La noche en que nos conocimos.

Capítulo 24 Corriendo en la oscuridad.

*Este capitulo es narrado desde la perspectiva de Santiago y sucede varios años atrás. *

Las gotas de lluvia caen con fuerza y la ventana de la cabaña está completamente empapada. Parece que estamos detrás de una cascada. Ella recuesta su mejilla contra el frío vidrio de la ventana y cierra los ojos mientras una pequeña sonrisa aparece en su rostro en forma de corazón. Tiene el cabello suelto, largo, recuerdo que cuando la conocí tenía el cabello corto un poco más abajo de los hombros. Pero ella destetaba como le quedaba el cabello corto, aunque para mí, se veía muy bien.

Le gusta tener su cabello largo, suele poner el cabello encima de la almohada cuando va a dormir. Me recuesto en el filo de la ventana y la observo en silencio como hace diferentes expresiones aún con los ojos cerrados. Ella siempre ha sido muy expresiva y sus ojos rara vez logran mentirme. Es buena mentirosa, la he visto mentir con mucha destreza, pero también he aprendido a saber diferenciar cuando ella miente.

Sus labios suelen mentir, pero sus ojos rara vez lo hacen.

—Deberíamos quedarnos aquí para siempre. —Murmura con voz suave.

Pasa su mano por el vidrio siguiendo el camino que una gota ha dejado sobre el vidrio.

—No podemos. —le digo.

Camino hasta la cocina y enciendo la estufa para poner a calentar algo de chocolate. Saco las tazas y busco la taza amarilla. Es su taza favorita y le gusta beber chocolate en ella. Sirvo el chocolate y coloco cuatro malvaviscos. Regreso a la sala y ella aún sigue con la mejilla recostada en el vidrio de la ventana.

—Traje algo de chocolate.

Ella abre sus ojos y me mira con una enorme sonrisa mientras toma la taza entre sus manos. A veces es tan fácil hacerla feliz, basta con pequeños gestos, dulces palabras o con decirle que todo va a estar bien. Hay momentos que luce igual a una niña pequeña, en esos momentos quiero abrazarla y protegerla de todo aquello que pueda lastimarla, incluso protegerla de ella mismo. Pero sé que no es algo que pueda hacer, aunque de todas formas lo intento. Vale la pena, aunque ella crea que no. ¿Quién la lastimó tanto en el pasado que siente que no es suficiente?

Quisiera preguntarle, pero a Rachel no le gusta hablar del pasado, dice que no vale la pena porque no hay nada que se pueda hacer para cambiarlo, solo queda aceptarlo y seguir adelante.

—Me gusta como se ve todo después de la lluvia. —murmura ella. —Limpio, fresco y mucho más claro. La lluvia limpia todo lo malo.

Bebe un poco de chocolate y hace un sonido lleno de satisfacción. Murmura algo sobre un chocolate suizo que probó hace años. Le gusta el chocolate, pero ama el café y no le gusta en absoluto el té.

—En serio deberíamos quedarnos aquí. —vuelve a decir ella. —Me gusta mucho. ¿A ti te gusta?

Le digo que sí.

—¿Por qué quieres quedarte aquí? —le pregunto.

La sonrisa abandona su rostro y ella agacha la cabeza y mira la taza de chocolate entre sus manos.

—Estamos en medio de la nada. —me dice mientras me sonríe, pero no hay felicidad en sus ojos. —Siento que nadie me puede lastimar aquí.

Termina de beber su chocolate y deja la taza en la mesa de comedor. Camina hasta el sofá y toma la guitarra negra que está ahí. Se sienta y pone la guitarra sobre sus piernas.

—¿Alguna música especial? —me pregunta ella.

—Sorpréndeme.

Ella me guiña un ojo y empieza a tocar algunas notas en la guitarra. Su suave y dulce voz se escucha por encima de la lluvia creando una atmósfera tan relajante y melancólica al mismo tiempo, tal vez por la música que está cantando.

Siempre me ha gustado escucharla cantar.

—Santiago, canta conmigo. —me pide mientras golpea el sofá a su lado invitándome a que me siente a su lado y lo hago, por supuesto que lo hago. ¿Hay algo que ella no consiga que haga?

Empieza a cantar more than words y yo canto con ella.

—No cantas mal. —me dice cuando terminamos de cantar.

Baja la guitarra y sus ojos redondos me miran con curiosidad y tristeza. ¿Qué la ha puesto triste? Ella levanta una mano y acaricia mi mejilla.

—Me siento como una muñeca rota, bueno, estoy rota, pero a veces me miras como si yo no estuviera rota. Tú quiere que sea alguien que ya no puedo ser, pero no sé cómo hacerte entender que ya no puedo ser esa Rachel. Que quizás me gustan algunas cosas que le gustaban a ella y quizás aún haga algunas cosas qué hacia ella, pero ya no soy ella. —Rachel suena muy triste mientras habla, es casi como si le costara decir cada palabra que sale de sus labios. — Ya no puedo ser ella. Estoy demasiado jodida para ser aquella Rachel, las heridas no parecen querer sanar, las cicatrices se abren al mínimo recuerdo y los sueños, mejor no hablo sobre ellos. Pero tú no ves eso, nadie ve eso. Todos creen que todo pasará, que todo sanará, creen que el tiempo lo cura todo, pero no es así. ¿Qué saben ellos? No entiendo porque se sienten con el derecho de decirme que sentir, como enfrentarme a todo esto, ellos no entienden que es difícil para mí.

Ella se acurruca en mi pecho y yo la envuelvo entre mis brazos mientras suaves sollozos salen de sus labios.

Es un momento difícil para ella, la rehabilitación es una lucha de todos los días y ella lo intenta lo mejor que puede. Por eso estamos aquí, porque estuvo a punto de volver a caer en aquel vicio. Ella me llamo antes de hacerlo y fuimos a una de esas charlas que asiste, también estuvimos en una reunión grupal y ella hablo con su asesor por media hora y después con su terapeuta por una hora. Pero me dijo que necesitaba alejarse de la ciudad un momento, que ella quería algo de paz y sabía que debíamos venir aquí. Ella ama la naturaleza y venir aquí siempre le hace bien. Cuando regresamos a la ciudad después de estar aquí parece sentirse mejor.

—Todos estamos algo rotos, Rachel, algo torcidos, incluso. Mires por donde mires verás gente rota, solo que unos lo ocultan mejor que otros. —beso su cabeza. —No quiero que seas nadie más, me gustas así, eres mi mejor amiga y te quiero con todo y lo jodida que dices estar.




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