—Si, era un chico lindo, tenía ese algo que me encantaba —la nona nos estaba contando una historia—. Tenía ganas de plantarle besos a cada minuto, el desgraciado escribía tan lindo que te enredaba con dos palabras.
—¿Y de dónde lo conocías vos abuela? —Lucas le pregunta
—¿De dónde más? De la facultad, estudiaba letras y quería ser escritor, pero él sentía que le faltaba algo
—¿Qué? —Pregunto yo ahora
—A mí, a quién más, le dí la musa que necesitaba, escribió su primer libro sobre mí, lo tengo en la biblioteca, pero no les pienso decir cuál es, es mí recuerdo más preciado y no lo comparto con nadie—bebe un poco de café de su pequeña taza
—¿Si? No nos estarás mintiendo Marta —Ada bromea
—Que te voy a mentir infame, me lo agarré para mí y no lo solté, porque habían unas que me lo querían robar, sí, ajá, primero muerta, ese hombre era mío.
Era cierto todo lo que nos contaba, ya lo había hecho unas cuántas veces en estas semanas. Era la historia de cómo había conocido al abuelo.
Luego del día en que la perdí de vista decidimos llevarla al doctor, y nos dijeron que tenía Alzheimer. Y es por eso que no recordaba como volver a casa ese día, y tampoco se acordaba que había venido conmigo.
Obviamente nos pusimos tristes, sobre todo porque no sabíamos que hacer, pero un especialista nos dijo que estaba en el pasado y no nos recordaba.
Es por eso que nos hicimos amigos suyos y le dijimos que nos recordaba a nuestra abuela, y por eso nos permitía llamarla así.
—Era tan divino, me gustó porque tenía un estilo y una personalidad propia, no se parecía a ningún otro.
Así pasaban nuestras tardes, ella tomando mates o café, mientras nos contaba como conoció al abuelo de Ada y Lucas.
Y lo mejor es que el libro si existía, el abuelo sí le escribió poemas de amor.
Ella tenía los papeles originales que él le escribía, hojas de papel viejas en la que le expresaba su amor y le dedicaba canciones.
Todos unos románticos.
Flashback de Marta
Ella, Marta, estaba sentada en las escaleras de la facultad estudiando a los sofistas cuando un muchacho rapado, con pantalón de jean, y una camperita de lana le entregó una hoja de papel y se sentó a su lado
—¿Marta, seguís ahí? —Lucas le pregunta agitando su mano frente a la cara de la nona.
—Es hora de irnos —Interrumpe Ada.
Después de que deja de responder, es nuestra señal para irnos, porque comienza a querer quedarse sola, es como si se hubiera olvidado hasta del abuelo.
Demás está decir que la angustia era quién nos manejaba la vida a los tres, ya no era igual, ya no hacíamos chistes, ya no comíamos casi juntos, y el negocio de los herbales era lo único que nos unía.
No era porque ya no nos lleváramos bien, sino que sentíamos un vacío que ninguno podía explicar.