La noche en que nos conocimos.

Capítulo 20 Cinco minutos más.

Extendiendo mi mano y le hago una seña para que deje las llaves en la palma de mi mano. Él se aferra a las llaves con fuerza.

—Mis llaves. —le digo. —Lo prometiste. Dijiste que renovará mi licencia y me dabas tu auto.

Le vuelvo a enseñar la licencia y no puedo evitar sonreír al ver mi foto, salí hermosa. Santiago frunce su seño y veo como me mira a mí y después a su hermoso auto. En este momento estoy segura que está más preocupado por el auto que por mí.

¿A quien quiero engañar? Es obvio que esta así por su auto.

—Es un auto delicado, Hope, tal vez...

No dejo que continúe, le quito las llaves del auto y corro. Él me mira molesto y me grita que le regrese las llaves.

—Hope deja de ser infantil y dame mis llaves.

Levanto mi dedo y lo muevo de un lado a otro, muevo mis labios y le digo que no.

—Es mi auto. ¿Recuerdas nuestro trato?

Camino hasta el hermoso auto y paso mi mano por su capo.

—¿Quieres ir a dar una vuelta, Santiago?

Él no me dice nada y solo me mira molesto. ¿Realmente cree que al mirarme así me hará devolverle las llaves? Pues se equivoca, ver su cara enfadada solo me da risa y ganas de probar que tanto lo puedo hacer enfadar. Entro en el auto y lo enciendo con una sonrisa mientras acelero. Por el espejo retrovisor miro la cara de Santiago y juro que desearía poder tener una cámara para poder captar su cara.

Tal vez cuando regrese dibuje su cara y le regale el dibujo.

Conduzco sin rumbo fijo, me gusta manejar y este auto me hace adorar aún más hacerlo. El sonido del motor es música para mis oídos.

—Hermosa. ¿Quieres ir a dar un paseo? —le digo a Lola que está parada en una esquina esperando un taxi.

Cuando ella me ve chilla de emoción al ver el auto y no piensa dos veces antes de subirse.

—¿De dónde sacaste esta belleza de auto? —me pregunta ella.

—De mi prometido.

Me pregunto si Santiago sigue afuera del apartamento de Lola esperando a que yo regrese. Seguro ahora se está arrepintiendo de haberse ofrecido para ayudarme con la mudanza. Cuando él llegó hoy en la mañana a la casa de mis padres para ayudarme a llevar mis cosas, no le dije que ya tenía mi licencia porque sabía qué pensaría en una excusa para no darme el auto, así que esperé a que todas mis cosas estuvieran en mi nueva vivienda para decirle y ver su cara al saber que me tendría que dar su amado auto, no tuvo precio. Él creía que en serio no iba a obtener mi licencia.

—¿A dónde vamos? —me pregunta ella.

—A comer algo, me muero de hambre.

Conduzco hasta un restaurante que nos gustaba venir con Lola casi todo el tiempo.

Cuando me bajo del auto me quito mis lentes de sol y saco mi teléfono de mi bolsillo para mandarle un mensaje a Santiago.  Pienso en que tal vez debería llamarlo, pero no, creo que por ahora con un mensaje es suficiente. Con él decidimos llevar las cosas con calma, un paso a la vez y tratando de seguir como hasta ahora y por el momento, todo está bien, discutimos a veces y eso parece ser algo inevitable entre los dos. Las discusiones a veces empiezan por cosas absurdas y terminan de manera absurda, a veces cuando él está cansado de discutir solo me dice que debemos ir por un helado y sabe que la discusión termina en seguida. A él le gusta tener la razón y a mí también.

Nuestro carácter es fuerte, tal vez por eso siempre estamos chocando y parece que estamos en un campo de batalla. Pero también hay momentos muy bonitos y divertidos, él parece disfrutar mucho de mis locuras e incluso me apoya en muchas de mis locas ideas y siempre está teniendo pequeños detalles conmigo, recuerda todo lo que le digo y presta mucha atención cuando yo le hablo. Me doy cuenta que a veces él me queda mirando con mucha atención cuando cree que yo no me doy cuenta, eso me gusta, no puedo evitar sonreír cuando siento su mirada fija en mí o cuando estamos sentados los dos solos en algún lugar y su mano busca la mía como si no pudiera estar lejos de mí.

—En serio tengo mucha hambre. —le digo a Lola mientras nos sentamos en la mesa que nos indica el maître.

Leo el menú de forma rápida porque ya sé lo que quiero comer. La camarera viene a tomar nuestra orden.

—Pasta boloñesa. —le digo con una sonrisa.

Lola se pide una ensalada. Ella es vegetariana.

Una hermosa melena rubia y una risa que me hace estremecer y me trae amargos recuerdos aparecen en la puerta del restaurante. Lola gira su cabeza cuando escucha aquella risa y hace una mueca de desagrado y enfado.

La rubia mueve su melena con gracia y camina con elegancia, se detiene en seco cuando me ve y veo la sorpresa en su mirada. Ella tiene el pelo aún más largo de lo que puedo recordar. La mujer que camina a su lado tira de su brazo para hacerla avanzar y llamar su atención, la mujer al ver que ella no se mueve sigue la dirección de su mirada y me mira sin entender porque su amiga parece haber visto un fantasma. Ella mueve la cabeza y parece recobrar la compostura, gira su cara hacía su amiga y le da una sonrisa mientras empieza a caminar hasta su mesa. Ella pasa a mi lado y su perfume me revuelve el estómago.

—Había olvidado que a ella también le gusta venir aquí. —me dice Lola mientras lanza una mirada asesina hacia aquella rubia.

Tarde o temprano nos teníamos que encontrar. Al menos agradezco estar con Lola cuando sucedió.

—El otro día la vi saliendo de una tienda de novias. —me dice Lola. —Me miro y me saludo con normalidad, obviamente yo no la saludé.

Lola aún no la perdona por lo que sucedió. Ella es una buena amiga y siempre está cuidando mi espalda.

—¿Por qué tú nunca te enfadaste con ella? —me pregunta Lola.

Realmente no lo sé, quizás porque en esos momentos solo quería llorar y estaba ocupada tratando de reparar mi corazón, buscando las partes que Emmanuel tiró en el camino.

Me encojo de hombros y ella me sonríe con cariño.




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