La Noche del Dragón

33 | GUERRA

El días siguiente pasa con un ritmo casi hipnótico en el pueblo escondido entre las montañas. La rutina se establece rápidamente y pronto me encuentro sumergida en la vida cotidiana de esta comunidad secreta. Por la mañana, me levanto temprano para ayudar en los jardines subterráneos, donde las plantas crecen con una exuberancia sorprendente bajo la luz artificial. Han montado su propio pueblo sumergidos en las montañas y es asombroso que cuenten con todo lo necesario y sean autosuficientes para sustentarse, es evidente además que llevan añares aquí viviendo y que siempre han estado en contacto con la ciudad, aunque bajo normativas estrictas para no atraer intrusos. La gente aquí es amable y trabajadora, un tanto endogámica a decir verdad, siempre dispuesta a enseñarme y a compartir sus conocimientos. Tienen sus propios credos y sentido de la patria, le tienen respeto a la naturaleza y a los dragones en tanto parte de ella, los dragones también cuidan de esta gente, lo cual puede marcar la pauta de que los dragones hayan atacado de una manera tan brutal como no se tiene registro de que haya sucedido antes.

Ignis parece adaptarse rápidamente, su energía inagotable encuentra nuevas formas de expresarse mientras me encargo de cuidarlo como a un bien sumamente preciado, más allá de ser mi hijo, también tiene cualidades especiales que le provocan ser el foco de atención para otros intrusos que bajo ningún motivo pueden acercarse a él. Bueno, aquí justamente se supone que tienen en estima al que llaman “el niño de fuego”, pero no es garantía suficiente para ceder en mi confianza al cien por ciento hacia las personas que nos rodean. Solo tengo cierta estima por Caitnella y creo que es por su parentesco con Alara y porque tiene el mismo sentido de protección hacia mí por el cual le estoy sumamente agradecida, en serio que me encuentro orando en ciertos momentos para que siga con vida igual que Thorian. Nazka…rayos, no lo sé, quisiera que esté vivo, pero su presencia me parece una amenaza ante la comunidad que me rodea.

A lo largo del día, mi mente se desvía constantemente hacia Thorian y los supervivientes que dejamos atrás. Me desespera no tener noticias de ellos, no saber si están a salvo o si siquiera están vivos. La incertidumbre es una tortura lenta y constante que amenaza con desgarrar mi paz frágil. Que el gobierno haya intervenido las comunicaciones dentro de Mereel es un problema para sus propios habitantes, pero también la prueba de que hay distintos grupos con distintos intereses que buscan sacar una tajada a lo que está sucediendo con esta salida del dragón y es el punto en el que Nazka se vuelve una amenaza porque no cabe duda alguna de que lleva metido hasta las narices en toda esa basura desde el inicio.

Cada vez que alguien entra o sale del pueblo, mis ojos buscan desesperadamente entre las sombras, esperando ver una figura conocida, una señal de esperanza. Buscar recursos se vuelve una dificultad, pero una a la que pueden responder bien porque ellos son personas entrenadas desde el minuto cero para sobrevivir con dragones y con la amenaza de quienes amenazan a los propios dragones.

Termina la jornada y, una vez que voy a descansar con Ignis, se me encoge el corazón porque cada día que pasa, solo vuelve más y más compleja la posibilidad de que tengamos buenas noticias.

Al día siguiente, con Ignis siendo mecido por una adolescente dulce que se muestra atenta, ayudo en los jardines a recolectar las frutas y verduras que se cultivan con esmero, pero un sobrino de Alara y su hermana se acerca corriendo, ha de rondar los veinte años y si no fuese de confianza, no le creería a su rostro pálido advirtiendo con agitación:

—Kelen, ven rápido—dice él con la voz temblando—. Hay algo que debes ver.

—¿Qué sucede, Ian?—pregunta la chica, Jules.

—¡Vamos, es importante!

Intercambio cesta por bebé con Jules y vamos con prisa hasta la colina donde nos lleva. Ya hay otras personas yendo en esa dirección hasta la vista panorámica. Mi corazón late con intensidad mientras nos acercamos y encontrar a Caitnella es una pizca de claridad, no obstante, apenas llego, no es necesario que pregunte ya que lo veo con mis propios ojos. Todos se muestran con severa preocupación.

Las fronteras abiertas y tanques de guerra seguidos por vehículos militares avanzando por el valle, acompañados por soldados que marchan con precisión y determinación. Bandas de colores brillantes ondean al viento, avionetas de guerra y una militarización severa que demuestra que todo ha cambiado para todos en Mereel.

—Es la Organización Mundial por la Paz—me explica el marido de Caitnella—. Han considerado el ataque del dragón al palacio gubernamental como una vil declaración de guerra. Han venido a restaurar el orden.

—Tienen el compromiso firme de exterminar cualquier señal del dragón—espeta ella.

—Hay que proteger a Thorian si es que aún sigue vivo—llora una mujer a mi lado y, a juzgar por su desesperación, alcanzo a intuir que podría ser su madre.

Por todos los cielos…

Eso también pone en peligro a Ignis en caso de que lleguen a esta parte de las montañas, las fuerzas armadas van a peinar hasta el último rincón de esta población con tal de dar con aquello que buscan.

El miedo y la desesperación se apoderan de mí. La vista de los tanques y soldados es un recordatorio brutal de la realidad que hemos dejado atrás. La guerra no solo continúa, sino que ha escalado a niveles inimaginables.

—¿Qué haremos? —pregunto, sintiendo el horror trepando por mi sangre y me aferro a Ignis arrastrando mis últimos atisbos de esperanza. Ya es un hecho que no hay más lugares dónde ir, nadie más que ellos estarían dispuestos a protegernos.

—Resguardarnos—espeta Caitnella—. Y prepararnos para atacar de ser necesario.

—Pero ya no tenemos dragones—suelta la mujer a mi lado—. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo está allá aún!

—Basta, Theresa—le contesta Caitnella con firmeza—. Debemos defendernos por nuestros propios medios porque esto solo demuestra que el nivel de violencia no parará de escalar cada vez más. Mucha sangre queda por ser derramada aún.




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