La Noche del Dragón

42 | MASACRE DE DRAGONES

El aire en el refugio es denso, cargado de silencio y expectativa aún luego de lo que hemos visto que mi hijo es capaz de hacer.

No he dormido nada y no es bueno carecer de descanso, pero lo cierto es que Mereel está atravesando un exterminio completo mientras los dragones, que son pocos, intentan luchar contra los avances letales de la guerra interpuesta por humanos.

Los primeros destellos del amanecer apenas se asoman por las grietas de las paredes de roca cuando escucho el sonido de pasos apresurados y murmullos ansiosos que rompen la quietud del refugio, lo cual me espabila un poco.

Un momento.

Hay intrusos en el santuario.

Tomo a mi hijo entre brazos y busco esconderme, pero es tarde. Mi corazón se acelera, una mezcla de esperanza y temor me recorre mientras los veo: figuras que emergen del túnel oscuro, iluminadas por la luz de las antorchas.

Y reconozco a las personas que están entrando.

Entre ellas está la joven que cuidó de Ignis cuando estuvimos en el refugio anterior en la zona más baja colindante a la zona cordillerana de Mereel, la chica de mirada dulce y manos suaves que lo había protegido a mi hijo como si fuera suyo o como si fuese un querido hermanito pequeño. Ignis, en mis brazos, se agita al reconocerla y suelta un pequeño gorjeo. Ella me lanza una sonrisa cálida, aliviada de verlo a salvo. Mi pecho se siente más liviano por un momento. Estamos reencontrándonos con quienes creímos perdidos. Ella no viene sola: entre los rostros familiares destaca otro que hace que todo mi cuerpo se tense de inmediato.

—¡Alara!—exclamo, sintiendo un nudo en la garganta al verla.

Ella me sonríe y en sus ojos puedo descubrir una mezcla de cansancio, alegría y determinación. Antes de darme cuenta, corro hacia ella y la envuelvo en un abrazo apretado. Habíamos creído que había caído en combate o, peor, que había sido capturada. Un momento…¿fueron capturadas?

—Estás viva—susurro, y en ese momento, las lágrimas que no sabía que llevaba dentro escapan sin control–. Están vivas.

Abrazo a ambas.

—Y tú también—responde ella, su tono cálido pero firme. Alara, siempre tan fuerte, tan imperturbable. Me aparto para mirarla a los ojos, pero mi alivio no dura mucho.

Porque detrás de ellas, aparece Nova. Y mi corazón se hunde en un abismo de emociones confusas. Nova... La mujer que pensé que jamás volvería a ver, la que desapareció durante las invasiones, la única que cuidó de mí durante mi primera captura, la más letal de todas porque me acusaban de apañar a Nazka en aquel entonces. Su rostro está pálido, más delgado que antes, y hay sombras profundas bajo sus ojos, como si hubiera vivido una pesadilla interminable. Aún así, ha sobrevivido.

Me esfuerzo por mantener mi expresión neutral, pero la sensación de incomodidad es innegable. Ella también me reconoce al instante, y puedo ver un destello de algo en sus ojos: ¿culpa? ¿resignación?

Es como si ambos compartiéramos un pasado que nunca dejamos atrás y ahora tenemos que enfrentarlo aquí, en este rincón perdido de la guerra.

—Kelen...—dice Nova con voz baja, casi temerosa.

—Nova. —Le devuelvo el saludo, pero mi tono es distante. No sé qué hacer con todo lo que estoy sintiendo. Alivio, sí, pero también dolor por las heridas no cerradas. ¿Qué se supone que hacen acá? ¿Cómo llegaron?

–¿Alara?

Caitnella aparece detrás y ambas hermanas se funden en un abrazo, pero me quedo con Nova. Ella no pierde tiempo en disculpas ni explicaciones. En cambio, va directo al punto, con la voz entrecortada por el agotamiento.

—Nazka está vivo.

El impacto de sus palabras es como un golpe en el estómago. Mi respiración se detiene por un segundo eterno. Nazka. Vivo.

—¿Qué...? ¿Cómo es posible? —Mi voz es apenas un susurro, como si no pudiera dar crédito a lo que estoy escuchando.

—Fue capturado, pero después de las invasiones, algo cambió—explica Nova rápidamente—. Lo liberaron, y ahora es el máximo mandatario... de lo que queda de la Nación. Ha asumido como superviviente designado la presidencia de Mereel tras el ataque del Dragón Rojo al Capitolio.

Las palabras retumban en mi mente Nazka, el hombre que fue mi prometido, el padre legítimo de Ignis, no solo está vivo sino que ahora tiene el poder absoluto en un mundo fracturado por la guerra más letal que jamás creí que viviría para conocer. No sé si sentir alivio, miedo o rabia.

—¿Por qué estás aquí?—pregunto finalmente, intentando mantener la compostura mientras mi mente gira en todas direcciones–. ¿Por qué…están todas ustedes aquí…?

–Nos encontraron–declara Caitnella y siguen apareciendo otros supervivientes del refugio. Incluso Los Maestros comienzan a rondar.

Nova baja la mirada por un momento antes de hablar, como si las palabras fueran difíciles de pronunciar.

—Nazka me envió para traerte un mensaje. Quiere que medies en la guerra.

—¿Qué...? —Parpadeo, tratando de procesar lo que me está pidiendo.

—Nazka cree que tú eres la única que puede convencer a ambas partes de poner fin a este conflicto por tu cercanía con los dragones—continúa Nova—. Quiere llegar a un acuerdo con la raza de los cambiaformas, ya tienen toda la información que necesitan para provocar un exterminio absoluto, pero no es ese el objetivo. Un alto al fuego es lo que proponen. Si podemos lograrlo, Mereel podría tener una oportunidad de volver a ser lo que era... o al menos algo cercano a la paz.

Me quedo en silencio, con mis pensamientos revoloteando como hojas en un vendaval dentro de mi consciencia.

Nazka. Queriendo un alto al fuego.

Es difícil de creer, después de todo lo que ha sucedido, aunque si ahora ocupa el máximo rango de poder, si la Nación se destruye en su totalidad, luego no tendría qué gobernar, además otras entidades han de estar mediando para que el conflicto no se expanda.

–Han asesinado a dos de nuestros dragones tras haber arrasado con nuestra raza en todos los continentes a lo largo de la Historia.




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