La Noche del Dragón

32 | CAMBIAFORMAS

 

El sonido suave del viento que se cuela por las rendijas de la habitación subterránea y el murmullo de la gente en plena activación de su rutina me despierta con la luz del día impactando directo en mi rostro. El haber dormido en una habitación subterránea dentro de los recovecos de una montaña al menos, es algo que me ha permitido recomponer energías. Cielos, necesitaba tanto una cama.

Despierto con la luz tenue del amanecer filtrándose por las ventanas de la caverna. Ignis aún duerme profundamente a mi lado, su respiración se percibe suave y constante. Me levanto con cuidado, tratando de no despertarlo, dejándolo arropado y contra la pared, bloqueando los costados para que no se caiga si se mueve mientras duerme, luego me acerco a la ventana alta para observar el pueblo. Si es que así se le puede llamar a este conglomerado de personas que trabaja y lleva adelante una vida totalmente a la vanguardia que cualquier civilización, pero completamente oculta. ¿Cómo es posible? Hay tantas cosas que suceden a nuestro alrededor y no somos capaces de verlas. 

La actividad ya ha comenzado; la gente se mueve con propósito, realizando sus tareas diarias con una calma y una eficiencia que me sorprenden. Este lugar, tan extraño y a la vez tan familiar, comienza a sentirse como un refugio, un hogar temporal en medio del caos.

La puerta se abre suavemente y la mujer mayor de la noche anterior entra con una sonrisa cálida. Sí, es la hermana de Alara, se presentó conmigo anoche bajo el extraño nombre de Caitnella.

—Oh, ya estabas despierta.

—Sí, gracias. Llevaba tiempo sin descansar como descansé anoche.

—Ven y desayunemos, necesitas fuerzas. ¿El bebé duerme bien?

—Excelente.

—Ven, vamos.

Me acerco para tomarlo en brazos, lo cual lo despierta y suelta cierto llanto mientras me muevo con mi anfitriona.

—¿Necesitas una ducha?—me pregunta ella.

—¿Tienen?

—Sí, claro.

—Madre mía, también electricidad, gas, todos los servicios esenciales, ¿cómo es posible para un pueblo secreto?

—No somos un pueblo secreto, somos un pueblo y ya. Como todo pueblo, nuestros propios objetivos yacen a la orden del día.

—Su objetivo es proteger al dragón.

—Entrenarnos.

Le doy el pecho a Ignis. Bebe con cierto calor que me entrega su cuerpo, pero yo misma intento sentarme a comer lo que me han servido, parece tocino, palta, huevos duros, pan y té de hierbas. Demasiado bueno para ser verdad.

—Thorian pertenece a este pueblo—le digo, aún procesando todo lo que sucedió ayer.

—Así es. Lo llevaron hace tiempo desde áreas gubernamentales en convenio con milicias que nos dan soporte.

—Entonces, ¿cómo es que ahora pretenden dar muerte al dragón?

—No podrán, aunque quisieran.

—Destrozó el palacio gubernamental.

—Siempre quedan lacras y traidores.

—Cuéntame de este lugar, Caitnella.

—Hace muchos años, nuestro pueblo se formó en estas montañas, guiado por el dragón. Nos enseñó a vivir en armonía con la naturaleza y nos protegió de los peligros del mundo exterior. A cambio, nosotros lo veneramos y lo cuidamos, manteniendo su existencia en secreto.

—Entonces, no es uno sino dos dragones.

—Tres. El Dragón Negro provocó descendencia al cambiar la naturaleza de tu bebé.

—¿Por qué tuvo que ser mi…bebé? No es posible, Ignis no puede ser un dragón.

—Son cambiaformas. Con los años descubrirá su destreza.

—¿Y por qué le haría algo así a mi hijo?

—Para salvarlo. Y para salvarte a ti.

Miro a Ignis, que ha dejado mi pecho y ahora está ocupado jugando con un pedazo de pan. No parece que fuese un niño de días de haber nacido, sino que crece de una manera que me altera, pareciera de seis meses casi. Es difícil imaginar que este pequeño ser pueda tener un destino tan grande.

Eso es la prueba fehaciente de que Nazka lo quería “para investigarlo”.

—¿Qué significa eso para nosotros?—pregunto, sintiendo el peso de las expectativas.

—Significa que debes estar preparada para guiarlo, para protegerlo y para ayudarlo a entender su poder. Nuestro pueblo está aquí para apoyarte, pero al final, la responsabilidad recae sobre ti, Kelen.

Las palabras de la mujer son abrumadoras, pero también hay una extraña sensación de alivio. No estamos solos en esto. Hay personas dispuestas a ayudarnos, a guiarnos.

—Entonces, ¿qué sucederá con el pueblo? Con nuestras familias, con la gente que ha sobrevivido.

—Han entrado en Estado de Sitio. Otras naciones han intervenido, pero el poder siempre estuvo militarizado en Mereel por la intervención del dragón.

—Buscarán exterminar al dragón. O a los dragones, nadie sabe que son dos.

—Por supuesto que lo saben y por ello les buscan.

—Cielo santo, mi bebé…

—No quieren destruir al dragón. Quieren domarlo.

—¿Qué?—parpadeo, aterrada.

—Quien posea un dragón, imagina las posibilidades de dominación y ejercicio de poder por las vías de la fuerza y del fuego que podría ejercer.

—O destruir al mundo entero.

—¿No lo podrían haber hecho ya con pandemias, bombas atómicas o misiles?

—La diferencia es que el dragón tiene consciencia.

—Es un arma más letal y efectiva que otras, pero tiene la capacidad de razonar.

—¿Saben de los cambiaformas allá afuera?

—Solo del Dragón Rojo.

—¿Quién es?

—Una mujer.

Solo eso me contesta. Me estremezco.

—¿Y dónde está ella ahora?

—Es tan buscada que solo puede vivir escondida.

—Debe de tener miles de años.

—Es de las últimas en su especie. No sabemos si hay más escondidos a lo largo del mundo, pero antes podían vivir miles de años, ella tiene cientos y no le queda mucha más vida. Thorian tiene los que tiene y le ha sido otorgado un don inmenso a tu bebé, también una responsabilidad brutal.




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