La noche del cazador

1. Lucas.

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SASCHA.

  Sascha Duncan no era capaz de leer ni una sola palabra del informe que parpadeaba en la pantalla de su agenda electrónica. El temor empañaba su visión aislándola de la fría eficiencia del despacho de su madre. Ni siquiera el sonido de la voz de Nikita terminando de atender una llamada conseguía penetrar en su mente paralizada por el miedo. Estaba aterrorizada.

Esa mañana se había sorprendido al despertar hecha un ovillo en la cama, gimoteando. Un psi normal no gimoteaba, no mostraba emoción alguna, no sentía nada. Sin embargo, Sascha sabía desde niña que ella no era normal. Había logrado ocultar su defecto de forma satisfactoria durante veintiséis años, pero las cosas comenzaban a ir mal. Muy, muy mal.

  Su mente se estaba deteriorando a un ritmo tan alarmante que había comenzado a experimentar efectos secundarios físicos: espasmos musculares, temblores, ritmo cardíaco anormal y ataques de llanto después de unos sueños que nunca recordaba.

  Pronto le sería imposible ocultar su psique fragmentada. Ser descubierta supondría la reclusión en el Centro. Naturalmente, nadie lo llamaba prisión. Calificado «centro de rehabilitación», proporcionaba un método extremadamente efectivo a los psi para apartar a los débiles del rebaño.

  Si tenía suerte una vez hubieran concluido con ella, sería un cuerpo babeante sin conciencia. Si no era tan afortunada, conservaría la suficiente capacidad de raciocinio como para convertirse en un zángano más en la vasta red empresarial de los psi, un robot con solo las suficientes neuronas operativas para clasificar el correo o barrer los suelos.

  Sentir su mano aferrada con fuerza la agenda la devolvio de golpe a la realidad.

  Allí, sentada frente a su madre, era el lugar menos indicado para derrumbarse. Quiza Nikita Duncan fuera sangre de su sangre, pero tambíen era un miembro del Consejo de los Psi.

  Sascha no estaba segura de si, llegado el caso, Nikita dudaría en sacrificar a su hija con tal de conservar su puesto en el organismo más poderosa del mundo.

  Con férrea determinación, comenzó a reforzar los escudos psíquicos que protegían los corredores secretos de su mente. Era lo único en lo que destacaba y, para cuando su madre finalizó la llamada, Sascha mostraba la misma emoción que una escultura tallada en hielo ártico.

  —Tenemos una reunión con Lucas Hunter dentro de diez minutos. ¿ Estás lista?— Los ojos almendrados de Nikita no denotaban otra cosa que no fuera un sereno interés.

  —Por supuesto madre.

  Sascha se obligó a enfrentarse a la mirada impávida de Nikita sin pestañear, procurando no pensar en si la suya la estaria delatando. ayudaba el hecho de que, a diferencia de su madre, ella tenía los pjps negros de un psi cardinal: un infinito campo negro salpicado de motas de un gélido fuego blanco.

  —Hunter es un cabiante alfa, así que no lo subestimes. Ese hombre piensa como un psi.

 Nikita se volvió para sacar la pantalla de su ordenador, un papel plano que se deslizaba de la superficie de su mesa.

  Sascha accedió a la información pertinente de su agenda. El ordenador en miniatura contenía todas las notas que pudiera necesitar para la reunión y era lo bastante compacto como para llevarlo en el bolsillo. Si Lcas Hunter se cenía al perfil, apareceria con copias de todo en papel.

  De acuerdo con la informacion que disponía, Hunter se había convertida en el alfa del clan de leopardos de los DarkRiver a los veintitrés años. Durante la década siguente, los DarkRiver hebían consolidado su control sobre San Francisco y las regiones limítrofes hasta el punto de que, en la actualidad, eran los depredadores dominantes en aquella zona. Los cabiantes foráneos que deseaban trabajar, vivir o jugar en el territorio DarkRiver tenían que recibir su autorización. de lo contrario, las leyes territoriales de los cambiantes se imponían por la fuerza y el resultado era brutal.

  Lo que había sorprendido a Sascha en la primera lectura del material era que los DarkRiver habían negociado un pacto de no agresión con los SnowDancer, el clan de lobos que controlaba el resto de California. Dado que los SnowDancer eran conocidos por su ferocidad y por mostrarse implacables con cualquiera que se atreviese a imponerse por la fuerza en su territorio, aquello hacía que se cuestionara la imagen civilizada de los DarkRiver. Nadie sobrevivía a los lobos apelando a la amabilidad.

  Se escuchó el sonido de una campanilla. 

  —¿Nos vamos madre?

  La relación de Nikita con Sascha no era, ni había sido nunca, maternal en ningún aspecto, pero el protocolo dictaminaba que debía recibir el tratamiento familiar.

  Nikita asintió y se puso de pie irguiéndose con elegancia en toda su estatura de un metro y setenta y seis centímetros. Vestida con un traje de pantalón negro y su camisa blanca, con el cabello justo por debajo de las orejas en un corte despilado que le sentaba bien, presentaba la imagen de la mujer de éxito que era. Una mujer bella y, además, letal.

  Sascha sabía que cuando caminaban juntas, como en esos momentos, nadie las tomaba por madre e hija. Tenían la misma estatura, pero ahí terminaban las semejanzas.

  Nikita había heredado los ojos asiáticos, el cabello lacio y la piel de porcelana de su madre, que era mitad japonesa. Cuando los genes pasaron a Sascha, lo único que sobrevivió fue él ligero almendramiento de los ojos.




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