La novia de la mafia

11. Verdad

 – Realmente eres una torpe – me reprendió Leander hincado a mi lado, con sus manos cubiertas de tierra mientras que se encargaba de plantar las flores de Agapanto en el jardín trasero.

Hace unos minutos Leander había llegado a mi con su semblante aterrado, al parecer el hecho de haber sido perseguidos no le era tan indiferente del todo. Podía notar, bajo de esa inescrutable mascara, un ápice de preocupación por lo sucedido.

– No hace falta que lo digas – respondí, refiriéndome a su anterior comentario.

Leander sonrió. Sus rosáceos labios se extendieron en una armoniosa sonrisa que parecía resplandecer y que provoco que mi corazón comenzara a latir como loco dentro de mi pecho. Definitivamente el encierro empezaba a pasarme factura, ya que parecía estar perdiendo todo sentido de la realidad.

El ambiente era relajado, todo se sentía en calma, ambos estábamos agachados frente la planta de Agapanto que yacía plantada en medio del jardín, si bien la maceta en la que venía había sido rota por mi hace unos minutos atrás, ahora la flor estaba mejor que nunca, porque tendría tierra fértil donde podía crecer aún mas que antes, así que el problema anterior había sido solucionado de una buena manera. Volviendo a lo anterior, la repentina tranquilidad que se sentía en el ambiente no podía significar nada bueno, era como la calma que se presentía antes de que la tormenta se desatara.

Y así sucedió.

Los estruendosos golpes en la puerta nos alertaron a ambos. Leander frunció el ceño en señal de confusión, cruzamos miradas y él se levanto mientras sacudía sus pantalones de vestir y restregaba la tierra que había en sus manos en ellos; yo imite su acción y ambos entramos a la casa.

Leander se acerco hacia la puerta donde los golpes en ésta aún no se detenían mientras que yo lo seguí de cerca debido a la curiosidad.

Al llegar a la puerta, Leander observó en la pantalla de seguridad el responsable de los violentos golpes. Desde donde yo estaba, solo pude observar aproximadamente cinco siluetas detrás de la puerta, pero al parecer Leander si había identificado de quien se trataba ya que su rostro pareció palidecer y sus manos temblaron, me miró angustiado, tragó saliva con dificultad y tomo mis manos entre las suyas.

– Sube a tu habitación y cierra con llave, ni si quiera pienses en salir Yelen.

El miedo me invadió al escucharlo hablar con tanta seriedad y nerviosismo juntos, pero a pesar del miedo en mi sistema, me limité asentir un par de veces, obedeciendo su orden sin dudarlo.

– Si escuchas pasos acercarse a tu habitación, no lo dudes ni un segundo, corre hacia el pasillo de la izquierda y sal por la puerta trasera, llevate a Duquesa y sal de aquí.

Su mirada azulada reflejaba el gran temor que sentía y ese hecho no hacía mas que provocar que el miedo me invadiera en un escalofrío -para nada agradable-; de pies a cabeza. Todo estaba sucediendo tan rápido que no tenía el tiempo necesario para procesar cada uno de sus mandatos.

– Sube.

Y después de esa orden, subí rápidamente las escaleras mientras procesaba lo que estaba sucediendo, todo marcaba que esta no sería una tarde cualquiera y miles de problemas nos estaban esperando justo cuando todo estaba marchando bien.

Cerré con pestillo la puerta una vez estuve dentro, aunque los gritos de abajo no pudieron ser silenciados a pesar de que la puerta ya se encontraba cerrada. Pude distinguir la voz de Leander entre la otra que se escuchaba mas áspera y ronca, por lo que podía escuchar, suponía que estaban teniendo una calurosa discusión, y ante el primer jadeo de dolor de parte de Leander, un repentino impulso me llevo abrir la puerta de manera apresurada, aunque se me había advertido con anterioridad que no debía de hacerlo.

Camine con pasos lentos y cuidadosos hacia las escaleras, con la cabeza gacha y postura encorvada para evitar ser vista por las personas de abajo. Trate de hacer el menor ruido posible al acercarme y por suerte las pantuflas no hacían tanto sonido al contacto con el suelo, lo que me permitía moverme en silencio en el pasillo hasta llegar al inicio de las escaleras, me oculte entre los barandales de ésta donde podía escuchar claramente el motivo principal de la discusión.

– ..Incluso compraste un caballo – la voz de aquel hombre del cual no podía ver su rostro; estaba cargada de sarcasmo y de ira reprimida, el tono de su voz era intimidante y haría temblar a cualquiera por el tono tan cruel con el que hablaba.

El ambiente se sentía pesado y había una extraña presión invadiendo la casa.

– Esto no es un juego de niños Leander y creí que tú entendías esto mejor que tus hermanos, por eso eres tú el que hace este tipo de trabajos, porque nunca has fallado ni una vez, ¿pero, qué fue lo que hice mal en esta ocasión? – el hombre soltó una risa cínica que retumbo por todo el lugar – te puse en bandeja de plata tu mayor tentación, si hubiera sabido que caerías por esa chica, los planes pudieron ser otros desde un principio.

– No metas a Yelen en esto – siseó Leander y ante su comentario, un fuerte golpe fue propinado en su abdomen, lo que lo hizo encorvarse debido al dolor y a mi cerrar los ojos ante tal escena que estaba presenciado.

– Por supuesto – masculló el hombre con mofa. – Defiende a esa tonta chica todo lo que quieras, pero hoy voy a completar la tarea que tú no terminaste. Todo Moscú se esta incendiando en un infierno y ustedes parecen estar disfrutando su luna de miel. Solo te dije que hicieras una cosa Leander, solo una, debías de dispararle a la chica y todo esto era un drama innecesario.

Un jadeo se escapo de mis labios al escucharlo, llamando rápidamente la atención de los presentes en la sala, los cuales no tardaron en recaer en mi presencia.

Sus miradas fueron intimidantes, habían cuatro hombres con vestiduras negras y rostros endurecidos y amenazadores, el hombre número cinco pude reconocerlo al instante, sería una tonta si no recordara esa penetrable y fría mirada de Sergei Ivanov, éste me miraba con recelo, con su postura pulcra y elegante al igual que la de Leander, su mirada era desafiante y tenía una sonrisa para nada amigable en su rostro, a su lado, había una mujer hermosa de unos cincuenta años por lo menos, no había arrugas en su rostro pero sus ojos se marcaban cansados, aunque su postura fuera firme, vestía un vestido simple de color rojo y de sus hombros colgaba una gabardina de leopardo.




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