Mis pies descalzos sobre la cálida arena del mar provocaba un cosquilleo en la planta de mis pies. El olor a agua salada inundaba mis fosas nasales y todo era tan acogedor, tan tranquilizante, que no podía detener esa sonrisa que se extendía en mi rostro.
Era como si nada mas importara.
Como si nuestros problemas hubieran desaparecido de un día a otro y un nuevo comienzo comenzaba a alzarse frente a nosotros, tal y como aquel sol que comenzaba a asomarse como si estuviera emergiendo del mar, cuando claramente no era así.
El cielo se había tornado de distintas tonalidades, todas de colores cálidos y vividos.
La mano de Leander entrelazada a la mía era lo que me hacía sentir aún mas la calidez del momento. Era volver a sentir el roce de esas manos recorrer cada esquina de mi cuerpo y saborear incluso mi alma.
Había decidido entregarle todo lo que soy a él.
–La comida ya esta lista.
Leander me guió entre la arena del mar, hasta llegar al pequeño kiosko que había construido con madera y adornado con listones blancos que se balanceaban de un lugar a otro debido al viento que soplaba con fuerza tan temprano en la mañana.
Habían dos pequeños cojines en forma de circulo de color azul celeste a lado de una pequeña mesa de madera en el centro, la cual tenía nuestros desayunos en ella.
Esta era la cena que íbamos a tener la noche anterior. Leander había preparado esto para mi. Había decorado un pequeño kiosko cerca de la playa y había preparado nuevamente la comida después de nuestra primera noche juntos.
Le sonreí tímida al ver su mirada clavada en la mía. Sus ojos azules mirándome con mas intensidad que antes. Era simplemente demasiado para mi el tener que sostener esa mirada sin sonrojarme por lo sucedido la noche anterior. Aún podía sentir sus manos recorriendo cada parte de mi cuerpo y mis mejillas se coloreaban al imaginarme aquel suceso tan vivido.
El desayuno era simple, nada tan extravagante, solo era syrniki con rodajas de fresa y jugo de naranja.
Deguste el platillo de manera lenta, sintiendo el queso cosquillear en mi paladar, para después dar un sorbo del jugo.
– Si sigues mirándome, harás un hueco en mi rostro – solté sin pensarlo.
Leander rió ante mi comentario.
Era la primera vez que escuchaba aquella ronca pero risueña risa salir de sus finos labios. Una mezcla de sonidos agradables, junto con una expresión cálida en su rostro.
En estos días a su lado, había notado cada una de las facetas de Leander. Aquellas máscaras pasadas habían dejado de aparecer, había olvidado por completo como se veía aquella oscura mirada en su rostro de aquel día que me saco del altar el día de mi boda. Aquel momento no era mas que un vistazo borroso al pasado. Ahora, Leander parecía una persona completamente diferente, sonreía con regularidad y cuando esa dulce mirada se posaba en la mía, podía jurar que nada malo pasaría, que nada podía borrar aquel brillo en su mirada, que él siempre tendría esa expresión de calidez en su rostro, sentía que todo estaría bien si estábamos juntos.
– No creo que mirarte por mucho tiempo te haga un hueco en el rostro. Lo he hecho tantas veces que ni siquiera recuerdo cuantas fueron las veces en las que me perdí en esos ojos color caramelo.
Podía jurar que mis orejas habían enrojecido ante su comentario, pero trate de ocultarlo removiéndome nerviosa en mi lugar. Continué comiendo en pequeñas bocanadas, hasta que finalmente termine el Syrniki de mi plato. Leander también había terminado y como si tuviera prisa por irse, él me ayudo a levantarme sosteniendo mi mano con la suya, quedando ambos frente a frente. Aún me sentía avergonzada por tenerlo tan cerca, pero trataba de disimular el nerviosismo en mi sistema.
Leander lucía nervioso, sus dedos temblaban ligeramente sobre los míos y lo oía exhalar ligeros suspiros cada cinco segundos.
Mis ojos no se habían apartado de los suyos. No podía hacerlo. Es como si existiera un magnetismo que se encargaba de siempre unir nuestras miradas.
Mi corazón comenzó a bombear sangre mas rápido que antes, me había contagiado sus nervios y ahora solamente quería escuchar lo que tuviera que decirme. Él hacia ademán por querer decir algo, pero su indecisión se veía claramente en aquellos orbes azulados que escaneaban nerviosamente cada parte de mi rostro.
– Tal vez sea repentino. Pero espero que aceptes esto – soltó de repente.
Nuestras miradas volvieron a conectarse la una con la otra.
– Tal vez sea muy apresurado, pero no quiero dejar que los minutos sigan pasado cuando quiero pasar cada uno de ellos contigo.
De reojo lo vi sacar algo de su gabardina color marrón y colocarla suavemente en mi mano derecha.
Baje la mirada lentamente, como si los minutos en el tiempo se hubiesen congelado y todo a mi alrededor pareciese incierto. Mis manos temblaron al ver lo que sostenía una de ellas.
Era una sortija.
Un anillo de oro, de forma redonda y con unas letras grabadas en su interior.
Lo miré estupefacta. Mi garganta se había secado y no podía decir ni una palabra. Mi estomago parecía querer regurgitar lo que había comido hace unos segundos y mi mente se había quedado como una hoja en blanco, donde solo podía escribirse su nombre. Solo él. Solo Leander.
¿Es demasiado apresurado?
Realmente no me importaba.
Las preguntas que se formaban en mi cabeza simplemente no importaban, había dejado de escuchar las voces en mi cabeza que me decían que no era lo correcto, que realmente iba a arrepentirme de escoger este camino mas tarde, pero yo quería creer, quería creer en aquel azul brillante de su mirada.
Quería amarlo. Amarlo tanto, aunque después pudiera arrepentirme de ello.
– Así que oficialmente te has convertido en la novia de la familia.
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Editado: 21.04.2022