Me siento en el banco y recojo mi cabello en una coleta alta. Reviso con cuidado el lienzo, abro mi caja de lápices y tomo uno, reviso la punta. Abro la caja de difuminos y la dejo abierta sobre la mesa redonda junto a mi lienzo. Acomodo los rotuladores especiales para dibujo por colores. Saco mi caja de pinceles y dejo uno junto a los colores.
Cuando yo termino mi rutina antes de pintar, miro a Santiago.
—No te muevas. —le pido.
Empiezo a pintar, siempre se me dio bien dibujar y pintar, desde que era pequeña me ha gustado. Tuve suerte de encontrar algo en lo que soy buena y que me gusta mucho. Los paisajes eran mi cosa favorita para dibujar cuando estaba en el colegio. Después solo quería dibujar atardeceres y ahora son ojos, me gusta pintar ojos, son el alma de las personas, una puerta aquellos sentimientos que queremos ocultar, una puerta a quienes somos realmente. A veces hay gente que no entiende mi arte, lo entiendo, es arte no tiene por qué gustarles a todos, tiene que mover algo en ti, hacerte sentir algo. A veces cuando le muestro una de mis pinturas a alguien la ven y sienten lo opuesto a lo que yo sentía mientras la pintaba.
—Escuché lo que dijiste. —le digo a Santiago. —Sobre esperar a la noche de bodas.
Me concentro en sus cejas, en la forma y como se acomodan con una extraña simetría en su rostro y hacen destacar su mirada.
—Lo sé. —me responde él con normalidad, como si le hubiera dicho algo sobre el clima.
Lo miro un momento antes de volver mi atención a lo que estoy dibujando. Él mueve un poco las cejas y casi me hace trazar mal, cierro los ojos y recuerdo como estaba él antes, su rostro relajado y vuelvo a pintar.
—¿Por qué lo dijiste?
Observo con mucha atención sus ojos grises. Por fin puedo pintar aquellos ojos, me tomo más tiempo del necesario observando sus ojos. Suspiro y empiezo a dibujar, dibujo sus ojos con la esperanza de entenderlo mejor, de ver en ellos aquellos que quiero saber. De descubrir en sus ojos que siente Santiago por mí.
Los ojos a veces dicen lo que nosotros no nos atrevemos a decir.
—Porqué quise decirlo, Hope, es así de simple.
Es extraño porque las cosas no suelen ser tan sencillas cuando se trata de Santiago Miller.
Es fácil para mi mantener la calma mientras dibujo. Me dirijo a él en un tono neutral tratando de no perder la contracción en lo que estoy dibujando.
—¿Por qué quisiste decir eso?
Pienso en la forma de conseguir plasmar aquel gris de sus ojos, ninguna técnica parece adecuada, nada parece suficiente.
—¿Cuál es tu pintura favorita? —me pregunta él para cambiar de tema.
No me toma mucho tiempo pensar en una respuesta.
—Noche estrellada de Vicent van Gogh. Tenía ocho años cuando la vi por primera vez, fue después de ver esa pintura que supe que quería hacer esto para toda mi vida.
Mi papá me dio una fotografía con aquella pintura y yo la puse en el espejo de mi tocador. La veía todo el tiempo mientras me cepillaba el cabello. Cerraba los ojos y me imaginaba estar mirando aquella noche que él pinto.
—Mi mamá creía que estaba embarazada. —le digo a Santiago siguiendo su idea de cambiar de tema y no hablar sobre aquello que él dijo. Si él no quiere hablar es porque fueron solo palabras dichas por la emoción del momento. —Me llamó santa virgen Hope, patrona de las hijas mentirosas. No quería creerme que no eran mis exámenes de laboratorio.
Cuando llegué le conté a Santiago sobre el embarazo de Ellie, él tampoco sabía nada y sospecho que recién en este viaje Ellie le va a contar a Daniel. Tal vez incluso y adelanten sus planes boda. Regresan hoy en la tarde de su fin de semana romántico.
—Me emociona mucho la idea de un sobrino o sobrina. No tienes idea lo feliz que me siento por mi hermana.
—Te gustan mucho los niños. —me dice Santiago. —¿Has pensado en tener hijos?
—Sí por supuesto, siempre he querido tener hijos, dos o tal vez tres. ¿Tú quieres hijos?
Él no responde enseguida lo veo analizar mi pregunta.
—Sí.
Le sonrió al dibujo y estoy segura que él está sonriendo también. Me permito soñar un poco, fantasear con una vida junto a Santiago. Tal vez me estoy engañando y los dos no funcionamos juntos, quizás solo quiero creer que podemos tener algo. Además, porque tengo que dar yo el primer paso siempre, con Emmanuel yo di el primer paso y con Guillermo también. Por una vez quiero que alguien de, el primer paso hacia mí, que alguien se arriesgue por mí, sé que lo valgo. Yo valgo la pena.
Una hermosa rubia de piernas largas, ojos azules, una sonrisa brillante y con una confianza que sale por cada uno de sus poros, camina hacia nosotros. Santiago se gira y se sorprende al verla, ella le sonríe y mueve su mano.
—Felicidades a ustedes dos. — nos dice mientras se quita las gafas de su blusa y las guarda en su cartera—¿Cómo estás Hope?
Dejo todo y me paro para saludar a Eva. No paso desapercibida la mirada de Santiago cuando saludo a Eva.
—¿Se conocen? —le pregunta Santiago a Eva.
—Sí, la conocí hace un año creo, en Ibiza.
Eva es la mujer con más amor propio que conozco y tal vez también la mujer más sensual que he tenido el gusto de conocer. Cuando la conocí fue por casualidad, ella es publicista y una profesora de arte de la Universidad tenía una exposición y me pidió ayuda, Eva era la publicista de aquella exposición, a pesar que tiene mi edad.
—No sabía que venías. —le dice Santiago.
—No sabía que tenía que avisarte. —le responde ella mientras le da una deslumbrante sonrisa a la que Santiago corresponde. —Sigo esperando a que me digas como estás.
El teléfono de Santiago suena y él se disculpa mientras se aleja para contestar.
—Bien, regresé a casa, tengo un trabajo, estoy comprometida. —le digo mientras levanto mi anillo.
Ella toma mi mano y observa con cuidado el anillo.
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Editado: 28.10.2021