~ ¿Me estás haciendo esto porque no te dije la verdad?
~ Yo no te estoy haciendo nada ~ susurro a su oído en tono inocente dándole un suave y casto beso en la mejilla.
~ Sabes muy bien a lo que me refiero.
Obvio no soy incrédula para darme cuenta que te exaspera conocer si ese «Te Quiero» lo dije porque lo siento o no. Interrumpe nuestra conversación un ruido ensordecedor producido por un teléfono. Son las ocho de la mañana y los rayos del sol aclaran el día, de entre los bolsillos saca un celular, lo mira con atención para comprobar el número y contesta.
~ Aló.
Es lo único que oigo antes de que se aparte para hablar en privado con la persona que lo ha llamado. Quedo sola y en tranquilidad aunque la curiosidad me aflige, quiero saber quién lo llamaba, quiero descubrir la verdad del porqué he dormido hoy aquí.
No lo soporto por más tiempo y me dejo llevar por la curiosidad, entro en la casa, cuando voy subiendo las escaleras oigo gritos, el sonido viene detrás de la puerta de la oficina de Marcelo, pego la oreja a la puerta y apenas logro oír porque discute y con quien. La otra voz es la de una mujer y estoy casi segura de que es la voz de Maritza.
~ ¿Para qué te llamaba nuestro padre? ~ pregunta autoritariamente Maritza a Marcelo.
~ Para comprobarme lo que me comentaste.
~ Yo te lo dije Marcelo, encárgate del trabajo, conoces a nuestro padre y sabes muy bien que cuando dice algo no está jugando. DEJA DE COMPORTARTE COMO GOMELO~ continua diciendo Maritza en tono sugerente.
~ Yo no he dejado de encargarme de este trabajo y eso lo entiendes. No sé qué es lo que quieren mi padre y tú ahora ~ replica Marcelo amargado contra a su hermana.
~ DESDE QUE TE LA PASAS CON ESA PELADA NADA VA COMO DEBE SER ~ responde a la defensiva Maritza, creo que golpeando la pared.
~ YA PARA CON TODO ESTO, HAZ TU TRABAJO Y DEJAME A MI HACER EL MÍO ~ grita Marcelo molesto.
~ No te lo digo porque sea mala, a esa niña la están siguiendo y la van a matar… ~ se calla y continua ~ ¡Te estás arriesgando demasiado Marcelo!
~ Yo sé hasta qué punto puedo llegar, por algo soy yo el que está al mando y no tú.
~ Estoy mamada. Haz lo que te dé la gana… Jefe ~ esta última palabra lo dijo con tanto sarcasmo que hizo crecer una duda dentro de mí.
¿Era acaso Maritza un peligro? ¿Era ella la que controlaba de una forma misteriosa este imperio? Abrió la puerta y cerró con fuerza. Antes de que ella la abriese, me dispuse a correr en puntillas hasta la escalera para que así pareciese que acababa de llegar hasta el pasillo, aunque cuando pasé a su lado me miró poniendo los ojos en blanco. Devuelta en mi dormitorio, me senté, sin dejar de pensar que me querían matar. No sentía miedo, tampoco alegría, me invadía una sensación de aciago.
Irrumpe en mi dormitorio Marcelo, lo veo acostada desde la cama, apoyado con una mano en la perilla.
~ Mandé a que buscasen tus cosas. Vas a vivir aquí a partir de ahora.
Lo predije y no me equivoqué, esta noche no sería la única que pasaría aquí.
~ De acuerdo.
Preferí estar de acuerdo porque no me interesaba empezar una discusión.
~ ¿Estás molesta?
~ No. Pero yo podía ir a buscar mis propias cosas, no entiendo porque enviaste a alguien.
~ Ya lo hice así que no me recrimines por eso.
Reaparece el silencio cuando se marcha, un par de horas de espera y llegan mis pertenencias, todo lo que es mío ocupa el mismo sitio que tenía en el apartamento y da la impresión de que sigo en el apartamento.
12:30h dos mujeres morenas con delantales preparan el comedor para servir el almuerzo, la puerta de doble hoja que da a la cocina está abierta de par en par y esas dos mujeres van y vienen arreglando todo. Estos últimos días la comida no ha sido fundamental, creo que he comido solo una vez al día; con los ojos puestos en la mesa de cuatro personas veo los provocativos platos de comida. Su estilo campestre y en una madera finamente tallada hace de ese juego de comedor muy clásico, la fina colcha de las sillas es de un pálido rosa bordado en el centro con un espiral dorado. Cuando termina el ajetreo de las empleadas, la mesa está servida. Oigo pasos que bajan desde la escalera, vuelvo la mirada y veo a Maritza, pasa enfrente de mí no sin antes dirigirme una mirada de odio ¿quizás? Luego aparece Marcelo, con la mano me empuja, no es un empujón muy fuerte más bien es como una señal de «Acércate a la mesa». Lo sigo, tomo un asiento del lado contrario donde está Maritza para evitarla. Delante de mí cuando apenas levanta la mirada tengo la suya fija en la mía. La mesa tiene una comida casera con una cesta de fruta en medio, Marcelo está sentado al lado de su hermana y me siento como si ellos fuesen unos adultos y yo su hija; Maritza es una adulta, lo sé porque Marcelo me ha comentado su edad y porque su apariencia no hace que se vea más joven, al contrario hace que parezca de treinta cuando tiene veintisiete. Los cuatro platos de la mesa están ocupados con un sabroso trozo de pasticho adornado con dos hojas de menta, digo sabroso y no lo he probado, no sé porque razón está ocupado el cuarto plato. ¿Tal vez venga su padre? ¿Algún empleado? Dispongo a coger los cubiertos como es debidamente, no sé porque pero algo me dice que debo pedir la aprobación de Marcelo para empezar a comer. Levanto la mirada con los dedos encima de los cubiertos, sacude la cabeza en una señal clara de ¡NO! Y enseguida aparto mis dedos, dejando mis manos a cada lado del plato quietas. Quiero saber quién vendrá, ¿a quién esperamos?... y así continuo imaginando posibles candidatos y candidatas invitados a este almuerzo. La espera no se hace llegar, no necesito que me digan quién es el invitado, porque ya lo conozco, y lo investigué no hace mucho atrás. ¡ES MI JEFE, ES DECIR MI VERDADERO JEFE! ¡ES EL PADRE DE MARCELO! ¡ES EL SEÑOR FREDE…!
Editado: 07.08.2021