La Noche del Dragón

24 | NACIMIENTO

Una intensa sensación de dolor es lo primero que siento al despertar, un recordatorio punzante de la agonía que me había llevado al borde del abismo con el eco de mis gritos resonando como ecos lejanos en mi memoria. Mi mente está nublada por recuerdos borrosos y confusos, fragmentos de gritos, sombras y plegarias que se mezclan en un torbellino caótico al tiempo que me pregunto dónde estuve o si pudo haber sido un sueño demasiado realista. Parpadeo varias veces, tratando de enfocar la vista, y lentamente me doy cuenta de que estoy recostada en el suelo con la tierra fría y húmeda bajo mi cuerpo.

–¡Kelen, despierta de una vez! Entiendo que el embarazo te ponga somnolienta, pero ya habrá tiempo de descansar. Tenemos que seguir adelante–la voz de Alara resuena clara y urgente, cortando mi estado a través del velo de confusión que envuelve mi mente. Me ayuda a incorporarme con sus manos firmes y decididas que me ofrecen el apoyo que necesito para levantarme.

–¿Mi bebé?–pregunto con voz temblorosa, el miedo y la preocupación por mi hijo anclando mis pensamientos–. ¿Cómo está mi bebé?

Alara asiente, su expresión se suaviza por un momento mientras coloca una mano sobre mi vientre.

–Está vivo y pateando. ¿Lo sientes?

Eso creo.

Sí, lo siento.

–Pero tenemos que movernos, no podemos quedarnos más tiempo aquí–declara.

Sus palabras me dan un alivio momentáneo, pero la urgencia en su voz me impulsa a seguir adelante a pesar del dolor que todavía late en mi cuerpo. Cojeo ligeramente mientras me esfuerzo por mantener el ritmo al andar, mis pasos son tambaleantes al principio tanto por el dolor como por la mala alimentación durante este tramo decisivo de mi embarazo, pero cada vez son más firmes a medida que mi determinación crece con la expectativa de todos alrededor como si supieran hacia dónde nos dirigimos en realidad.

Después de unos minutos de marcha, veo a Thorian y a algunos de los miembros cazadores regresar con los brazos cargados de recursos alimenticios o que tienen apariencia de serlo. Sus rostros están tensos y concentrados, pero hay una chispa de resolución en sus ojos que me da esperanzas de que podremos tener algo de alimento. Nos detienen brevemente para repartir algo de comida, frutos secos y carne curada, lo suficiente para mantenernos en pie mientras continuamos nuestro camino.

El camino es arduo y traicionero por lo que necesito del brazo de Thorian para moverme, el terreno es irregular y cubierto de maleza, pero seguimos adelante con una determinación feroz.

–Thorian… Necesito comentarte algo–le digo, con suspicacia.

–¿Sí?

–Anoche soñé algo. Algo terrible. Era como si se incinerase mi… mi bebé. No lo podría describir, pero el ardor fue…letal.

–¿En tu sueño?

–Sí.

–Descuida. Entonces solo fue una pesadilla.

Por algún motivo su respuesta no me deja del todo satisfecha.

Cada paso nos acerca más a nuestro destino, y aunque el miedo y la incertidumbre pesan sobre nosotros, hay una sensación de camaradería y propósito que nos impulsa a seguir aún con toda la aridez del clima y en nuestros vínculos precarios luego de todo el caos que hemos tenido que pasar.

Finalmente, después de lo que parece una eternidad, llegamos a lo que parece ser una nueva comuna. El lugar tiene un aire de abandono, como un pueblo fantasma atrapado en el tiempo. Las casas están deterioradas, con ventanas rotas y puertas colgando de sus bisagras. Pero hay señales de vida, aparentes rastros de actividad reciente que sugieren que este lugar es más de lo que parece.

–Es aquí–dice Alara con su voz cargada tanto de cansancio y como de alivio–. Este es el refugio del que nos hablaron.

Nos adentramos en el pueblo, explorando con cautela mientras tratamos de encontrar a sus habitantes. Es tenso cada paso que andamos, cada sombra y cada ruido parecen amenazas potenciales. Sin embargo, después de unos minutos, empezamos a ver caras, personas que emergen de las sombras, observándonos con una mezcla de curiosidad y recelo.

–¿Quiénes son ustedes?–pregunta un hombre mayor con su rostro surcado de arrugas y cicatrices que hablan de una vida de lucha.

–Somos supervivientes–responde Thorian, dando un paso adelante–. Buscamos refugio y un lugar para empezar de nuevo. El Dragón Rojo ha destrozado nuestra comuna.

El hombre nos observa por un momento, sus ojos escrutadores persisten evaluando cada uno de nosotros. Finalmente, asiente lentamente.

–Thorian–dice.

–Sí, taita–le contesta al hombre.

¿Cómo le ha llamado?

–Pueden quedarse, pero tendrán que trabajar como todos nosotros. Aquí no hay lugar para los débiles ni para los ociosos.

Agradecemos su hospitalidad y comenzamos a instalarnos, buscando lugares donde podamos descansar y recuperarnos. Mis pensamientos vuelven una y otra vez a mi bebé, la preocupación y el miedo nunca desaparecen del todo, aunque sus pataditas y sus movimientos dentro de mí son la corroboración que necesito para seguir adelante.

Sin embargo, por ahora, hemos encontrado un lugar donde podemos estar a salvo, al menos por un tiempo.

La inquietud me consume mientras exploramos la comuna. Algo no cuadra, y necesito respuestas. Thorian está de pie tras un montón de árboles que prometen frescor y sombra, observando el horizonte con una expresión impasible que me exaspera.

–¿Cómo sabías que encontraríamos esta comuna?–le pregunto sin más, apareciendo a su encuentro. Mi voz está cargada con un tono de acusación.

Thorian se gira para mirarme, sus ojos reflejan una mezcla de cansancio y algo más que no logro identificar.

–He oído rumores sobre este lugar durante mis viajes. Sabía que existía y que sería un buen refugio.

–No me lo creo–replico, cruzando los brazos sobre mi pecho–. Nos has conducido aquí con demasiada seguridad. Y tu “taita” te conocía.




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