La Noches de las Sombras

Capítulo 3: La Primera Aparición

La confusión y el caos invadieron la sala principal. Las luces parpadeaban intermitentemente, como si la casa estuviera sufriendo una falla eléctrica. Carla intentaba calmar a los invitados que comenzaban a entrar en pánico. Se acercó a una ventana para ver si el apagón afectaba todo el pueblo, pero lo que vio la dejó sin aliento.

Afuera, bajo la luz de la luna, una figura oscura, casi translúcida, se movía con lentitud por el jardín. Parecía una mujer, alta y delgada, pero algo estaba mal en su forma. Sus movimientos eran lentos, antinaturales, como si estuviera flotando más que caminando. Y entonces, la figura se detuvo, girando su rostro hacia Carla.

Los ojos de la mujer espectral estaban vacíos, como si hubieran sido arrancados, dejando solo un vacío oscuro y profundo. Carla sintió que su corazón se detenía por un segundo. No podía apartar la mirada, y de repente, una risa suave pero perturbadora llenó la sala, como si la mujer estuviera justo detrás de ella, a solo unos centímetros de distancia.

Carla dio un paso atrás, intentando procesar lo que estaba viendo. ¿Era real? Su mente racional se resistía a aceptar lo imposible, pero su cuerpo sentía el frío y la presencia de esa entidad oscura.

Carla retrocedió unos pasos, tropezando ligeramente con una mesa detrás de ella. La risa que había escuchado antes resonaba en su mente, como si estuviera susurrada directamente en su oído. Sus dedos temblaban mientras apretaba su teléfono, intentando encender la linterna, pero sus manos sudorosas no respondían con la rapidez que necesitaba.

Cuando finalmente consiguió iluminar el jardín, la figura se había desvanecido. El frío, sin embargo, permanecía. Sintió como si el aire se hubiera vuelto más denso, casi imposible de respirar. Intentó calmarse, racionalizando lo sucedido. "Debe ser algún truco", pensó, aunque no podía negar la sensación creciente de que algo en la mansión Parker estaba profundamente mal.

A su alrededor, la multitud de invitados también había notado la perturbación. Los murmullos y la confusión se extendían como una ola en la sala. Pero Carla, aún en estado de alerta, notó algo más: Adrian había desaparecido.

Con la linterna en la mano, decidió salir al jardín. No podía ignorar lo que acababa de ver, y la desaparición de Adrian solo añadía una capa más al enigma. Afuera, el aire estaba más helado de lo que había sentido al llegar, y el viento silbaba entre los árboles, como si las ramas susurraran secretos de los que nadie hablaba. Caminó despacio, cada paso resonando en el silencio nocturno.

Justo cuando estaba por regresar, escuchó una voz suave, casi un susurro:
—No deberías estar aquí.

Carla se giró rápidamente y vio a Adrian, de pie junto a un árbol. Su rostro, bajo la tenue luz de la luna, parecía más pálido, como si la oscuridad lo envolviera por completo. Su expresión era seria, casi trágica.

—¿Qué sucede en esta casa? —le preguntó Carla, tratando de controlar su tono, aunque la inquietud estaba clara en su voz.

—Algunas cosas no deberían buscarse. —La respuesta de Adrian fue vaga, pero su tono tenía un peso que Carla no pudo ignorar.

—Vi algo, o alguien... —Carla vaciló por un momento, sin querer parecer paranoica, pero Adrian la interrumpió.

—Lo que viste no es algo de este mundo. Y si te quedas aquí, será tu perdición.

Antes de que Carla pudiera decir algo más, Adrian dio media vuelta y comenzó a alejarse. Sin pensarlo, lo siguió.

—Espera. —Carla corrió hacia él—. ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Quién eres en realidad?

Adrian se detuvo en seco y se giró lentamente hacia ella. En sus ojos había un dolor profundo, como si cargara con siglos de sufrimiento.

—Soy parte de esta maldición, como lo son todos los que permanecen aquí demasiado tiempo.

Sus palabras golpearon a Carla como una fría ráfaga de viento. Algo en la forma en que lo dijo, en su voz cansada y sus gestos pausados, hizo que su escepticismo tambaleara por primera vez.




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