Él iba a perder.
– Vamos Zev. Mantén la calma. Respira profundo y controla esas putas ganas que tienes de entrar al cuadrilátero.
Las palabras de Alexander no eran tan alentadoras en estos momentos. No cuando sentía que mi sangre hervía sin control alguno y la ira que sentía comenzaba a cegarme.
Iba a derribar ese maldito cuadrilátero y destrozar a cada uno que estuvo de acuerdo con este maldito voto.
– Zev, por favor. No entres, será peor para Yerik.
Era fácil para él decirlo. Era demasiado fácil pedirme que me mantuviera quieto en mi lugar, cuando era obvio que no podía hacerlo, no cuando estaba viendo como golpean sin compasión a mi hermano menor frente a mis ojos, cuando ese hijo de puta de Garald me sonría con suficiencia mientras volvía asestarle un golpe a Yerik justó en las costillas, haciendo que éste escupiera sangre.
Cuando la pelea comenzó sabía que esto no iría para nada bien. Yerik era fuerte, claro que lo era, fue mi padre el que se encargo de entrenarnos personalmente, pero sabía que él no podría vencer a un demonio como Garald. Él era incluso peor que cualquiera de nosotros, y el recuerdo de aquel día me dejaba en claro que incluso los mas inocentes son corrompidos por lo podrido que está esta vida.
Yerik intentó defenderse, pero no pudo contra la fuerza de Garald y eso lo puso en desventaja desde el comienzo.
– Yo tuve compasión de Edik – respondí entre dientes. Los había apretado tanto que incluso sentía el rechinar de ellos con cada palabra que salía de mis labios.
– Tal vez no debiste tenerlo.
– Ya no lo tendré.
Apreté con mas fuerza mis manos hechas puños, enterrando mis uñas con fuerza sobre las palmas para que esta ira fuera controlada. Para no perder el control. Para no ser lo que ellos me habían convertido.
No aún. No hasta que tuviera a Garald Ivanov frente a mi.
La pelea dio por terminada. Con el resultado mas que claro. Garald había ganado, Yerik había perdido.
Todo a mi alrededor se volvió borroso, casi imperceptible. Tenía la mirada fija en él. En Garald, el que había dejado a Yerik en ese estado, con la sangre escurriéndose de sus labios mientras que jadeaba por el agotamiento de la pelea y el dolor de sus heridas.
Escuché voces a mi alrededor. La voz de mi madre diciéndole a Yerik como se sentía mientras ordenaba que atendieran sus heridas con desespero, así como la voz de Leander y Alexander a mis espaldas rogando porque mantuviera el control.
¿Mantener el control? ¿Contra monstruos como él? Era una broma de mal gusto. La vida que vivíamos era una maldita broma de mal gusto.
Ignore las voces que me pedían que me detuviera y entré de un salto al cuadrilátero.
– Aún te queda una pelea para que puedas llegar hacia mi Zev – canturreó burlón, quitándose las vendas ensangrentadas por la sangre de Yerik en sus puños.
Estaba a punto de perder la cabeza.
– Y eso me importa una mierda.
Mi puño impactó con fuerza hacia su asquerosa cara, haciéndolo retroceder desorientado, no le di el tiempo necesario para recomponerse, en cambio, lo ataque nuevamente, esta vez mi puño impactó en su abdomen y seguido de él mi rodilla fue a dar en el mismo lugar, haciéndolo escupir sangre mientras trataba desesperadamente de recuperar el aire. Su mirada se encontraba desorbitada por los golpes contundentes, su respirar era desequilibrado y su intento de recuperar su aliento hacía que de su boca salieran sonidos desesperantes.
La multitud se había quedado en absoluto silencio. Sabían lo que haría. Estaban esperándolo. Estaban ansiosos por ver el espectáculo.
Garald cayó de rodillas frente a mí, justo como Edik lo había hecho hace unos minutos. Sostuvo con fuerza la tela de mi pantalón mientras luchaba por mantenerse consciente y recuperar su fuerza, pero no iba a permitírselo. Jale de sus cabellos hacia atrás, haciendo que me mirara a la cara y escuchara a la perfección lo que tenía que decirle.
– Deberías rogar por perdón Garald. Por hoy, y por aquel día de noviembre.
Esta vez no fue mi puño el que impacto contra su cara, si no que se retorció del dolor con un cabezazo que propine en su frente, haciéndolo sangrar y revolcarse en el cuadrilátero con sus manos sosteniendo su frente mientras daba vueltas por todo el suelo.
– ¡Zev! ¡Detente! ¡No era tu turno, maldita sea! No puedes saltarte las reglas. No puedes ser nombrado líder si no sigues las jodidas reglas.
– ¿Pero era esto lo que querían, no es así? – me giré hacia Frederick. Lo vi retroceder por un momento al ver la mirada que tenía en mi rostro, pero recupero su compostura al instante.
– Querían seguir al líder mas fuerte ¿y, acaso no es eso lo que soy?
Garald seguía chillando de dolor en el suelo. Y después de aquel fúnebre silencio, las ovaciones se incrementaron en un instante.
Todos gritaban en conjunto mi nombre.
Ellos me habían nombrado su rey, desde mucho antes de que esto comenzara, y podía sentirlo. Podía sentir aquella satisfacción recorrer cada esquina de mi cuerpo sin pasar por alto ningún otro lugar. Sentía aquella oscuridad que comenzaba a consumirme, quemar mi piel y hundir mis antiguos pensamientos.
Estaba comenzando a ser devorado.
Yelen.
El aire era tenso. Casi asfixiante.
Lo único que podía escucharse claramente era el sonido que producía Zev con su golpeteo constante de su pierna izquierda sobre el blanco azulejo del hospital, junto con su erradica respiración. No hacía falta tratar de comprender lo que Zev estaba pensando, porque cuando las emociones lo consumen, él realmente es un papel en blanco.
En cuanto a Leander, las cosas eran muy diferentes. Se había mantenido sereno cuando la pelea comenzó, pero su rostro pacífico había comenzado a desfigurarse cuando Frederick Ivanov no había tenido intenciones de terminar la pelea cuando estaba mas que claro quien era el ganador, pero aún así se mantenía en calma y trato de tranquilizar de la misma manera a su hermano mayor, aunque era mas que obvio que no lograría hacerlo, Zev realmente era difícil de controlar en situaciones que involucren a sus hermanos.
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Editado: 21.04.2022