La noche en que nos conocimos.

Capítulo 23 Decir adiós a lo que perdimos.

El pitido de la maquina me hace sentir ansiosa, igual que mirar las luces de aquella maquina o el olor a desinfectante que hay en el piso. El blanco de las paredes no ayuda mucho. Me recuesto en la incómoda silla negra que está en una de las esquinas y me cruzo de brazos mientras espero a que la enfermera llegué.

Rosalie no está aquí, algo que agradezco. Nos hemos topado un par de veces y solo nos saludamos por simple cortesía. Ella no me ha preguntado porque estoy aquí o me ha pedido que ya no venga. Creo que ahora a ella, al igual que a mí, solo nos preocupa el bienestar de Emmanuel. Los exámenes que le hicieron no salieron bien. Tiene cáncer de estómago y está muy avanzado. Una hermana de mi papá murió de cáncer cuando yo tenía diez años, mi tía sufrió mucho y la enfermedad la consumió en pocas semanas. Mi tía murió a los tres meses que empezó el tratamiento y a ella le dieron más esperanzas de las que le han dado a Emmanuel.

Trato de ser positiva y creer que todo va a estar bien, que él se va a recuperar porque es una persona fuerte y no se puede rendir ahora. Es muy joven. Pero la muerte no suele discriminar por edad, sexo, clase social o color de piel. La muerte nos trata a todos igual.

—Vas a estar bien. —le digo en un susurro.

Él esta dormido, pasa casi todo el tiempo así, descansando. Empieza su tratamiento mañana y todos estamos preocupados por cómo va a reaccionar a la quimioterapia.

Luce muy pálido ahora, tal vez por la luz blanca de la habitación o por lo mucho que se ha debilitado desde que ingresó al hospital. Todo por culpa del cáncer ¿Por qué él? ¿Por qué Emmanuel? Pero no hay respuesta a mi pregunta, ni en el ámbito científico, ni en el espiritual.

Yo no me considero una persona religiosa, mi abuela lo era y mi madre lo es, pero yo no. Sé muchas cosas sobre la religión que mi madre cree y profesa, la respeto, pero hasta ahí. Pero ayer después de visitar a Emmanuel, después de mi trabajo como todos los días, entre a la pequeña capilla que hay en el hospital. Me senté a dos bancas de distancia de donde está Cristo crucificado. No había nadie en la capilla y había algo tranquilizante en el ambiente y creo que también me relajó el suave aroma a incienso. Me senté en silencio y miré a la nada. No recé o agradecí algo como suele hacer la gente que va a la Iglesia, solo me senté en silencio a pensar y tratar de aclarar mi mente. Tampoco sentí aquello espiritual que la gente dice sentir cuando habla con Dios, no es que esperaba sentirlo.

Estuve dos horas sentada ahí en silencio sola con mis caóticos pensamientos.

 —Buenas tardes. —me saluda la enfermera con una cálida sonrisa.

Ella empieza a revisar los signos vitales y le toma la temperatura. Inyecta algo en el suero y me dice que está bien, que, si sigue así hasta la noche, pueden empezar sin problemas la quimioterapia mañana.

Le sonrió y la agradezco.

Ella se va y me dice que regresará dentro de unas horas, pero yo ya no estaré aquí. Aún no me decido si venir mañana a la quimioterapia o esperar al lunes para ver cómo sigue. Lo más seguro es que decida venir el lunes, así me evito toparme con la familia de Emmanuel que a pesar de ser amables conmigo, a veces me miran con pena y eso es algo que detesto. Pena por ser la novia que él dejo y tener que ver a su prometida. Pero no me importa verlo con ella, eso es algo que acepté hace tiempo.

 —Adiós, Emmanuel, espero que mañana todo salga bien.

Tomo mi bolso y salgo de la habitación.

Rosalie está parada afuera, seguro estaba esperando a que yo salga. Ya nos hemos familiarizado con el horario de la otra. Le doy las buenas tardes sin mirarla y ella hace lo mismo. Camino hasta la salida del hospital y llamo un taxi.

Después de la confrontación que tuve con Santiago dejé su auto en su casa. No me sentía bien teniendo su auto después de ver todo lo que mis inseguridades han causado y siento que no he visto nada. Que él esconde mucho más que aquello que me mostró.

La música que estaba tocando se ha repetido en mi cabeza e incluso la llegué a descargar en mi teléfono mientras pensaba en él y en cómo o qué debo hacer para poder solucionar este problema. No hemos hablado desde aquel día y ya han pasado diez días desde que eso sucedió. Nada parece estar bien entre nosotros y las cosas parecen que van a seguir así, si yo no hago algo pronto.

Peyton me visitó el otro día y me cuestionó toda su visita sobre mi relación con Santiago. Lola no me ha preguntado directamente, pero veo como me mira con preocupación y me dice que ella está ahí para mi si quiero hablar o simplemente si quiero algo de compañía. Debo verme fatal porque incluso Ellie me ha llamado desde que almorzamos juntas. Pensé que estaba haciendo mi mejor esfuerzo por fingir que todo estaba bien, creí que era buena fingiendo, lo hice después de mi ruptura con Emmanuel y todos me creyeron excepto mi mamá. Mi madre solía venir a mi cuarto en las noches y acostarse a mi lado mientras me pasaba una mano por mi cabello y me decía que todo iba a estar bien. Ella secaba mis lágrimas y se quedaba conmigo hasta que dejaba de llorar.

Jamás le dijo a nadie que yo solía llorar por las noches o que ella me hacía compañía.

Diremos la verdad, que todo fue una mentira. Que esto es una mentira. Que jamás fue real y jamás lo será. —fueron las palabras de Santiago y parece que ahora, realmente no hay nada entre los dos.

Cuando llego al apartamento todo está en silencio. Lola no está. Camino hasta mi habitación y dejo mi bolso sobre la cama, me quito los zapatos y me recuesto un momento en la cama.

Cuando me despierto son las siete y mi estómago me exige comida, pero mi cuerpo me pide un baño. Me quito la ropa y me doy una relajante ducha. Envuelvo mi cabello con una toalla y camino en pijama hasta la cocina. Hay una nota en el mesón donde Lola me dice que ha preparado lasaña para mí y que la ha dejado en el microondas. Sonrió al ver la nota. Ella siempre preocupándose por los demás, me pide que coma y estoy segura que por ir ayudar a alguien ella se ha olvidado de comer, pero así es Lola.




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