  Sascha apretó la agenda electrónica con fuerza antes de recobrar el control.

  —He estado teniendo problemas para dormir.

  El instinto le decía que era hora de presionar.

  —¿Los sueños te mantienen en vela?

  —Ya te lo he dicho, los psi no sueñan. —Se negó a enfrentarse a su mirada.

—Pero tú sí, ¿no es verdad, Sascha? —dijo con voz suave—. ¿Cómo te afecta eso?

  Ella levantó la cabeza bruscamente y Lucas atisbo una expresión perdida en sus ojos antes de que pitara su salvavidas computerizado.

  —Discúlpame.

  Cuando ella salió de la habitación, Lucas supo que era por su culpa y no por la llamada recibida. Por fin había llegado hasta ella. Si aquella llamada no los hubiese interrumpido…

  —Maldita sea.

  Las garras emergieron bruscamente en sus manos, prueba de hasta qué punto estaba perdiendo el control. Tras retraerlas, emprendió la caza de su escurridiza presa.

  Sascha se había marchado.

  Ria, su auxiliar administrativo, le comunicó el mensaje:

  —Ha dicho que tenía que ocuparse de algo, pero que volverá para la reunión de las dos con Zara.

  Lucas recibió el mensaje con una mal disimulada expresión torva.

  —Gracias. —Su tono de voz decía otra cosa.

  —Lo siento. No sabía que debía impedir que se fuera. —Ria frunció el ceño, desluciendo así su bonita cara humana—. Se supone que debes avisarme de estas cosas.

  Emparejada con un leopardo de los DarkRiver desde hacía siete años, Ria no tenía el menor problema en hablarle a Lucas sin pelos en la lengua.

  —No te preocupes. Volverá.

  ¿Adónde más podía ir? Si estaba en lo cierto con respecto a Sascha, aquello que la hacía única podría hacer que su propia gente la rechazara.

  Lo que le inquietaba era que en lugar de calcular cómo podía utilizar ese punto débil para alcanzar sus objetivos, estaba preocupado por ella. Aquel giro inesperado perturbaba a hombre y pantera por igual… ¿Cómo era posible que un enemigo se hubiera ganado parte de su lealtad?

  Sascha no se presentó a la reunión hasta que faltaba solo un minuto para las dos.

  —¿Entramos? —Fueron las primeras palabras que le dirigió a Lucas. Llevaba un traje sastre negro, camisa blanca y su tono era tan gélido como el hielo más quebradizo.




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