La novia de la mafia

7. Las primeras risas

 – Aquí tienes.

Leander dejó la bolsa de papel sobre el pie de la cama, con el rostro aún sonrojado que antes y que si hubiera sido en otras circunstancias, me hubiera soltado a reír.

– Gracias – susurré.

– Traje comida, así que baja después de hacer lo que tengas que hacer con eso – menciono señalando la bolsa que había traído para después marcharse de la habitación aún avergonzado.

Extendí mi mano hasta alcanzar la bolsa de papel. La abrí y sin pensarlo, una sonrisa se formó en mis labios. Habían aproximadamente diez paquetes de toallas sanitarias de distintas marcas y tamaños. Tome una de las cajas color rosa que es de la marca que yo suelo usar, solo para sacar los calcetines que venían de regalo. Estos eran afelpados y de color rosa con un dibujo de lo que parecía ser un par de ojos al estilo angry birds.

Después de colocarme los calcetines y las pantuflas color gris- que eran dos tallas mas grandes que mi número de calzado-, camine escaleras abajo para ir hacia la sala.

Con pasos lentos baje uno a uno los finos escalones de las enormes escaleras color marfil. El primer día que llegue, y los días siguientes a ese, no me tome la tarea de observar todo a mi alrededor con detalle, así que ahora que me encontraba un poco mas tranquila -ya que Erick aún se encontraba con vida-, podía relajarme un poco. Mi cabeza aún daba vueltas conforme al asunto entre las dos familias, tanto los Sallow, como los Ivanov, tenían una disputa que yo desconocía y que suponía que el resto de Rusia tampoco sabían acerca de su enemistad, para mi eso era una incógnita, una incógnita que al escuchar la temblorosa voz de mi madre podía suponer que era algo grande que por azares del destino, nosotras también habíamos quedado envueltas.

Arrastre la silla a lado de Leander. Éste comía con indiferencia, sumido en sus propios pensamientos mientras se llevaba un trozo de sushi a la boca y miraba un punto fijo en la mesa de cristal.

No hice ninguna pregunta al respecto, no éramos tan cercanos como para preguntarle acerca de los pensamientos que invadían su mente, así que decidí comer en absoluto silencio al igual que él mientras que mi mente formulaba cientos de preguntas a las que no podía hallar respuesta alguna.

Termine de comer y me levante de la mesa para consecuente recoger los platos. Leander se levantó después de mi con el teléfono en mano y salió fuera de la casa para contestar la llamada.

Cuando termine de recoger los platos junto con los vasos y llevarlos hacia la cocina, me dispuse a lavarlos en el moderno lavado frente a mi. Ya estaba por anochecer, podía notarlo debido a los cristales de la ventana que me permitían mirar hacia afuera, la única manera en la que podía averiguar la hora era por medio de la salida y la despedida del sol, solamente podía identificar tres tiempos del día, el amanecer, el medio día y la noche, después de ello, no tenía idea alguna acerca de las horas que pasaban, ni siquiera en el día en el que nos encontrábamos, después del dieciocho de marzo – que fue el día de mi boda –; no tenía ni idea cuantos días había pasado encerrada en esta gran casa junto a un completo desconocido.

Leander Ivanov no parecía ser una mala persona, era silencioso y frío, pero no parecía ser alguien peligroso. Después de su confesión acerca de no haber matado a Erick, pude dejar de tratarlo con odio pero manteniendo mi distancia, nunca sabes cuan peligroso puede llegar a ser una persona, menos cuando no lo conocía del todo. Él nunca me había tratado de mala forma, en cambio, era respetuoso conmigo y me trataba con amabilidad, algo insoportable en algunas ocasiones, pero nunca me había faltado al respeto. Era un hombre tranquilo pero eso no lo hacía menos arrogante.

La puerta de la cocina se abrió dejando entrar al dueño de mis repentinos pensamientos quien entró con una bolsa en su mano derecha y un bote de pastillas en la otra.

– ¿Qué es eso? – pregunté vacilante. Leander desvío mi mirada de la suya, girando su rostro hacia la pared.

– Vitaminas.

– ¿Vitaminas? – repetí su respuesta con un claro signo de interrogación en mi rostro.

– La encargada de la farmacia dijo que era necesario si.. si es abundante – balbuceó lo último avergonzado y a pesar de que consideraba a Leander Ivanov como mi enemigo y trataba de resistirme la risa, no pude evitarlo y estalle en carcajadas.

– ¿Qué es tan gracioso? – inquirió con su rostro serio que solo incentivo mi ataque de risa. Agarre mi estómago con ambas manos mientras trataba de controlar mis estruendosas carcajadas.

Leander me miró arqueando las cejas, con una mueca de disgusto en sus rosáceos labios pero con un ligero rubor en sus blancas mejillas.

Carraspee un par de veces para disipar las risas y vuelvo a mi rostro serio que tenía segundos antes de que él se apareciera en la cocina con un bote de vitaminas porque supuestamente estoy en mi periodo.

– No era necesario, pero gracias – respondí con amabilidad.

– También traje esto. No debes de sentirte a gusto usando mi shampoo – dijo con una media sonrisa, dejando la bolsa de plástico sobre la isla de la cocina.

Tome la bolsa entre mis manos, observando los productos de higiene personal y algunos cosméticos en su interior. Era verdad que ya estaba un tanto fastidiada por el hecho de tener que usar el shampoo de Leander que olía a masculinidad pura. Que tuviera que tener impreso en mi piel su característico aroma al shampoo que suele usar no me era muy agradable, era suficiente tener que convivir con Leander las veinticuatro horas del día como para también oler a él.

– Gracias – susurré. Él asintió con la cabeza y salió de la cocina sin decir alguna otra palabra.

No teníamos una relación tan estrecha como para tener grandes conversaciones. A pesar de que ya no lo consideraba mi enemigo, no podía considerarlo un conocido debido a que fue él quien le disparo a Erick atentando con su vida sin una explicación lógica. La familia Ivanov era un misterio y yo solo rogaba por que este martirio llegara a su fin. Quería volver a mi antigua vida, donde despertaba a las siete de la mañana para salir a correr junto a Erick, saludaría a la señora Meldi y a Lenin – hermano menor de la familia Sallow –; quienes nos despedirían con una sonrisa, para después detenernos en alguna cafetería y beber alguna bebida juntos, asistiría a mis clases de repostería, después iría a la academia de música para practicar el piano y finalizaría mi día viendo alguna película en la televisión junto a Katia. Si hubiera sabido que esto pasaría algún día, hubiera atesorado cada momento de mi monótono estilo de vida. Ahora no hago nada mas que comer, dormir y lavar los platos. Ésta monotonía era diferente a la anterior, porque en ésta no estaba mi familia a mi lado. Estaba condenada a cuatro inmensas paredes a mi alrededor que me mantenían prisionera de un hombre que parecía aborrecer a mi prometido y a toda su familia.




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