El amanecer no llegó.
El cielo permaneció encapotado, con nubes de un gris enfermizo. El Bosque de Rosas Negras parecía haberse detenido, como si el tiempo mismo contuviera el aliento.
Serelis se encontraba frente a un espejo de agua roja. No reflejaba su imagen, sino la de Meiran, envuelta en vendas y coronas, observándola con una sonrisa rota.
—El bosque está vivo por mi voluntad —susurró la voz desde el agua—. ¿Crees que puedes robarme la historia con la ayuda de un fantasma arrepentido?
—No quiero tu historia —respondió Serelis, firme—. Solo quiero proteger la mía.
La imagen de Meiran se quebró como un cristal.
En lo profundo del bosque, la Novia tallaba marcas en un círculo antiguo hecho de espinas y huesos. Era un ritual prohibido. Un sello de contención.
—Esto solo me dará tiempo… —murmuró.
Serelis llegó junto a ella. No preguntó qué hacía. Solo se arrodilló y ofreció su sangre.
—Si el precio es mi voluntad, lo pagaré.
La Novia la miró con una mezcla de temor y respeto.
—¿Por qué eres así? ¿Por qué no huyes?
—Porque tú tampoco lo hiciste cuando debiste destruirme.
Las espinas se cerraron. El sello se activó. Una columna de luz negra ascendió al cielo y el bosque tembló.
Por un segundo, la voz de Meiran rugió en todas direcciones:
—¡¿Creen que pueden sellar una maldición con esperanza?! ¡Las flores se marchitan, pero las raíces son eternas!
El cielo se abrió.
Y del cielo… cayó una lluvia de pétalos negros.
Uno se posó sobre el hombro de Serelis. Otro, en el pecho de la Novia.
—Lo logramos… por ahora —dijo la Novia, con un hilo de voz.
—No es suficiente, ¿verdad?
—No. Pero ganamos una noche más. Un suspiro más.
Serelis se volvió hacia ella. Y esta vez, fue ella quien tomó su mano.
—Entonces no lo desperdiciemos.
Y así, bajo el cielo sin sol, en un bosque que lloraba pétalos, dos almas se preparaban para desafiar lo imposible.
Porque si la historia pedía sangre…
…ellas escribirían una nueva con cada latido.
¿Continuamos con el Capítulo 10?