La novia de la mafia

3. Lágrimas amargas

Sentí mis parpados pesados, pero aún así me obligue a abrir mis ojos para poder despertar de una vez. Había una incomodidad en el área alrededor de mis ojos, a lo que supuse que se debía al hecho de mi interminable llanto debido a lo que había acontecido. Recordarlo causaba una punzada sofocante en mi pecho.

Me sentía desgarrada. Deshecha. Sin ganas de nada.

Era como si me hubieran arrebatado las ganas de vivir. Como si me hubieran alejado de la vida misma con un simple disparo que aún retumbaba en mis oídos, como si esa escena nunca hubiera dejado mi mente aún cuando dormía.

Desde pequeña, fui criada a la par de Erick. Me crecí con ese pensamiento todo la vida, con esa idea, con esa ilusión, de convertirme en su esposa. Yo había nacido para eso, o al menos eso era lo que mi madre siempre me repetía.

Yo debía comportarme a la altura de los Sallow y actuar como ellos querían. Yo debía ser la nuera dócil que ellos añoraban, y por el bien de mi madre así fui. Me guarde todos aquellos sentimientos que mi madre consideraba como innecesarios, siempre me guarde todo y al mismo tiempo nunca escondí nada.

Nací, para ser la esposa de Erick.

Después de tantos sueños desechos e inmensos sacrificios, mi vida de ensueño me había sido arrebatado en tan solo un segundo.

Mi vida era él. Yo vivía por causa suya. Sin Erick aquí, yo no podría continuar, no sabría como hacerlo.

Nadie me había enseñado lo que seguiría en mi plan de vida después de él.

Me levanté de la cama con cuidado, observando minuciosamente todo a mi alrededor, desde el gran ventanal con balcón frente a mi que mostraba el comienzo del ocaso, hasta la alfombra afelpada color gris sobre mis pies descalzos. La suavidad de la alfombra causaba cosquillas en la planta de mis pies así que la rodee con cuidado para ponerme de pie sobre la superficie lisa. La decoración de la extensa habitación consistía en colores de tonos fríos, no había alguna otra gama de colores fuera de esta tonalidad, las sábanas eran azul oscuro y éstas contrastaban con la pared azul marina y esta a su vez contrastaba con las cortinas del mismo color. Los muebles eran de un color blanco casi llegando al beige, había una pequeña lámpara en el buró a lado de la cama, un sillón puff en contra esquina y una repisa de madera con algunos libros y otros objetos sobre ella, fuera de ahí, no había nada fuera de lo común, era una habitación común, aunque a mis ojos no era mas que una prisión.

Camine hacia el espejo de cuerpo completo que estaba a lado de la puerta, observando mi vestido blanco con manchas de sangre, aquel vestido que había sido mi mas grande anhelo escogerlo, porque esta vez se me había dado el privilegio de escoger mi vestido de bodas, pero todo había sido arruinado. Mi piel lucía sucia y demacrada, traía el rimel corrido y manchas de sangre en mi cara, mi cabello se encontraba hecho un desastre.

Baje mi mirada a mis manos, observando que éstas estaban cubiertas por sangre seca. La sangre de Erick estaba en mis manos.

Una punzada de dolor volvió a ser presencia en mi pecho. Él había muerto, en el día mas feliz de nuestras vidas.

Me arrebataron del altar y mataron al hombre de mi vida.

¿Qué habíamos hecho para merecer esto? Era algo que desconocía, pero no podía quedarme aquí, no podía seguir en el mismo techo que el asesino de Erick, mi corazón estaba ardiendo en llamas debido a su muerte y ese hombre cruel seguía allá afuera, indiferente a lo que había pasado.

– ¡Abre la puerta! Se que estas allá afuera, así que abre la puerta – grité. Pero como era de esperarse, no hubo contestación alguna de su parte.

– Por favor, dejame salir – gemí entre sollozos.

Inconscientemente las lágrimas habían vuelto aparecer y ese nudo en mi garganta me había impedido seguir hablando.

Mi corazón dolía como nunca lo había hecho, mi alma sangraba de dolor y el inmenso vacío en mi interior no hacía mas que agrandarse, ganando terreno incluso de mis pensamientos sensatos, pero no había nada que yo pudiera hacer para detener esos pensamientos incongruentes dentro de mi cabeza.

Me habían criado solo para una cosa, yo había vivido esa vida que mi madre me había dado solo por él, todo lo que había hecho, fue solo para ser la esposa de Erick, mi propia existencia radicaba en él.

No me enseñaron otro manera de vivir, ni siquiera de respirar si Erick no estaba a mi lado.

Los recuerdos de mi niñez comenzaron a surgir dentro de mi mente como si fuera una película antigua, porque no podía ver otro color que no fuera blanco y negro.

Recuerdos de cuando Erick y yo íbamos al preescolar con las manos entrelazadas la una con la otra.

Recuerdos de la primera vez que horné un pastel para el día de su cumpleaños y él lo comió gustoso a pesar del simple sabor que éste tenía.

De la vez que aprendí a montar a caballo y juntos recorrimos aquella vasta pradera perteneciente al rancho de la familia Sallow. En cada momento de mi vida, Erick había estado presente y el pensar de que había sido arrebatado de mi lado de esa manera tan sanguinaria, me atormentaba en lo mas profundo de mi ser.

Me deje caer en el frío piso de la habitación con los recuerdos invadiendo mi mente.

Los toques en la puerta de madera color negro me sacaron de mis pensamientos. Limpie las lágrimas que nuevamente habían comenzado a caer al ver que la manija de la puerta había sido girada.

Él entró a la habitación sin pudor alguno, con una charola de comida en sus manos.

Me observo con esos fríos ojos azules que carecían de cualquier otro sentimiento. Me miró como si yo estuviera por debajo de él y con pisadas elegantes se acercó a mi, colocó la charola de comida en el pie de cama que estaba a mi lado.

– Come – ordenó con voz gélida.

Lo miré con odio en mi mirada, esperando que pudiera sentir todo el dolor que yo sentía a través de mis ojos. Él sostuvo mi mirada con fiereza, sin apartarla de la mía, sin doblegarse ni por un segundo.




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