La Noche del Dragón

38 | ALIANZA

El viento ruge en mis oídos mientras el dragón escarlata surca el cielo, sus poderosas alas se desplazan cortando el aire con cada aleteo, las nubes se ven barridas con estrépito y los hechos van más rápido de lo que realmente me siento capaz de procesarlos.

El dolor en el rugido del dragón consigue lastimarme realmente, me duele a mí en carne propia ver su sufrimiento y noto que Ignis también llora con desamparo, un sonido que resuena en lo más profundo de mi ser. Siento cómo su cuerpo se tambalea, cómo el calor de su sangre comienza a hacerse notar en mi cuerpo, pero de alguna manera, a pesar de la devastación, logra estabilizarse. Su vuelo se vuelve más pesado, más lento, y sé que está gravemente herido.

Los misiles restantes siguen acercándose, trazando arcos de destrucción en el cielo. El dragón escarlata ruge de nuevo, esta vez con una furia renovada y con un giro imposible para una criatura de su tamaño, se lanza en picada hacia la tierra. El cambio repentino de dirección me hace perder el aliento y retrocedo desesperadamente ante la situación.

—¡Debemos encontrar un lugar seguro!—pienso en voz alta, aunque no sé cómo. Estamos siendo cazados por nuestra propia especie y no hay refugio visible en el horizonte, solo el vasto y oscuro cielo y la tierra donde el peligro se aproxima rápidamente.

El dragón se zambulle hacia un bosque espeso, con sus alas aún batiendo con fuerza a pesar del daño. A lo lejos, veo los misiles explotar en la distancia, destruyendo todo a su paso, pero por un milagro, parecen no alcanzarlo.

—Tranquilo, pequeño, estamos a salvo… por ahora—susurro a mi bebé, aunque no estoy segura de a quién intento consolar más, si a él o a mí misma.

El dragón escarlata gime mientras se recuesta, su ala herida es un desastre de carne y escamas destrozadas. Mi corazón se rompe al ver el dolor en sus ojos, tan llenos de inteligencia y poder, pero también de una vulnerabilidad que nunca antes había percibido.

—No tenemos mucho tiempo. Necesitamos llevarte a un lugar seguro antes de que los rastreadores lleguen—dice Caitnella y noto que su voz es apremiante—. El dragón tendrá asistencia de los nuestros, pero tú y el niño deben venir con nosotros.

Dudo por un momento, mirando al dragón escarlata. Siento un vínculo profundo con esta criatura, una conexión que va más allá de lo que puedo entender. Pero sé que no puedo quedarme aquí, no con Ignis en mis brazos.

—Lo harán bien —dice el hombre—. Tienen la capacidad de curarlo. Pero si te quedas, todos estaremos en peligro.

Finalmente, asiento, sabiendo que no tengo otra opción. El grupo se mueve con rapidez, preparándose para llevarme a algún lugar más profundo en el bosque, donde, espero, encontraremos la seguridad que tanto necesitamos.

Nos movemos en silencio a través de los árboles, cada crujido de las ramas bajo nuestros pies suena como una alarma en medio de la tensión que nos rodea. Siento el peso de las miradas en mi espalda, la expectativa y el miedo en los ojos de estas personas que me han recibido. Son supervivientes, como yo, y saben lo que está en juego.

Llegamos a una cueva oculta por la vegetación, una entrada apenas visible a simple vista. Nos adentramos en su interior, donde el aire es fresco y húmedo, y las paredes de piedra parecen cerrar el mundo exterior. Dentro, hay una sensación de seguridad, pero también de aislamiento. Este es un refugio, pero también una prisión, un lugar donde la realidad del mundo exterior queda relegada a un segundo plano.

Una vez dentro, me conducen a una sala iluminada por lámparas de aceite. Los rostros cansados de las personas que nos rodean reflejan la gravedad de la situación. Me siento en una banca de piedra, Ignis en mis brazos, y miro alrededor, tratando de entender por qué estoy aquí, por qué han venido a ayudarme.

—¿Qué es este lugar? —pregunto finalmente, mi voz resonando en la cueva.

—Este es un santuario antiguo.

—¿Y qué se supone que…?

El rugido distante de otro dragón resuena a través de las paredes de la cueva, un recordatorio de la batalla que continúa en el exterior.

Se perciben pasos.

De hombre.

Hasta que una figura comienza a recortarse, descubriendo así que…

—Thorian—farfullo, consternada.

Y trás él hay pasos.

Pesados.

Las escamas rojizas de la bestia me anticipan que también la conozco a ella.




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