Miré al espejo. Algo me decía que debía de mirar, y efectivamente, allí estaban.
Al verlas moverse, acercándose, por lo que parecía un túnel que se perdía a lo lejos, caí al suelo llorando de alegría. Grité sus nombres. Ellas sonreían mientras caminaban hacía donde yo estaba.
De un momento al otro, mientras las veía, pude ser testigo de algo insólito. María se acercó tanto al cristal que lo traspasó. Primero su pie derecho, se apoyó en el piano, y como si de una pluma se tratase, bajo al suelo, levitando lentamente con unos movimientos muy suaves. Se giró para ver a Bella hacer la misma acción. La hizo, y de un momento a otro, me encontraba arrodillado, delante de los dos amores de mi vida, llorando. No me lo podía creer.
Ellas sonreían. Yo me levanté y me fui a abrazarlas desconsolado. Cogí a Bella en brazos y la abracé la besé mil veces en esas mejillas sonrojadas tan características de ella. Abracé y besé a María, que también me abrazaba. Los tres nos estábamos fundiendo en un abrazo infinito. Notaba sus olores, la suave piel de María, el peso de Bella… Adoraba mi familia. Las amaba más que a nada en el mundo.
María dejó de sonreír y me miró fijamente mientras se separaba un poco, dando por terminado ese abrazo que tanto nos hacía falta. Que tanta falta me había hecho durante este tiempo. –Siento mucho que no pudiésemos despedirnos, y siento mucho que todo haya sido así… No fue mi culpa… Y no sabes cuánto desearía que todo volviese a ser como antes– Comenzaba a llorar mientras Bella observaban la situación.
– Lo sé, cariño, fue aquel hijo de puta… Lo odié muchísimo e incluso me alegré de su muerte por haberme arrebato a quiénes más quería. Si llega a estar vivo… No sé lo que hubiese hecho… No tienes porqué disculparte, cielo –Mis lágrimas también comenzaban a brotar– y nuevamente la abracé. – Te quiero. Os quiero. Muchísimo…– Mi pecho estaba cargado de llanto, de dolor, pero también de odio al recordar lo que hizo aquél borracho.
– Jaime… Hemos estado intentando venir a avisarte de algo que queríamos decirte. Creo que mereces saberlo.
Me quedé asombrado, a la vez que María comenzaba a sonreír y a llorar a la vez. Pena y alegría. Bella nos miraba con lágrimas en los ojos, en silencio, mientras me cogía de la mano.
– Cuando tuvimos el accidente, antes de volver a casa, fuimos de compras. Queríamos celebrar varias cosas esa noche. Tanto Bella como yo teníamos unas sorpresas muy importante que darte… La mía es que tenía un retraso de un dos meses y pude comprobarlo… Bella iba a tener un hermanito… O una hermanita…
María rompió a llorar, y yo con ella. De nuevo felicidad y dolor….
– ¡Papi, papi, y a mí me habían aceptado en la escuela de música para tocar la guitarra!! –Dijo Bella efusivamente mientras me zarandeaba el brazo.
María y yo nos miramos, y nuevamente nos fundimos los tres en un abrazo.
– Tenemos que irnos… Solo podíamos estar aquí un tiempo determinado, pero te iremos visitando en sueños siempre que podamos. –Decía María, que de repente tenía mucha prisa–
– ¿Y esa prisa? ¿Por qué no os quedáis? ¡Llevadme con vosotras! No quiero volver a perderos…
El reencuentro había sido feliz y a la vez muy triste. Quería más. Quería estar con ellas. No quería que se marchasen.
– No podemos. Solo tenemos permiso para que nos veas en esta visita. A veces también te visitamos en casa, aunque no puedas vernos. Aquí el tiempo pasa diferente, y si nos demoramos mucho, algún ser malvado podría dañarte o dañarnos a nosotras. Cuídate cariño. –Me besó –
- ¡Adiós papi! –Se despidió Bella con un abrazo
No quería que se fueran. – ¡No, no os vayáis, llevadme con vosotras! –
Y en un visto y no visto, las dos volvieron al cuadro y comenzaron a alejarse.
Yo intenté traspasarlo también pero se había bloqueado. Una malla transparente muy flexible no me dejaba entrar.
La golpeé con la lámpara que había en la esquina del piano inútilmente. No había manera de poder traspasar el cristal.
Caí rendido al suelo. Gritando, maldiciendo. De nuevo, lo que la vida me había dado, me lo había vuelto a arrebatar.
Me esperté empapado en sudor. Miré el reloj de la mesita de noche. Quedaban doa minutos para que sonase. Era hora de levantarme.
No dejaba de pensar en el sueño, en lo que me habían dicho, en toda la información que me habían comunicado acerca del más allá… y empecé a hacerme preguntas.
Sí ellas han podido venir a verme, ¿yo también podría?¿Qué criaturas son las que dicen temer, por qué iban a estar en peligro o ponerme a mí en peligro, existe el más allá?
El despertador quebró el silencio y mi arsenal de preguntas. No estaba loco. Aquello había sido real.
Me acordé de Juanjo, de lo que me dijo acerca de Rosalie. Me había comportado como un capullo. Debía de llamarlo y pedirle disculpas por mi incredulidad, pero también ayuda. Mi vida se tambaleaba en todos los sentidos y nuevas puertas se estaban abriendo. Estaba empezando a cuestionarme todo.
05:57
Había amanecido –demasiado rápido a mi parecer– y mi cara reflejaba que la noche había sido agotadora. No había podido descansar bien, pero pensé que yendo a darme una ducha me despejaría. Siempre he sido fiel seguidor de ese dicho popular "una ducha ayuda a aclarar las ideas".
Desayuné en silencio, tendiendo todo el ruido en mi cabeza. Los pensamientos iban y venían sin tregua alguna. Mi cabeza parecía un estadio en una final de Champions, con todo en el aire, cada aficionado animando a su equipo, hablando entre ellos… mis pensamientos estaban en esa misma situación. Cada uno intentaba contestarle a los otros. Razonaba todo lo posible, pero no podía entender nada. ¿Cómo, por qué ahora; hay vida después de la muerte? ¿Las religiones tenían razón…? Demasiadas preguntas para contestar. Demasiado desconocimiento sobre el tema que esperaba que Juanjo y Rosalie me pudiesen ayudar a resolver. Me estaba aferrando a esa idea como quién se aferra a un clavo ardiendo. Solo tenía esa salida y sólo confiaba en ellos. También me invadía la cabeza ir a alguna tienda esotérica para preguntar al respecto, pero no me terminaba de fiar. Mi intuición me gritaba constantemente que siguiese adelante, que confiase en Juanjo.