La novia de la mafia

5. ¿Sigue vivo?

– Supongo que no hay nada mas que preguntar – susurró el mayor de los hermanos Ivanov viendo a través de la puerta entre abierta, a su segundo hermano quien yacía en el suelo esperando a que la chica postrada en el sillón despertara nuevamente.

– Te lo dije desde el principio Zev – chilló la rubia. – Te dije que debías ser tú el que tomara esa misión, te dije que le dijeras a tu padre que le quitara el cargo a Leander y te lo diera a ti. Te lo dije, porque lo vi en sus ojos, él la miraba como nunca vio a nadie en toda su vida.

– Lo dijiste – asintió el chico. – pero yo no lo creí. No creí que el indiferente Leander Ivanov pudiera sentir compasión por una chica. ¿Sabes cuantas veces le suplique porque dejara de ser tan sanguinario? Él incluso pudo dispararle a una persona cuando solo tenía seis años.

Zev resopló mientras que en sus labios se formaba una mueca triste al recordar aquel tétrico momento de su niñez.

– Vuelve con los demás. Ni se te ocurra abrir la boca April, porque no sabes lo que haría contigo por tal de proteger a mi hermano.

La chica asintió un tanto temerosa. Si bien Leander Ivanov era un tipo descorazonado y frío, el despiadado entre los cuatro hermanos siempre iba a ser Zev Ivanov por la forma tan cruel en la que fue criado a comparación de sus hermanos.

– Sabes que nunca diría nada que pusiera en peligro a Leander.

Zev asintió conforme con la respuesta de la chica.

– Pero, ¿qué es lo que harás para protegerlo cuando tu padre se entere? – inquirió con curiosidad.

Zev sonrió altanero.

– Mi padre no se atrevería hacerle algo a mi hermano, el precio a pagar es muy caro y él lo sabe muy bien.

– ¿Y qué hay de la chica?

Zev la miró con severiedad, notando el resentimiento en la mirada de April.

– Ni se te ocurra hacer ningún movimiento estúpido hacia ella. Yo voy a encargarme, irá devuelta al lugar donde nunca debió irse.

 

 

                                                                                     |… |

 

 

Mis parpados se sentían mas pesados de lo normal. Sentía una extraña sensación de calma dentro de mi, la cual no sabía de donde provenía. Parpadee un par de veces para lograr acostumbrarme a la iluminación. Una vez que mis ojos se acostumbraron y mi vista dejo de ser borrosa, pude observar el lugar donde me encontraba.

El sentimiento de pérdida volvió al caer en cuenta que nada de lo ocurrido había sido un sueño. Erick se había ido, esa era la única verdad.

Intenté levantarme del sillón pero mi cuerpo se sentía mas pesado que lo acostumbrado. Sentía como si todos mis músculos se hubieran contraído y dolían al intentar hacer cualquier movimiento brusco.

Entre quejidos de dolor, logré sentarme en el mullido sillón en el que me encontraba. Me quité la aguja que tenía en mi mano izquierda con lentitud, para evitar que doliera mas de la cuenta. Pase mis manos por mi cara en un intento de acomodar mis cabellos que se encontraban desordenados.

El sentimiento de tristeza aún se mantenía firmemente afianzado contra mi pecho. Ya no tenía las fuerzas necesarias para seguir llorando, era como si ya hubiera vaciado todo el dolor que había en mi interior y ahora solo quedaba el eco de ese sufrimiento.

Miré en dirección hacia la puerta, mi mirada recayó en el hombre que se encontraba en el suelo, con su cabeza apoyado en el sillón, encima de mi vestido.

Sus palabras vinieron a mi mente al verlo. No había sido un sueño. Él me había incitado a seguir con vida y me había dado “palabras de aliento”. Era en estos momentos, en los que quería decir o pensar alguna mala palabra, quisiera maldecir hacia él, pero no podía hacerlo. No podía hacer nada de eso porque me habían criado para ser una dama, no una chica normal.

Solo Yelen. Había dicho, pero, ¿como intentaba ser solo yo en un mundo donde él ya no estaba?

Erick siempre había sido el único para mi. El único el que me apoyaba en todo y él lo había arrebatado de mi lado.

Quité con furia mi vestido que reposaba sobre su cabeza. Ese hombre no se merecía ni una pizca de compasión de mi parte, ni siquiera un agradecimiento por haberme salvado cuando yo no quería su ayuda.

– Yelen – murmuró somnoliento.

– No digas mi nombre – mascullé enfadada.

El chico talló sus ojos para quitar el rastro de sueño en ellos. Fue ahí cuando note el vendaje en su mano izquierda.

– No diré gracias.

Él hizo una mueca para nada feliz por mis palabras.

– No esperaba que lo hicieras.

– ¿Qué ganas con esto? – me atreví a preguntar nuevamente.

– ¿Porque me sigues manteniendo aquí a pesar de que Erick ya no está? ¿Cuál es tu propósito? ¿Qué es lo que obtienes reteniéndome en este lugar? No es como si Erick vaya a venir a buscarme.

Su rostro palideció al escucharme. Como si se hubiera dado cuenta de algo que no había pensado, pero se apresuro a volver a endurecer su rostro para volver a su seriedad natural donde parecía no tener ningún ápice de emociones.

– Vamos corderito, debes quitarte ese vestido – dijo parándose de su lugar en el suelo después de emitir uno que otro quejido al levantarse.

– No lo haré – pronuncié desafiante. – No pienso quitarme este vestido.

– El que tengas el vestido puesto no lo traerá de vuelta – dijo con frialdad en cada palabra pronunciada.

Trague saliva con dificultad al escucharlo pero mi garganta aún se sentía seca. Él pareció notarlo ya que se dirigió a la cocina y trajo un vaso de agua consigo.

– No quiero.

El blanqueo sus ojos en un intento de calmarse.

– Solo toma el agua. No te hace mal recibir agua cuando te la ofrecen.

– Dije que no. Nunca tomaré nada del asesino de Erick – dije con recelo.

– No es el asesino de Erick, es Leander Ivanov – añadió con altivez.

Ivanov. Había escuchado ese apellido con anterioridad pero con mi mente hecha un desastre no podía recordarlo con claridad.




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