La noche iba entrando cada vez más mientras transitaba en mitad del atasco, camino a casa, después de un arduo día de trabajo. Los árboles de la avenida estaban desnudos, y a sus pies, el suelo estaban arropados por una pequeña capa de hojas marrones y amarillas, todo gracias al caprichoso y afable otoño, y la banda sonora de los pitidos de coches y motos impacientes acompañaban al escenario.
Tenía demasiadas ganas de llegar a casa, darme una ducha calentita, preparar la cena y acabar viendo alguna peli de Netflix. Vamos, mi plan favorito de cada viernes noche. Puede que cenase pizza, para no dejar de ser típico. Una buena pizza de barbacoa.
Pensaba en ello mientras me paraba en el semáforo del final de la avenida. Veinte segundos me separan de poder salir, incorporarme a la autopista, y en diez minutos más llegaría a mi pueblo –Era el pensamiento que cubría mi mente mientras mis ojos, atentos, no perdían atención del frente y de la cuenta atrás del semáforo–
De repente,--toc, toc– un señor llamó a mi ventanilla. Era Juanjo, un artista callejero que solía ponerse en el semáforo, cada tarde, hasta las diez de la noche. Ya nos conocíamos de vernos durante tantos años. A veces le ayudaba con alguna pequeña cantidad económica, otras veces simplemente comentábamos qué tal había ido el día. Una persona de buen corazón, sencillo, honrado y muy bueno con los malabares.
La bajé.
– Buenas noches, Juanjo, ¿Cómo estás?
– ¡Hola, Jaime, me alegra mucho verte! Todo bien, ya me queda poco para irme a casa. Parece que el frío va pegando poco a poco. Por fin viernes ¿Eh?
– ¡Me alegro mucho! –El semáforo se había puesto en verde–
Nos vemos el lunes si el semáforo nos permite coincidir. Le di dos euros que tenía en el cenicero de mi coche –Ya que no fumo, me limito a cargar el cenicero con el efectivo de las vueltas de los cafés mañaneros– Algunos vehículos impacientes empezaron a pitarme.
Salí de la avenida e hice el recorrido que había estado pensando momentos antes.
Cuando llegué a casa, cumplí al pie de la letra con cada uno de los pasos que había pensado. Esta vez iba a ponerme a ver una peli de miedo. Halloween, terror... Van de la mano. Me decidí por ver la película de Jack Nicholson, Lobo. Siempre me ha gustado mucho esa peli. Puede que por ello me aterrasen y fascinasen los hombres lobo desde pequeño, cuando con 5 años, una noche que me desvelé sorprendí a mis padres viéndola.
Cuando terminó, tenía un poco de miedo y nostalgia a partes iguales. Decidí acostarme. Esa noche tuve varios sueños raros, me desperté varias veces y tuve la sensación de que me estaba poniendo malo. ¿Culpa de los cambios de temperatura tan característicos del otoño, algún compañero resfriado? Puede ser... Pero tenía escalofríos.
…
Sábado
El malestar parecía haber sido algo momentáneo. A la media mañana, vinieron mi hermana y su familia a visitarme. Adoraba las visitas inesperadas, y más cuando un par de torbellinos venían a casa y me acribillaban a preguntas: mis sobrinos, Lara y Pablo. De entre todos sus tíos –para ser exactos, cuatro, los tres hermanos de mi cuñado y un servidor– Yo era su favorito. Puede que por las bromas que solía hacerles, por lo mucho que me gustaba pasar tiempo con ellos y proponerles planes para llevarlos a ver el fútbol, ir al cine, a museos o pasar el día en el campo haciendo senderismo, observando a los pájaros con los prismáticos o intentando identificar las plantas que veíamos.
Al verme, vinieron corriendo, con la energía de dos huracanes a abrazarme.
– ¡Tito, tito, teníamos muchas ganas de venir a verte! ¿Cómo estás? ¡Que llevamos desde la semana pasada sin vernos.
– ¡Mis sobris guapos, qué alegría de veros! Tenía ganas de llamaros, pero esta semana he estado haciendo muchas cosas que os tengo que contar. -Siempre les contaba un poco la semana que había tenido, y entre esa realidad metía algún cuento inventado, a veces un poco fantasioso para dale emoción. Era parte de nuestro juego, adivinar si era realidad o ficción. A veces me pillaban al poco de empezar a contarla, y otras conseguía tomarles el pelo, aunque éstas eran muy pocas. Son muy listos-
Pedí comida para todos. Siempre me ha gustado ser un buen anfitrión, al igual que ellos lo son cuando yo voy a su casa. Pedí por una app comida china. Mis sobrinos estaban encantados. Era su comida favorita, sin duda alguna.
Tras la comida y cálidas conversaciones, era el momento de irse, aunque los pequeños querían quedarse a pasar la tarde y dormir en mi casa. Mi hermana no daba crédito a lo mucho que aprovechaban sus retoños cualquier oportunidad para quedarse conmigo. –Queremos quedarnos con el tito, porfi, mami, ya tenemos los deberes hechos…–A mi hermana le sabía mal por si tenía planes, pero sinceramente, yo disfrutaba mucho con la compañía de mis "pequeños canallas" como a veces los llamaba cariñosamente–
Por mí genial, que se queden, además, podemos ir al centro comercial, que tengo que hacer algunas compras, ¿qué os parece? –Empezaron a gritar celebrando la victoria–
Mi hermana y mi cuñado se miraron. Aceptaron. –Mientras me miraban con agradecimiento por lo bien que cuidaba de sus hijos y el tiempo que les dedicaba– Pero a las diez como mucho a la cama, ¿eh? –Les dijo mi cuñado, mirándolos con su característica mirada tierna, pese a saber que se acabarían echando más tarde–
Cuando mi hermana y mi cuñado se marcharon estuvimos jugando un poco al UNO hasta las seis. Cuando me di cuenta de la hora, les dije de irnos. Puse sus silletas en el coche y nos marchamos. Mi plan era ir a comprar algo de ropa que necesitaba, unos cuantos utensilios de cocina y ya de camino, cenaríamos fuera. Tenía en mente ir a algún buffet libre o puede que al Carl's. Hicimos esos planes. Todo salió a pedir de boca, a excepción de unas compras de última hora que se me ocurrió hacerles. Entramos al Toy Planet y les dije que les compraría un peluche a cada uno. Me apetecía consentir a mis sobrinos, y los pequeños, al escucharme decir eso se volvieron locos de alegría.