La noche del cazador

10: ¿Setenta y nueve?

  Cuando aterrizó en el porche cubierto de hojas de su hogar, Lucas estaba completamente erecto. Menos mal que no se había remetido la camiseta en los pantalones, era poco probable que a Sascha le reconfortara verle en aquel estado.

  Tampoco él se sentía demasiado cómodo. Tal vez ella fuera distinta al resto de los psi que había conocido, pero seguía siendo una de ellos.

  Era el enemigo.

  Había prometido a su gente que no permitiría que le arrebatasen a ninguna más de sus mujeres, había jurado ocuparse de aquello hasta el final, por mucho que eso le costara.

  —No ha sido tan difícil, ¿verdad, encanto? —Guardó las garras mientras Sascha se bajaba al suelo.

  El cuerpo de Sascha se apartó del suyo como si se hubiera quemado. A pesar de lo que acababa de recordarse a sí mismo, tuvo que combatir el impulso de jactarse.

  Aquella mujer lo deseaba. Tanto si era consciente de ello como si no.

  —Entra. —Sin volverse a mirarla, abrió la puerta y pasó al interior.

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  A Sascha le resultaba difícil respirar. Aún sentía a Lucas contra la sensible cara interna de los muslos y sus músculos se aceleraban al recordar la sensación. Reprimió un gemido, sus muros mentales se estaban viniendo abajo. La locura la llamaba. En su mente se sucedieron las imágenes de su encarcelación en el Centro, horrendos ecos de un hecho que jamás debería tener lugar.

  —No.

  Empleó todo lo que tenía en reconstruir aquellos muros. Su temor a la rehabilitación era tan grande que apagó momentáneamente el calor entre sus piernas.

  Solo momentáneamente, pues en cuanto entró en la casa de Lucas se convirtió en un verdadero incendio. Podía ver la silueta de él despojándose de la camiseta, tras un biombo japonés que parecía dividir la amplia habitación en un salón y un dormitorio.

  Era incapaz de apartar la mirada mientras las uñas se le clavaban en la palma de las manos.

  —¿Sascha? ¿Te importa abrir el agua caliente? Voy a darme una ducha para limpiarme el sudor de la carrera. Te prometo que no tardaré.

  Estaba casi segura de que Lucas intentaba atormentarla de forma deliberada.

  —¿Dónde están los controles del agua?

  Midió bien sus palabras porque, con los ojos clavados en la indistinguible silueta, le resultaba difícil elaborar frases complejas.

  —Todo recto y a la izquierda.

  Lucas se llevó las manos al botón superior de los vaqueros y comenzó a girar el cuerpo hasta ponerse de perfil. Sascha salió prácticamente corriendo de la habitación.

  Las indicaciones la llevaron hasta una pequeña cocina, los controles del agua se encontraban en la pared.

  La instalación era incomprensiblemente anticuada, pero supuso que funcionaba con generadores ecológicos ocultos. Ningún cambiante elegiría otro método viviendo en plena naturaleza.

  —Hecho —vociferó una vez hubo presionado el botón correcto.

  —Gracias, encanto.

  Oyó que se movía y, al cabo de unos segundos, el sonido del agua al caer, lo que le indicó que la ducha estaba situada fuera de la zona del dormitorio. Aliviada al disponer de unos minutos para serenarse, se llevó las manos a las mejillas y respiró hondo. El olor a hombre y a bosque se infiltró en su mente como una droga prohibida.

  Recordó el afilado destello de sus garras mientras escalaban y no sintió miedo, sino una especie de sobrecogedor asombro.

  —Ay, Señor. Para, Sascha, para.

  Concentró la mirada en los objetos físicos que había a su alrededor en un esfuerzo por luchar contra el continuo bucle de placer y temor, sensación y escalofriante terror.

  Incluso la amenaza de la rehabilitación retrocedía ante la intensa proximidad de Lucas.

  La cocina, pequeña y compacta, contaba con una sencilla placa con horno y algún que otro electrodoméstico. Sascha se percató de que había una cafetera sobre la encimera.

  Los psi no tomaban café, y aunque lo había probado, no le había gustado especialmente.

  Dado que era obvio que a Lucas le gustaba lo suficiente como para tener una cafetera de alta tecnología, se acercó para ponerla en marcha antes de regresar a la sala.

  Se trataba de un espacio amplio y despejado, cuyas ventanas ofrecían vistas al bosque. Habida cuenta de que la guarida de Lucas tenía que estar bien protegida, supuso que los cristales debían de estar tratados para que no reflejaran la luz del sol.

  Las plantas trepadoras que ascendían por su superficie procuraban la sensación de que el bosque casi formaba parte del interior de la casa.

  A juzgar por la humedad del aire y las plantas acuáticas que había atisbado y reconocido, supuso que se encontraban cerca de un río, posiblemente próximos a uno de los escasos pantanos. Al igual que la mayoría de sus especies, parecía que el alfa de los DarkRiver era capaz de adaptarse con suma facilidad.

  Volvió la mirada al interior de la casa y se permitió el lujo de examinar el salón.

  Dos lámparas con sensor de movimiento arrojaban una luz tenue sobre el suelo, pero claro, pensó, recordando aquellos ojos brillantes en la noche, Lucas podía ver en la oscuridad. Aparte de eso, la única iluminación procedía de un minúsculo piloto rojo del panel de comunicación integrado en la pared más próxima a la puerta. Tras echar un vistazo más de cerca descubrió que esta también hacía las veces de receptor para ver programas de entretenimiento, aunque tenía el presentimiento de que a Lucas le gustaba entretenerse de un modo mucho más físico… mucho más personal.

  Con la cara roja como un tomate, se apartó del panel para echar un vistazo al resto de la estancia. Enfrente de las ventanas había un enorme cojín, una parte del cual se apoyaba en la pared y la otra en el suelo, convertido en un sofá. Tenía una largura más que suficiente para que sobre el mismo pudiera estirarse un leopardo. Había otros tres pequeños sofás situados en las demás paredes.




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