—Es que, siendo sincero, gracias a vos ahora tengo una hermosa familia. Los tengo a Lucas, a la nona, y a vos.
—Ay Renzo, no seas exagerado —Ada le resta importancia a mi comentario
Habían pasado ya unos cuántos días desde la abuela viral. Estaba contenta, tan contenta que nos regaló un cartel de madera con el nombre del local, obviamente hecho por Juan, ya que amaba lo artesanal.
Esa felicidad se debía a que le habían hecho una entrevista en el programa de radio y la gente se pasaba por su biblioteca y le dejaban regalos, como pulseritas, collares, pinturas pequeñas que entraban en la mini biblioteca, aritos, estaba chocha con todos los regalos.
—Este pibe es más sentimental, ¿De dónde lo sacaste? —pregunta Lucas comiendo los fideos con tuco que la nona nos había preparado.
—Lo encontré en la plaza, pensé que era tu amigo, el que quería los herbales.
—Ah, menos mal —succiona el fideo—. Porque el salame del otro ahora está preso, no pudo dejar el vicio.
Dejamos de hablar para comer mientras la radio nos acompañaba de fondo.
...
—Che Ada, me prestás la camioneta que tengo que ir a comprar una gaseosa para esta noche, es imposible que comamos un asadito con agua, no es normal —digo abrazándola por la espalda
—Bueno, tomá, pero la cuidás, eh —me da las llaves.
Sonriendo por lograr el objetivo voy saliendo de la casa cuando me encuentro con la nona.
—¡Eh Renzo! —la nona me grita haciendo señas de que pare. Ella venía corriendo
—Eh, Marta, no corrás que te vas a morir —me burlo de ella
Tiene un bolso de compras colgando en su hombro y un monedero en su mano
—Si, a esta vieja le faltan muchos años para que estire la pata —me responde— . ¿Vas al kiosco?
—Si, vamos —le respondo
Nos subimos a la camioneta y viajamos un par de minutos cantando puro rock nacional, disfrutando de los momentos de la vida.
Después nos bajamos y cada uno por su lado va a comprar lo que necesitamos. Yo tardé como mucho tres minutos porque por suerte no había nadie en el kiosco, pero Marta me estaba preocupando bastante, hacía ya veinte minutos que la estaba esperando y nada que aparecía.
Me moriría si algo le pasaba, uno porque la quiero y dos, por la misma razón.
Después de mirar varias veces la hora en mí reloj de pulsera decido encender la camioneta para ir buscándola, porque en el kiosco al que iba no estaba.
Estaba tan asustado, que escuchaba mí corazón palpitando en mí cabeza.
Nada, no había nadie en tres cuadras y empezaba a volverme loco, los chicos iban a matarme si pierdo a la nona, o peor, mí conciencia va a matarme y no voy a poder vivir tranquilo jamás.
Al doblar la cuarta cuadra veo a una señora caminando con un bolso en la mano. Era ella, sin duda.
Me acerco y bajo el vidrio para gritarle
—¡EH, NONA, ¿QUE HACÉS CAMINANDO?
—¿Perdoname? ¿Vos quién sos nene?
Puta madre.