La Noche del Dragón

2 | ARDIENDO

Despierto con un dolor punzante en la parte posterior de mi cabeza, un dolor que resuena en cada fibra de mi ser. Parpadeo, tratando de enfocar mi visión borrosa mientras lucho por orientarme en la oscuridad de la camioneta en movimiento. La cabeza me da vueltas, la sangre late en mis sienes mientras lucho por recordar lo que ha sucedido y la luz del amanecer se filtra por bordes abiertos de las ventanillas tapiadas.

Entonces, los recuerdos inundan mi mente como una marea de terror. El encuentro en el bosque, el hombre en la camioneta, el disparo que me ha dejado inconsciente al parecer durante unas cuantas horas. Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras las palabras del hombre con apariencia de vikingo resuenan en mi mente.

Con un esfuerzo, trato de incorporarme; mis manos buscan frenéticamente algo que pudiera ayudarme a escapar. Mis dedos se cierran en torno a un objeto metálico, un borde afilado que corta mi piel, parece un alambre que por muy pequeño que resulte, puede ser de utilidad.

El hombre que conduce la camioneta no parece darse cuenta de mi lucha ni de que me he despertado, su atención está enfocada en la carretera frente a nosotros y en el estéreo que tiene las noticias encendidas:

—El presidente ha enviado severas medidas restrictivas respecto de la cuarentena obligatoria. Las tropas de las milicias se han desplegado por las calles lo cual ha provocado la alerta de parte de aquellos ciudadanos que acusan de “excesiva” la intromisión de las Fuerzas Armadas en pos del cumplimiento de la cuarentena por el riesgo que implica la inminente salida del Dragón Rojo acorde a las fechas que prevén los especialistas.

Con cada sacudida de la camioneta, mi determinación crece, alimentada por el deseo desesperado de escapar de este cautiverio infernal, así que, con un movimiento rápido y sigiloso, me lanzo hacia adelante con el cuerpo chocando contra el asiento del conductor en un golpe sordo. El hombre parece prever mi movimiento a través del espejo retrovisor y con una mano al volante, me sostiene el alambre que me corta la palma de la mano con otra que deja libre con tal de sujetarme.

—¡Detente!—grito en tono amenazante, con mi voz resonando en una furia salvaje—. ¡Déjame salir de aquí!

Pero el hombre no está dispuesto a ceder tan fácilmente. Tras un rugido de ira y sin frenar la marcha de la camioneta se vuelve a mí con ambas manos, me agarra por los hombros, intentando empujarme hacia atrás en el asiento. Mi resistencia fue feroz, mis puños golpean con fuerza desesperada mientras luchaba por liberarme de su agarre hasta que caigo contra la compuerta inferior.

En medio del caos, la camioneta se tambalea bruscamente, desviándose de la carretera y adentrándose en una zona árida al costado que hace patinar las ruedas de atrás y pierdo mi arma precaria al igual que he perdido mis provisiones con las que me adentré en la nada misma buscando a mi prometido desaparecido del cual nadie en ninguna parte se estaba haciendo cargo de buscar.

El hombre maldice y lucha por volver a retener el control de la camioneta, poniéndola nuevamente en curso hasta detenerla cuando creo que estamos a punto de derrapar y volcar. Levanta la palanca del freno de mano tras aminorar la marcha y eso consigue detenernos levantando espesas nubes de tierra alrededor.

Mi mano instintivamente se dirige a mi vientre, un gesto protector hacia el pequeño ser que crecía dentro de mí tras los densos golpes que acabo de darme aquí dentro, pero también fuera. Cuatro meses de vida, cuatro meses de esperanza y miedo entrelazados en mi corazón, en mi cuerpo. ¿Qué destino nos aguarda ahora?

—¿Puedes por favor controlarte? Mi misión es llevarte viva, no en pedazos al destino en cuestión—me dice furioso al frente. Sus ojos están que echan chispas. Acto seguido se quita la camiseta y observo su espalda inmensa, sus brazos anchos que podrían romper un tronco con un golpe y las cicatrices de lucha que lleva evidenciadas. Rasga la remera con la que quita un pedazo y me lo entrega—. Tienes que contener la herida en tu mano.

Le miro con temor y sus ojos enfebrecidos arden al igual que sus labios cuando se mueven en su densa barba al hablar:

—¡Hazlo de una vez!

Me levanté con cuidado, sintiendo un mareo repentino que amenaza con llevarme de vuelta a la oscuridad. Pero me obligo a mantenerme en pie, a luchar contra el vértigo mientras intento evaluar la situación andando hasta él en la pequeña cabina de la camioneta y sostengo el trozo de tela con el que hago un torniquete en mi mano.

Él hace lo propio cortando otro trozo con los dientes y lo cierra alrededor de su mano.

—Esperaba que despertaras una vez habiendo llegado a destino—me comenta—, pero no queríamos que la droga hiciera daño a tu hijo.

—¿Cómo sabes que estoy…?—pregunto, aterrada.

—Porque tu marido nos dijo. Bah, tu “prometido”.

De pronto todas mis alertas se encienden.

—¿Sabes dónde está? ¡Llévame con él, por favor!

—Es precisamente donde vamos ahora.

—Santo cielo, lo siento, lo siento, no sabía que él me había enviado a buscar, yo…

—Compórtate de una bendita vez que queda poco para llegar. ¿Okay?

—¿Dónde está él?

—Ya lo encontrarás.

—¿Le hicieron daño? ¿Por qué desapareció?—. Echo un vistazo a los retazos de tela de su camiseta con color militar, pertenecen a alguna clase de uniforme que no consigo distinguir—. ¿Eres del gobierno?

—¡Cierra la boca y escucha las noticias que son importantes! ¡¿O no te enteraste que todo el mundo está en cuarentena con tal de sobrevivir?!

Inspiro profundamente. No sé qué tan lejos hemos ido, pero no hemos salido de Merel. Toda la comuna está bordeada por cielo y tierra con tal de contener al Dragón Rojo en cuanto salga de su escondite.

Avanza mientras intento descansar y él sigue conduciendo. Estoy sucia, sedienta, cansada y muy adolorida. Intento llamarme a la reflexión mientras el tiempo avanza no por mucho más. La camioneta se detuvo con un chirrido repentino, provocándome que me sacuda con fuerza contra el asiento. Acto seguido el hombre aparece frente a mí abriendo la compuerta trasera (que esté tapiada solo da la pauta de que nada bueno transportan aquí) y su figura inmensa se recorta contra la luz del sol. Sus ojos, de un intenso color amarillo, me miran con una intensidad que me hielo hasta los huesos en cuanto se inclina en mi dirección y me ofrece una mano para bajar.




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