La novia de la mafia

16. ¿Sabes como los príncipes derrotan a un rey?

Todo a mi alrededor era oscuridad.

Lo único que podía ver a través de la desgastada tela negra que cubría mis ojos, era un cuarto vacío y húmedo donde solo el ruido de una gota cayendo contra el frío piso era lo único que podía escucharse en la lejanía, junto con una respiración entrecortada a mi lado.

Erick. Pensé.

– ¿Erick? –. Mi voz salió rasposa y extraña debido a la sequedad de mi garganta.

– Estoy aquí – murmuró con voz ronca. No nos habían cubierto la boca, solo habían vendado nuestros ojos y atado nuestras manos detrás de nuestras espaldas en una incomoda posición en la silla.

Después de comprobar que Erick estaba a mi lado, no volvimos hablar entre nosotros. El frío era insoportable aquí dentro, pero a pesar de ello, podía sentir el recorrido de una gota de sudor que se resbalaba por mi frente debido al pánico que sentía al estar tan indefensa; estaba asustada, era obvio que lo estaría. Estaba atada, en una habitación a oscuras, y solo podía sentir el abrazo del miedo a mis espaldas como un susurro en el viento, provocando que mis vellos se erizaran. Quería llorar, pero ya lo había hecho lo suficiente como para volver a derramar mas lágrimas.

El sentimiento de no poder ver absolutamente nada, me estremecía, y provocaba que todos mis sentidos se mantuvieran alertar, en la espera de cualquier cosa que sucediera. Me removí en la silla, sintiendo el frío del metal de la silla a mis espaldas, debido a que mi blusa se había levantado ligeramente. Mis muñecas rozaban contra las cuerdas que me ataban y eso hacía que doliera aún mas, las habían atado de tal forma que incluso el mas mínimo movimiento hacía que mi piel ardiera en sobremanera.

– No tengas miedo.

El susurro de Erick se oía muy lejano, a pesar de tenerlo tan cerca.

– No lo tengo – mentí. Pero una parte de esa mentira parecía ser cierta. No tenía miedo, porque creía que alguien vendría a mi rescate.

El chirriante sonido de una puerta siendo arrastrada al abrirse, fue lo que logró captar mi atención, e instintivamente miré hacia el lugar donde provenía el ruido aunque no fuera capaz de ver nada.

Pude escuchar unos pasos acercarse a nosotros. Espontáneos, pero imponentes. Cada paso que daba, era como si el aire se cortara a nuestro alrededor, su acercamiento silencioso provocaba que todo mi cuerpo temblara y que las manos me empezaran a sudar por la desesperación que me causaba, acompañados por los latidos desenfrenados de mi corazón contra mi pecho ante el temor de desconocer quien estaba frente a nosotros.

– Nos vemos de nuevo, chica Zatova.

La voz ronca del padre de Leander retumbó en mis oídos, haciéndome recordar la noche anterior donde apareció en nuestra puerta, y con él, todos nuestros problemas comenzaron a llegar uno a uno. Pero esta vez no podría escapar, en esta ocasión no estaba Leander para decirme que corra, ni Zev para ayudarnos a escapar de las garras de Sergei Ivanov.

Trague saliva con dificultad y esa acción pudo ser escuchada por los presentes debido al silencio que había a nuestro alrededor.

– Descubrí algo interesante hace algunos días, no, mas bien, quise darles la ventaja de pensar que podían jugar con nosotros. Desde un principio, supe que no fuiste tú chico Sallow, si no tu pequeño y tonto hermano.

Pude sentir a Erick tensarse ante sus palabras que salían con tanto cinismo que su ironía podía ser incluso palpable. Él estaba jugando con nosotros, nunca se había creído el hecho de que la chica murió por causa de Erick, siempre supo que fue Lenin quien lo hizo, pero aún así quería demostrar ese poder del que tanto se vanagloriaba.

– Pero aún sabiendo eso, tenía el plan perfecto trazado. Tú sufrirías, luego tú hermano lo haría por causa de tu muerte, y luego tu madre por la muerte del hijo predilecto, sin embargo los hijos son los problemas de todo padre, Leander cayó por una chica, y eso nos trajo a esto.

Su mano tocó mi barbilla y subió lenta y tortuosamente hacia la venda que cubrían mis ojos, para por consecuente bajarla de un jalón brusco.

– Hoy no solo ustedes aprenderán la lección, mi hijo también lo hará – susurró en mi oído.

Como pude aparte mi cabeza de su lado con molestia, mirándolo directamente a los ojos con claro resentimiento. Sus ojos azules mostraban aquellas flamas azuladas que serpenteaban con ira en ellos. No había ni un ápice de bondad en él, ni siquiera de humanidad. Estaba sumido en esa oscuridad que la mayoría de la humanidad formaba parte, aquella oscuridad que alberga sus propios demonios y lo que éste hombre frente a mi tenía: era la soberbia que le aportaba esa corona invisible que porta sobre su cabeza. Sergei era un rey, un rey que buscaba mantener su dinastía y nunca ser vencido.

Sergei Ivanov nos sonrió con suficiencia, como si él estuviera al control de todo y fuera aquel rey que hacía lo mejor para su pueblo, pero él no lo era, y nunca lo sería, porque el matarnos en este lúgubre lugar solo demostraba lo que verdaderamente era, un simple señor de la mafia, un criminal, un hombre sin escrúpulos que obtiene su victoria a través de alimañas que emplea en la oscuridad, como ésta, matar a dos jóvenes por un asesinato en el que ninguno tuvo cabida.

– ¿No cree que esta es una acción irracional? ¿Matarnos en las sombras de que le servirá?

Él me miró con desdén. La sonrisa desapareció de su rostro, él no pensaba que yo fuera a dirigir le la palabra como el ratón asustadizo que era, o mas bien dicho, el cordero como ellos me habían designado.

– Los Ivanov tendremos justicia. Mataron a uno de los nuestros, así que nosotros mataremos a dos de los suyos. Tu madre recibirá gustosa el regalo que le tengo, sobre todo cuando ella intercambio a uno de sus hijos por el otro.

Erick apretó sus dientes con fuerza, cuidando de no decir alguna palabra debido a la situación en la que nos encontrábamos. A pesar de la furia que sentía, el temor seguía recorriendo su cuerpo, advirtiéndole que no dijera ni una palabra que fuera capaz de ponernos en desventaja, aunque no hubiera ni una sola oportunidad para escapar de esta situación. No podíamos hacer nada mas que esperar, esperar a que alguien viniera en nuestra ayuda, y quizá ese alguien ya venía en camino.




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