Todo se oscurece, la visión se desvanece y a medida que la recupero retumban fuertemente unos temblores dentro de mi cabeza, parpadeo un par de veces para aclarar lo que estoy viendo: Un cuaderno y un lápiz que sujeto inmediatamente los suelto, me hallo sentada en una cama muy incómoda, parece una litera y cuando me apoyo en el suelo para verla estoy segura que es una litera, paseo mis ojos por la habitación que es diminuta, no tardo en comprender que me hallo en una cárcel, estoy encerrada y no sé porqué, los ojos y mi expresión de asombro no los puedo eliminar. En verdad un escalofrió me recorre el cuerpo de los pies hasta la cabeza, desconozco la razón del porqué estoy en este lugar. Estoy asustada ¿Cómo puedo estar en este lugar? ¿Qué pasó? ¿Mis padres dónde están? ¿Qué ha pasado con mi vida?
Asomo mi rostro a la escasa luz que pasa a través de una pequeña ventana con barrotes de hierro y vislumbro todo el exterior que aprecio desde este encierro. Montada encima del inodoro para poder atisbar por la ventana no conozco el exterior que apenas veo, no detallo nada que me indique en donde pueda estar. Me bajo del inodoro y exploro la pequeña habitación, la puerta que puede librarme de este encierro tiene una ventana igual por la que acabo de ver escasamente al exterior, miro a través de los barrotes y sólo veo otra puerta igual a esta enfrente de mis ojos.
¿Dónde estoy? Quiero saberlo, necesito saberlo, necesito una explicación. Yo no debo estar aquí, ¿por qué diablos estoy aquí? Voy de un lado para otro como león enjaulado. Este no es mi lugar. Me cuesta respirar, no sé qué hacer, el encierro me está volviendo loca. Sentada en la cama para poder tranquilizarme cierro el cuaderno y lo arrojó al suelo con rabia, con las manos me tapo los oídos y empiezo a mover ligeramente la cabeza como no queriendo oír algo. La desesperación me consume el alma, las neuronas se activan desquiciadamente y todo a mi alrededor lo odio… no puedo comprender que es lo que pasa, que ha pasado que pasara después de este día. Solo el hecho de pensar en que habrá otro día como este me vuelve loca, se me forma un nudo en la garganta, y no puedo gritar lo que siento.
Los minutos pasan y escucho voces de niños, adultos y varios pasos que transitan por el pasillo que separa cada jaula donde me tienen, puertas se abren y cierran y el silencio regresa, nadie abre mi puerta y supongo que solo soy yo la que está alojada en esta maldita celda. La noche no se hace llegar, y veo como los rayos del sol desaparecen oscureciendo la celda donde permanezco encerrada. Respiro lentamente para poder tranquilizar la rabia que me carcome viva. Duermo agotada por la rabia que viaja por mis venas hasta otro día que pasa y otro que pasa y nada cambia, sigo encerrada, sola y con una rabia que se irradia a una velocidad extenuante. No hablo, no pronuncio ninguna palabra, no puedo decir algo, nada de lo que diga servirá. Los días trasciende y es cada vez más desesperante acostumbrarme a este desagradable lugar.
Cada vez que el sol se oculta pesadillas envuelven mis sueños, me levanto exaltada y algunas de las otras presas me ordenan en compañía de la voz de unos de los guardias que me calle. Esto es una tortura, no tolero este encierro, cuando me levanto sobresaltada por causas de las pesadillas descubro que lo que he soñado es la realidad, que no ha sido un sueño. Permanezco despierta durante horas, y con los rayos del sol que apenas pasan por mi ventana leo el cuaderno que revela que la novela que escribí no era una historia inventada, la novela que creía escribí era mi propia historia. Una historia donde el final de ella era una cruel realidad, la realidad a la que me enfrentaba todos los días.
A partir del momento en el cual enfrenté mi triste realidad quedé en shock, era consciente de que todo lo que había escrito era la verdad, no había mentido absolutamente en nada; o en lo único que puedo decir o que se considere una mentira eran los nombres que estaban plasmado sobre aquellas hojas de papel. El cuaderno contenía mi letra, en él estaba narrada una historia real, no la historia ficticia que pretendí haber inventado. Desconocía la hora, el día, el año; lo que deseaba cuanto antes era la muerte. Un segundo poco a poco se convertía en minuto, poco a poco ese minuto era una hora, las horas se volvían días y los días semanas de un interminable encierro. En las noches no dormía nada, pesadillas me atormentaban, mis demonios no se callaban y me torturaban con palabras que olvidaba al despertar. La comida que se dignaban a traerme algunas de las guardias apenas la tocaba, cuando era el día de las visitas mis padres aparecían y yo solamente los podía mirar por unos segundos, el shock continuó en mí, era tanto el tiempo que quedé absorta en él que cuando pude pronunciar una palabra fue casi inaudible, aunque mis padres reflejaban una alegría inmensa al escuchar con esfuerzo lo que había preguntado:
~ ¿Año?
~ ¿Podrías decirlo de nuevo, hija? ~ pregunta mi madre como si una esperanza la fuera invadido.
Para poder volver a intentar decir una frase, hago un inmenso esfuerzo, y aunque mi voz es leve e igual de inaudible, logro decir la frase a medias.
~ ¿Qué año…?
Mi madre debe haber comprendido la pregunta que dejo sin finalizar porque contesta seguidamente.
~ 2013.
Como si mi visión y mis oídos fueran sobrenaturales, veo el movimiento de los labios de mi madre pronunciar y escucho el año en cámara lenta. El mundo se me cae a los pies, han sido tres años que he vivido encerrada, tres años de un amargo encierro. Una lágrima resbala por mi mejilla pero sigo sin inmutarme, como si el número que ha pronunciado mi madre no me afectara. La mirada vacía y el aire de una depresión inexplicable es lo único que se puede apreciar físicamente, aunque psicológicamente me esté volviendo loca, esté sintiendo como por las venas no transita sangre y solo viaja un flameante fuego que expresa un odio unido a un dolor que con el tiempo ha acabado con mi corazón y ha dejado un vacío en su lugar.
Editado: 07.08.2021