La Noche del Dragón

1 | VIKINGO

El susurro del viento entre los árboles me llega como una melodía macabra y sus gélidas ráfagas me acarician con su frío abrazo como cuchillas de hierro mientras avanzo entre la maleza. Sospecho que no lo voy a encontrar, pero mis ojos observan a diestra y siniestra buscando algún rastro que me indique que él está aquí, que ha pasado por acá, que ha intentado llegar a mí, sin éxito alguno. Mis latidos intentan sostenerme con fuerza.

Acaricio mi vientre cerrando todo cuanto puedo con mi chal tejido de lana para abrigar a mi bebé que es demasiado pequeño para tener que tolerar todo esto que está sucediendo justo ahora.

Tengo que atravesar la maleza, es la única alternativa después de dos días andando con mi mochila al hombro tratando de salir de mi refugio en las afueras de Merel con tal de llegar a la capital y meterme en el palacio gubernamental en reclamo por su presencia.

Sin embargo, mi sospecha de estar sola es una vil mentira ya que percibo el sonido distante de un motor, un zumbido profundo que rasga la tranquilidad del bosque. Al principio, pienso que solo se trata de mi imaginación, pero el ruido se acerca rápidamente, resonando como un eco ominoso entre los árboles hasta detenerse en la huella más cercana a donde yo estoy.

Mis músculos se tensan, mis sentidos se agudizaron mientras busco rápidamente algún escondite, dando con un árbol caído y me escondo detrás del tronco, arrojándome boca abajo con la cara contra el lodo.

“Me buscan a mí” pienso con el corazón en un puño al caer en la cuenta de que los pasos de una persona se acercan luego de haber escuchado el motor detenerse. Sí, solo son pasos de una persona los que andan cerca.

Percibo otro ruido como el de una abeja quizá un poco más fuerte.

Miro hacia arriba, entonces lo detecto.

Es un dron que me está captando directamente. ¡Caray, no!

¿Tengo motivos para huir de alguien o es mi prometido que ha venido a buscarme? Cuando el peligro acecha hay un sentido extra del cual no eres consciente cien por ciento hasta que aparece sin más.

El dron se va.

“Me ha atrapado” es lo primero que pienso y las pisadas alrededor vuelven a moverse. ¡No! Me levanto e intento salir corriendo hasta dar con la huella que conduce a la carretera. Si fuese mi prometido, simplemente hubiese enviado a alguien por mí, bastaría con que gritase mi nombre, pero no sucede.

Y entonces, emergiendo de entre las sombras, aparece la luz de los faros de una camioneta. El brillo metálico destella en este atardecer, proyectando sombras inquietantes sobre los árboles. El motor ruge como una bestia hambrienta mientras quedo absorta, encandilada, anunciando su llegada con una ferocidad que me hace retroceder instintivamente.

La camioneta se detiene frente a mí, el brillo de los faros persiste envolviéndome en su resplandor cegador. Con el corazón latiendo en la garganta, observo cómo se abre la puerta del conductor y un hombre emerge de la oscuridad. Viste ropas oscuras y gastadas, tiene un porte físico que parece sacado de una videojuego de guerra, lleva una metralleta en las manos y me apunta directamente.

—¡No te muevas!—me grita y su voz se mete profundo entre mis entrañas

—¿Quién eres tú?—pregunto con mi voz temblorosa con una mezcla de miedo y desafío mientras me entrego a la idea de que ya estoy muerta.

El hombre no responde de inmediato, solo me mira con ojos penetrantes, como si estuviera evaluando cada fibra de mi ser. Luego, con un gesto brusco, saca algo de su cinturón y apunta hacia mí. Paralizada por el terror, apenas pude distinguir el destello metálico del arma nueva que saca antes de que se dispare un proyectil brillante hacia mí.

Instintivamente, me lanzo hacia un lado, sintiendo el roce del proyectil contra mi piel mientras pasa zumbando peligrosamente cerca de mi cabeza. Grito en un desesperado pedido de auxilio o evacuación de pavor, un grito primal de terror y furia que se pierde en la noche, mezclándose con el rugido del motor de la camioneta que persiste en su lugar con las ruedas detenidas pero el motor aún zumbando.

—¡Cálmate!—me grita el hombre con su voz ahogada por el estruendo de la camioneta—. ¡No te haré daño si cooperas!

Me pongo de pie, medio entregada a la situación, medio envalentonada a ir por todo o nada.

—¡¿Cooperar?! ¡Ah, sí, perdona por no dejar que me dispares!

—¡Si cooperas no tendré que herirte!—se sigue acercando con los dos proyectiles apuntando directo hacia mí, pero me resigno a que no vale la pena querer huir ahora mismo que me apunta con ambos.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto, tratando de mantener la compostura a pesar del miedo que amenaza con consumirme desde adentro.

El hombre se acerca lentamente, su figura oscura permanece recortada contra el brillo de los faros. Una sonrisa siniestra se curva en sus labios mientras se detenía frente a mí, su mirada persiste ardiente con una intensidad que me hiela hasta los huesos contrastando con la helada que cae.

—Eres tú—murmura.

—¿Qué? ¡No, te aseguro que a quienquiera que estés buscando, no soy yo!

—Quiero que vengas conmigo—declara con su voz un susurro cargado de promesas y peligro—. Hay alguien que está ansioso por conocerte.

Antes de que pudiera protestar, antes de que pudiera hacer cualquier cosa, siento un pinchazo contundente en mi brazo izquierdo. Bajo la mirada y descubro que ha vuelto a disparar su arma más pequeña, detectando que lo que me ha clavado ha sido un dardo plateado.

—¿Pero…por qué…me…?

Prácticamente es instantáneo que todo se vuelve negro a mi alrededor, el dolor y la oscuridad se elevan como un manto envolviéndome en su abrazo mortal mientras caigo hacia la nada.

Pierdo la consciencia antes de que mi cabeza golpee contra el suelo y vea al soldado acercarse a mí, amenazándome como si fuese una suerte de terrorista o un ser malvado.




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