La noche ha cedido en parte a su calor abrasador como un lienzo oscuro salpicado de estrellas que brillan como pequeñas luces en la vastedad del firmamento. Sin embargo, no hay consuelo en esta densa oscuridad, solo un torbellino de emociones tumultuosas que me mantienen despierta, atrapada en un laberinto de culpa y confusión por lo que hice, por lo que sucedió.
Mis pensamientos dan vueltas sin descanso, torturándome con el recuerdo del beso compartido con el vikingo quien me mantiene vigilada aún.
Cada vez que cierro los ojos buscando conciliar el sueño, su rostro emerge en mi mente, su mirada intensa y sus labios rozando los míos con una pasión arrolladora. Me siento consumida por la culpa, por la sensación de haber traicionado a Nazka, mi prometido, con quien comparto un vínculo sagrado que ahora parece frágil y efímero.
Los sueños, cuando finalmente llegan a medias no permiten en absoluto descanso alguno de las pocas horas de sueño que quedan, son un reflejo distorsionado de mi angustia interior. Veo a Nazka frente a mí con sus ojos llenos de dolor y decepción mientras me acusa de traición. Su voz resuena en mi mente como un eco lejano, una condena que pesa sobre mi conciencia y me arrastra a salir con violencia del mínimo intento de descanso.
Intento encontrar consuelo en el abrazo de la noche, pero no hay paz que me acoja tras estas sensaciones dolorosas. Cada susurro del viento, cada suspiro del agua, parece una acusación silenciosa, un recordatorio constante de mi propia debilidad y falla.
El amanecer se acerca, pero no trae consigo el alivio que tanto anhelo. En su lugar, me enfrento a otro día de incertidumbre y conflicto, atrapada en un remolino de emociones que se erigen amenazadoras con seguir aquí presentes.
La presencia del vikingo sigue siendo un tormento constante en mi mente, una contradicción viviente que me arrastra entre la culpa y la atracción ardiente. A pesar de mis esfuerzos por reprimir mis sentimientos, su imagen persiste cerca de mí porque es su obligación, invocando una cascada de emociones tumultuosas que amenazan con arrastrarme hacia la perdición.
Entre cabezadas observo sus rasgos bajo la templada luz, cada detalle está incluso grabado en mi memoria como si fuera una obra de arte tallada en piedra. Su cuerpo musculoso, fuerte y viril, la barba espesa que adorna su rostro, los cabellos largos que caen en cascada sobre sus hombros, son testigos silenciosos de su masculinidad indomable. Soy culpable de sentir lo que siento, soy culpable de pensar sobre él con la misma falta de razón que haría una mujerzuela cualquiera, lejos del amor que se supone que me une a mi prometido.
Y luego está su aroma…una mezcla embriagadora de madera y tierra, de sudor y especias exóticas. Es un perfume que me envuelve como una manta cálida, despertando mis sentidos y avivando el fuego que arde dentro de mí. Es un aroma que me resulta imposible de resistir, una tentación que me consume con su irresistible magnetismo del cual intento mantenerle en repulsa, consiguiendo precisamente lo contrario.
Pero incluso mientras me dejo llevar por la atracción que siento hacia él, una sombra de duda se cierne sobre mí, recordándome las consecuencias devastadoras que podrían haber resultado si hubiéramos cedido a nuestros deseos en pleno ardor de la noche anterior. El vikingo, con su silencio y su reserva, parece ser consciente de los límites que nos separan a uno y otro, de los peligros que acechan en la oscuridad de nuestras pasiones.
Es un equilibrio precario en el que estamos atrapados, porque sé que me desea, porque sé que es parte de un ardiente deseo en pleno estado de combustión, aunque sea quien conservarse el autocontrol de apartarme cuando fue necesario.
Sí, fue él quien lo hizo.
Ni siquiera fui capaz de eso…
…sino quién sabe cómo hubiera acabado todo, madre mía.
El sol apenas comienza a iluminar el horizonte cuando me dirijo hacia la ducha matutina, consciente de que debo enfrentar otro día en la comunidad. Con paso vacilante, me adentro en el baño, dejando que el agua caliente caiga sobre mi piel cansada, llevándose consigo los vestigios de la noche anterior y las preocupaciones que aún pesan sobre mis hombros.
Una vez que termino de hacerlo bajo la obligatoria mirada y vigilancia del vikingo, este me escolta de regreso hasta la cocina, donde Nova me espera con su diplomática manera de ser de siempre. Apenas tengo tiempo de intercambiar algunas palabras con ella antes de que el caos estalle una vez más, esta vez de forma distinta.
—Las hierbas de ayer se perdieron y la comida se debe racionar de manera diferente—me dice ella—, porque somos menos, menos bocas que alimentar, pero menos para conseguir la defensa propia.
—Hay mucha gente en esta comuna, imagino que las bajas no fueron considerables.
—Ninguna baja puede ser menospreciada en tiempos de guerra, una persona con vida puede ser la esperanza de toda una comuna.
Asiento.
Me gusta esa perspectiva, creía que para los soldados una vida más o una vida menos solo era sinónimo de un daño colindante a tolerar, pero esperable.
—La vida es importante, más aún cuando se trata de defenderla ante amenazas externas—añade ella.
Cuando escuchamos ruidos.
Golpes sordos, como de sacos de patatas cayendo a los suelos.
—¿Qué fue eso?
Nova me indica hacer silencio con un dedo sobre los labios.
Thorian no está aquí.
Ella me indica agacharme y esconderme debajo de una de las mesas. Toma un cuchillo y se acerca al pasillo de entrada…
—Nova, no…—empiezo con cierto ardor en la garganta.
No quisiera que algo malo le suceda.
Se queda de pie junto a la puerta de ingreso y otras dos mujeres de la cocina hacen lo mismo, hasta que una se atreve a salir, sosteniendo otro de los cuchillos de cocina.
No obstante, un chorro de sangre baña una pared y ahogo un grito al ver tal escena.
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Editado: 29.10.2024