Dormí un total de doce horas, cansada y exhausta continúe repasando el plan una y otra vez hasta memorizarlo en su totalidad. A mi puerta toco un hombre de mediana edad, vestido informal, abrí sin preocupación y me cedió un móvil con una llamada abierta, al oído escuche a mi jefe explicándome la presencia de ese hombre.
En mis botas, guardé mis suplementos. Un largo trecho de recorrido anduvimos hasta llegar al zoológico. Oculta lo mejor que se podía, el hombre que me había acompañado se acercó a la puerta y como ya habían cerrado, no le permitieron entrar, sacó su pistola amedrentando a un señor de unos setentas años, éste temblaba y las llaves sonaban, abrió despacio y mientras se adentraba en la oscuridad sujetando con fuerza la camisa del anciano, yo camina con cautela detrás de ellos para evitar que los otros vigilantes notaran lo que estaba sucediendo. Mientras más lejos estábamos de la entrada más oscura se volvía la noche, a medio camino el hombre que me acompañaba, mató al anciano sin hacer el mínimo ruido. Poco a poco el zoológico estaba desolado y a oscuras, el hombre me entregó una linterna y nos internamos en lo más profundo del zoológico. Al final, la pared que encontramos, demostraba una vista excelente para mi beneficio. Sigilosa y cautelosamente, preparé mi pistola mientras el hombre de espalda a mí caminaba en busca de algo que nunca encontraría, disparé sin fallar atinando directo a la cabeza tres veces, cogí su pistola y la guardé en el bolso que traía conmigo, entre la naturaleza que nos ocultaba me coloqué unos guantes y rápidamente agarré el cuchillo que llevaba en mis botas, lo apuñalé incansable veces y el cuello desnudo, se lo desgarré. Un niño de seis años, vagaba entre los arboles observando lo que acababa de hacer, se paralizó y quedó sin habla al instante, delatándose mortalmente, improvisé y con los guantes llenos de sangre tomé la pistola y disparé seis veces, despacio y sin el menor ruido tomé su cuerpo y realicé el mismo proceso que acababa de hacer. Desgarré su cuerpo con una facilidad incomparable, sacando algunos de sus órganos, apartándolos a un lado y metiéndolos en una bolsa e igual con el hombre. Anduve a escondidas por detrás de la cafetería y esa zona impidiendo ser vista por algún vigilante. Los órganos los tire en la laguna de los cocodrilos, que se encontraban muy cercas al pasar por el puente. Sentí el caminar de una persona y me apresure a esconderme entre la maleza de la laguna contraria a la de los cocodrilos. El cuerpo del hombre lo dejé en el mismo sitio y el del niño lo transporte hacia una dirección distinta y lo abandoné allí. Me quité los guantes, metiéndolos en el bolso y tomé la pistola del hombre modelo Glock 19 que se encontraba limpia y me la coloqué detrás del pantalón. Salí del zoológico con la rapidez que pudieron mis piernas, analizando si había dejado pruebas, huellas o rastro de mi presencia en ese lugar. A unas cuadras encontré el carro donde me había transportado acompañada del hombre que maté. Agradecí con desesperación a mi padre, por haberme enseñado a conducir unos años atrás y manejé hasta llegar al departamento. Aparqué en el lugar de los visitantes y caminé deprisa hasta hallarme dentro del apartamento. Mi cuerpo presentaba agitación, me encontraba sobresaltada, molesta y también aliviada. Todo el plan se había dañado por culpa de aquel mocoso, lo maldije mil y una veces y coloqué mi cerebro a trabajar drásticamente para recordar el mínimo error que hubiera cometido sin darme cuenta; indagué y descubrí que no había cometido ningún error y mi alivio ascendió. La franela y el pantalón estaban un poco manchados de sangre y no me quedó otra opción que quemarlos después junto con los guantes. Me enfureció matar a un niño pero fue la mayor excitación que me produjo. Circularon infinidades de preguntas por mi mente sin tener respuestas a ellas, ¿Qué hacía ese niño allí? ¿Tal vez era el hijo de algún vigilante o quizás un niño huérfano que vivía en zoológico? … No tenía idea, así que preferí no pensar en aquel mocoso.
Todo lo que ha pasado en un mes es un estupor, si no fuera yo la que está viviéndolo, de ningún modo lo creería si me lo contaran. Bañada y dispuesta a dormir, olvido avisarle a mi jefe que cumplí con el trabajo encargado. Cuando me acomodo para dormir no logro conciliar el sueño. Ciertamente es muy tarde y mi cuerpo se entumece bajo las sábanas, la excitación causada por matar a un niño es increíble y se acentúa más al recordar poco a poco como fui desgarrando cada centímetro de piel.
De lado veo sin moverme la lucecita del aire acondicionado que lentamente va desapareciendo, nublando mi vista y cambiando la habitación por una negra oscuridad, parpadeo sin conseguir eliminar la oscuridad y me desvanezco encerrada en una solariega penumbra.
Son las seis de la mañana cuando recobro el conocimiento, me levanto aliviada y calmada. Aun en pijamas, me acerco a la sala con la Desert Eagle que le quité a Manuel, escuchando el sonido de la televisión, me asomo con cuidado, acto seguido bajo el arma ¡Es mi jefe!, sentado sobre el sofá y mirando entretenido la televisión. Sin preocupación dejo el arma en el mesón de la cocina y camino hacia él.
Muy educado y sin echar un vistazo hacia mí, me pregunta:
~ ¿Entonces no piensas nunca decirme como salió el trabajo?
~ Salió como estaba planeado, excepto por un inconveniente. Disculpe que olvidé avisarle ayer.
~ ¿Espero que ese inconveniente esté arreglado?
~ Lo está, señor.
~ No quise molestarla antes, se veía muy serena durmiendo.
Editado: 07.08.2021