Capítulo 7 – La Reina Vendada
La mujer surgida del bosque era como una herida abierta en el tiempo. Su andar no hacía ruido. Su piel, oculta tras vendas antiguas, parecía emitir un susurro que obligaba a callar a la misma naturaleza.
El cuervo blanco voló en círculos sobre su cabeza. En sus manos, la corona oxidada palpitaba como un corazón dormido.
Serelis retrocedió. La presencia de esa reina oculta le helaba la sangre.
—¿Quién… es ella? —susurró, apenas audible.
La Novia se mantuvo firme. Por primera vez, su voz tembló.
—Es Meiran, la primera reina del Bosque de Rosas Negras. La que fue sellada por su propia ambición. Yo la traicioné… para detener el fin del mundo.
Meiran se detuvo a pocos pasos de ellas. Su voz era un eco en las profundidades del alma:
—Flor sin raíces… ¿Te creíste eterna, Novia?
La Novia no respondió.
—Tomaste mi trono, mi poder, mi alma. Me cortaste de la historia. Pero ahora… he regresado por lo que me pertenece.
El silencio se quebró. La corona cayó a tierra con un sonido metálico que sacudió el bosque. Las rosas negras comenzaron a marchitarse alrededor de ellas.
Serelis sintió que algo la empujaba hacia delante. El hilo carmesí en su dedo brillaba, tenso, tirando hacia la corona como si fuera un faro.
—No te acerques —advirtió la Novia, con voz afilada.
—¿Por qué…? —preguntó Serelis—. ¿No es esto lo que dijiste que debía elegir?
—Ella no te quiere como reina. Te quiere como recipiente.
Meiran extendió una mano.
—Tu alma es virgen. Tu linaje, perfecto. Serás mi carne nueva. Mi regreso.
Serelis dio un paso atrás, pero el hilo carmesí la envolvió. Se alzó por el aire, como controlado por una voluntad mayor, y envolvió su cuerpo en espirales rojas.
—¡Suéltala! —gritó la Novia, desatando un látigo de espinas negras que cortó el aire.
Meiran alzó una mano. El golpe fue desviado como si no existiera.
La Novia corrió, se interpuso, y cortó el hilo con sus dientes ensangrentados.
El lazo se rompió. El cuerpo de Serelis cayó en sus brazos, débil, pero consciente.
—¿Por qué… me salvaste?
La Novia la miró. Por primera vez, sus ojos no brillaban con malicia, sino con angustia.
—Porque esta vez… no quiero perder lo que aún no tengo.
Meiran se desvaneció entre la niebla.
Pero la corona permaneció en el suelo. Y ahora… brillaba con un nuevo resplandor.
Una elección se aproximaba.
Una que pondría a prueba el corazón de ambas.
¿Listos para el Capítulo 8?