La Noches de las Sombras

Capítulo 7: La Noche de Halloween

La mansión Parker estaba sumida en una oscuridad inquietante cuando llegó el 31 de octubre. Las sombras parecían alargarse de forma antinatural y el aire era tan pesado que costaba respirar. Carla había preparado todo para el ritual. Las velas negras y rojas formaban un círculo en el gran salón, y en el centro, un antiguo pentagrama brillaba bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por las ventanas.

Adrian estaba allí, junto a ella, como una figura fantasmal. Había aceptado su destino, pero Carla sentía que había más en juego que solo romper una maldición. Algo la había unido a él desde el momento en que llegó a Hollowfield, algo más profundo que cualquier lazo racional.

Cuando comenzó a recitar las palabras del conjuro, el aire a su alrededor cambió. La temperatura descendió aún más y un viento sobrenatural comenzó a soplar dentro de la mansión. Las sombras en las paredes se movían como si tuvieran vida propia, y el suelo bajo sus pies comenzó a vibrar.

De repente, un grito desgarrador resonó en toda la casa. Carla reconoció esa voz al instante: era Elizabeth.

—¡No puedes salvarnos! —la voz de Elizabeth era una mezcla de desesperación y furia—. Estamos condenados... ¡Tú también lo estarás!

Carla apretó los dientes, negándose a ceder ante el miedo. Continuó recitando el conjuro, mientras sentía una presencia oscura y fría rodearla. De pronto, la figura de Elizabeth apareció ante ella, tan etérea como la primera vez que la había visto, pero esta vez su rostro estaba deformado por el dolor y la rabia. La sombra espectral avanzaba hacia Carla, sus manos extendiéndose para atraparla.

—¡Adrian! —gritó Carla, buscando su ayuda.

Pero Adrian estaba paralizado, atrapado en su propio tormento, observando impotente cómo el espíritu de Elizabeth intentaba detener el ritual.

Con un último esfuerzo, Carla completó el conjuro. El suelo tembló violentamente y un destello de luz cegadora llenó la sala. La figura de Elizabeth gritó de nuevo, pero esta vez, su voz se fue desvaneciendo hasta que desapareció por completo. Un silencio sepulcral cayó sobre la mansión.

Carla cayó de rodillas, exhausta y temblorosa. Había funcionado, o eso creía. La figura de Adrian seguía frente a ella, pero algo había cambiado en su rostro. Ya no parecía un espectro atormentado; sus ojos, aunque llenos de tristeza, también reflejaban gratitud.

—Lo lograste —murmuró él, acercándose lentamente.

Pero cuando extendió su mano hacia ella, Carla sintió un dolor agudo en su pecho. Un frío intenso la invadió. En ese momento, comprendió el verdadero significado del "sacrificio" que Esther había mencionado.

Adrian estaba libre, pero el precio que Carla debía pagar era su propia vida.




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