La Noche del Dragón

31 | FAMILIA

El aire se vuelve helado y cortante a medida que el dragón me lleva en sus garras y envuelvo a mi bebé en brazos todo cuanto puedo.

El rugido del viento se mezcla con el latido ensordecedor de mi corazón. Mi mente es un torbellino ardiente de miedo y confusión. Ignis, aferrado con fuerza a mi pecho, se agita inquieto, con su pequeño cuerpo irradiando un calor reconfortante que apenas logra mitigar el frío que nos rodea. El Dragón Rojo se eleva más y más, alejándonos del palacio gubernamental en ruinas, que ahora es solo una sombra lejana, ennegrecida por las llamas del fuego embravecido que lo han consumido mientras pienso en todos los que han quedado ahí, pero una parte de mí solo tiene una certeza, solo una persona podría sobrevivir ante un suceso así y es Thorian. Porque está preparado y porque ya le he visto en plena acción.

Los músculos poderosos del dragón se tensan y se relajan con cada aleteo, puedo sentir la fuerza impresionante de la criatura reverberando a través de sus escamas duras y calientes, aunque estoy segura de que está volando a cierta velocidad moderada para no destrozarnos con el viento a mí y a mi hijo, ¿podría decir que está siendo considerado en cierto modo, quizá?

La vastedad del cielo nocturno se extiende a nuestro alrededor, y abajo, las luces de la civilización desaparecen, reemplazadas por la oscuridad de las montañas. A medida que nos acercamos a las cumbres, las nubes bajas y pesadas nos envuelven, sumergiéndonos en una bruma espesa y fría.

Después de lo que parece una eternidad, el dragón desciende en espiral hacia una abertura oculta entre las montañas. Nos lleva a una caverna enorme, cuyas paredes están adornadas con extraños símbolos y runas que brillan con un resplandor tenue, prácticamente una ciudad de piedra montada en las profundidades de la rocosa alta montaña. La caverna se abre a un vasto espacio subterráneo donde yace una comunidad bien establecido. Puedo ver construcciones sólidas, hechas de piedra y madera, y caminos bien definidos que serpentean a través de la comunidad.

Las garras del dragón se aflojan y, con una delicadeza sorprendente para una criatura de su tamaño, me deposita suavemente en el suelo. Mis piernas tiemblan al tocar la tierra firme, y miro a mi alrededor, atónita. Ignis se remueve en mis brazos, sus pequeños ojos aún brillan con curiosidad y temor explorando lo que hay a nuestro alrededor.

La caverna está iluminada por antorchas y lámparas de aceite, y las sombras danzan en las paredes, creando un ambiente casi mágico y surrealista.

Personas comienzan a salir de sus casas y talleres, con sus rostros iluminados por la curiosidad y la reverencia. Susurran entre ellos, señalando al dragón y a mí. Puedo sentir la veneración en sus miradas, y pronto, una mujer mayor con ropas adornadas con símbolos que reconozco de las paredes de la caverna se acerca a nosotros. Sus ojos son amables pero firmes, y me ofrece una sonrisa cálida.

—Bienvenida, Kelen—dice ella, con su voz suave y llena de sabiduría—. Te hemos estado esperando.

—¿Esperando —pregunto y mi voz apenas un susurro. La confusión y el asombro me embargan. ¿Cómo saben mi nombre?

—Sí—responde la mujer—. El dragón nos ha hablado de ti. Eres especial, y tu hijo también. Este es un lugar seguro para ti y para Ignis.

—¿El…dragón? ¿Habla?

—Solo el Dragón Negro.

El corazón se me encoge al escucharles hacer esa mención. Solo conozco uno y es el que me acaba de depositar aquí, es color rojo, no negro.

—Este lugar... —digo, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. ¿Qué es este lugar?

—Es nuestro refugio —responde la mujer—. Vivimos aquí, escondidos y protegidos por los dragones. Él es nuestro guardián, y nosotros lo veneramos por la seguridad que nos brinda. Cuidamos su existencia y los dragones nos cuidan a nosotros.

—¿Por qué habla de dragones…en plural? Y no sé de qué dragón negro habla.

—Ven, por favor, acércate. Te aseguro que en ninguna parte de Mereel estarás más protegida que en nuestro hogar.

Me doy cuenta de que este pueblo está completamente dedicado al dragón. Sus habitantes viven en una especie de simbiosis con la criatura, protegiéndola y siendo protegidos a cambio. Es una relación extraña y poderosa, y siento una mezcla de fascinación y temor. O las criaturas, no lo sé.

La mujer nos lleva a una gran estructura en el centro del pueblo, que parece ser un templo o un santuario. Las puertas se abren con un crujido y entramos en una sala amplia y majestuosa, llena de luz suave y cálida. En el centro de la sala hay un altar adornado con gemas y metales preciosos, y encima, una gran estatua del dragón, esculpida con una precisión asombrosa.

—Este es el corazón de nuestro pueblo—dice la mujer—. Aquí es donde nos reunimos para honrar al dragón y…

Un momento.

Me acerco a ella.

Creo reconocer algo en sus facciones.

—Alara—digo en voz baja—. Alara está…

—¿Conoces a mi hermana? ¿Está viva?

Trago grueso sin saber qué contestarle. Ya sospechaba yo que le estaba viendo algo familiar en el rostro.

—Me salvó la vida. Dos veces, de hecho. Estoy en deuda con Alara.

—Por todos los cielos, nunca tendría que haber descendido a la ciudad. Por eso permanecemos ocultos aquí, aunque comprendo que no es fácil elegir una vida ligada al encierro aún cuando el encierro pueda ser símbolo de protección.

Asiento, aunque las dudas y las preguntas siguen revoloteando en mi mente. La mujer se levanta y me guía a una pequeña habitación adyacente, donde hay una cama sencilla pero cómoda. Me acomodo con Ignis a mi lado, su calor reconfortante llena mi corazón de una paz inesperada.

—No sé si Alara esté viva—le reconozco finalmente en la habitación de piedra que me ha asignado en estas cavernas—. Encontré a Alara justamente en unas cuevas con refugiados que quedaron a la deriva una vez que el Dragón Rojo salió de su escondite.




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