No puedo entender lo que está sucediendo. No he quedado a la deriva misma, aunque a juzgar por el intenso dolor que he pasado, quizá lo hubiera preferido así.
Ha quedado golpeada mi conciencia, pero en medio del estado de mareo, siento un vacío extraño en mi interior. Las voces a mi alrededor son un murmullo distante mientras mi mente lucha por procesar lo que acaba de ocurrir. La mujer que me asiste me entrega a mi hijo, pero algo está terriblemente mal.
–¡Está ardiendo!–grita alguien cerca de mí. El pánico en su voz me hace mirar a mi hijo con más atención. Su pequeño cuerpo brilla con un resplandor anaranjado, como si estuviera hecho de fuego. No puede ser real. Estoy alucinando, debo estar alucinando.
–¡Les dije que debíamos ocuparnos de él!–advierte la sanadora.
La mujer rápidamente lo envuelve en mantas húmedas, tratando de bajar su temperatura. –¡Necesitamos enfriarlo! ¡Ahora!–insiste.
El dragón sobrevuela nuestras cabezas, su sombra aún persiste cubriendo la habitación mientras su rugido resuena en mis oídos. Pero mi mente está centrada en una sola cosa: mi hijo. La habitación se llena de una mezcla de miedo y asombro ante la idea de que la criatura que acabo de traer al mundo no sea un bebé normal.
–¿Qué... qué ha pasado?–logro preguntar, mi voz apenas un susurro.
La mujer que me asistió me mira con una expresión de consternación.
–No lo sabemos. Nunca hemos visto algo así. No era placenta lo que expulsaste... nos quemamos en varias ocasiones intentando que tu hijo nazca, ahora buscamos hacer que baje su temperatura.
Siento una punzada de horror. ¿Cómo puede ser posible? Todo mi cuerpo tiembla mientras la realidad de la situación se asienta en mi mente. Mi hijo, mi bebé, ¿cómo pudo haberle afectado todo lo que está sucediendo? ¿Algún proceso infeccioso por tanta cercanía que hemos tenido que pasar por culpa del bendito dragón?
–Tenemos que protegerlo–murmuro, aunque no estoy segura de quién estoy tratando de convencer–. No pueden hacerle daño.
Thorian se acerca con su rostro endurecido por la determinación.
–Nadie le hará daño, Kelen. Te lo prometo.
Por algún motivo, decido creerle.
Aún así puedo ver la incertidumbre en los ojos de todos los que nos rodean.
De un momento a otro una corriente de aire llega a través de las ventanas lo cual provoca un temblor en la construcción donde permanecemos, sin conseguir tirarla abajo.
El dragón se ha marchado, pero su sombra sigue presente hasta que se desvanece; es una amenaza latente en la mente de todos. La gente murmura, susurrando teorías y miedos.
–¿Qué es este niño?–pregunta Alara con sus ojos fijos en el pequeño ser en mis brazos–. ¿Qué significa esto para nosotros?
–No lo sé–respondo, mi voz quebrada–. Pero es mi hijo. Y haré lo que sea necesario para protegerlo.
Alara se vuelve a Thorian, al taita y a todos los de esta comuna.
–Ustedes son los que saben de dragones, jinetes y hechos así. ¿Ya sabían lo que esta tipa cargaba en el vientre y por ello nos condujeron a todos a este lugar para que termine pariendo a quién sabe qué cosa?
La tensión en la habitación se vuelve densa. Las miradas de los demás están llenas de desconfianza y temor. No puedo culparlos. Apenas entiendo lo que está sucediendo yo misma. Pero una cosa es clara: mi hijo es especial, y eso lo convierte en un blanco.
–Tenemos que mantenernos unidos–dice Thorian con su voz firme que en cierto modo despeja el plan que tenían de que yo termine en este sitio–. No importa lo que signifique esto, debemos protegernos mutuamente.
Mientras sostengo a mi hijo, siento una mezcla de amor y miedo. Su pequeña figura, envuelta en mantas humeantes, es un recordatorio de que nada en este mundo es lo que parece. Y aunque el dragón se ha ido, la verdadera batalla ahora se libra en tierra firme. Mis ojos se llenan de lágrimas mientras acaricio la mejilla ardiente de mi bebé, al menos ya no quema tanto como antes.
Dios.
No puedo creer que esté pasando por esto, necesito que alguien me despierte cuanto antes.
–No dejaré que nadie te haga daño–susurro, más para mí que para él. Mi varoncito–. Te protegeré, cueste lo que cueste.
El miedo se mezcla con la determinación en mi corazón. No sé qué traerá el futuro, pero sé que mi hijo y yo lo enfrentaremos juntos. La comunidad está en vilo, y las miradas llenas de sospecha y miedo no cesan. Pero mientras el calor de mi hijo se disipa lentamente, sé que hemos pasado la primera prueba. El dragón puede haberse marchado, pero la sombra de su presencia sigue presente, una amenaza constante en nuestro horizonte.
Llegado el momento de una comida que el taita se encarga de traerme, mira al niño como si de un espectro extraño se tratase mientras intento amamantarlo y me pregunta por su nombre.
–Ignis–le digo sin dudarlo, sabiendo que lo que esa palabra significa–. Su nombre es Ignis.
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Editado: 29.10.2024