La novia del hombre de hielo

Capítulo 2

En el coche vamos cinco personas. Adelante, el conductor y mi papá. Atrás, dos tipos enormes, y en medio, yo. Ellos son tan anchos que estoy apretada y apenas puedo moverme.

—¿También tus gorilas me llevarán al altar? —le susurro a mi padre.

—Cuidado, esos gorilas pueden ofenderse —me mira de reojo.

Siento cómo el que está a mi derecha clava su codo en mis costillas, mostrando desagrado por mis palabras.

—¿Y qué me van a hacer, golpearme? —me río con sarcasmo.

Actúo de manera despreocupada, aunque en realidad estoy un poco nerviosa. Temo imaginar qué pueda pasar después.

Papá vuelve a mirarme.

—Dina, tus trucos no cambiarán nada. Tu matrimonio con Igor no se discute.

—Solo hay un detalle: nadie me ha preguntado a mí —me enfurezco y empujo a los gigantes. Ellos me lanzan una mirada, pero no hacen nada. Seguramente tienen prohibido tocarme. Idiotas. —¿Realmente esto es necesario? ¿Acaso Igor quiere una esposa que no quiera vivir con él?

No entiendo todo este alboroto.

—Hablaremos en casa. Te lo explicaré todo.

Papá se da la vuelta y me sorprendo, porque ayer no quiso explicar nada. Solo impuso los hechos. Tal vez no esperaba tal resistencia. Quizás pensó que me conformaría con el destino. Pero no soy así. Mi abuela siempre dijo que me parezco a mamá, y no voy a aceptar que arruinen mi vida.

—Espero ansiosa escuchar tus argumentos —murmuro.

Papá ya no responde y permanecemos en silencio el resto del camino. Espero que me lo explique todo, porque no entiendo cómo puede forzarme a casarme. Si mamá viera esto, moriría por segunda vez.

Y él la amaba, lo sé. Aunque a mi abuela no le caía bien, siempre decía que tenían un amor loco. En ese entonces, papá no era tan rico y supongo que su carácter también era más afable. Pero el destino no les permitió vivir mucho tiempo juntos y felices. Mamá murió cuando yo tenía dos años; simplemente se durmió y no despertó. Papá me llevó con mi abuela por un tiempo, que resultó ser para siempre. Con el tiempo, parecía haber olvidado mi existencia. O quizás solo quería evitar que yo le recordara a su esposa fallecida.

Se casó de nuevo, con Margo, quien le dio una hija, Lara. Una nueva esposa querida, otra hija adorable.

Y cuando hace seis meses apareció en la puerta de la casa de mi abuela, donde yo ya vivía sola, la sorpresa fue inmensa. Me alegré de tener familia otra vez, pero ahora entiendo que me alegré demasiado pronto.

Al llegar a casa, papá me lleva directo a su despacho. Los gorilas se quedan en el salón. ¿Mi seguridad? Esto ya va en serio, significa que no tienen intención de dejarme ir.

El despacho es amplio y con tonos oscuros. Casi toda una pared está cubierta de estanterías con libros. Papá ama leer y yo también. Solía venir aquí a menudo, a buscar algo interesante.

—Siéntate, no hagas pie de plomo —dice papá, señalando un sillón suave junto a una mesa de vidrio.

—Prefiero estar de pie —me niego obstinada y quiero mostrar lo disgustada que estoy.

—Como quieras —sonríe, rodea su escritorio y se acomoda en un sillón de cuero negro, con un respaldo ancho. Seguro que es muy cómodo. —La conversación será larga.

Sus palabras me intrigaron. No tengo ni idea de qué puede decir para justificar su acción. Debe de haber ocurrido algo muy grave y definitivo, para obligar a su hija a casarse con casi un desconocido. Ni siquiera he hablado con Igor.

Cambiando de postura, decido escuchar y me siento en el lugar indicado.

—Yarik y yo éramos amigos desde la juventud —suspira profundamente y cierra los ojos, recordando el pasado. —Lamentablemente, no llegaste a conocerlo, falleció hace más de medio año. Pero era una buena persona, amable y cálida. No sé en qué se convirtió Igor, es todo lo contrario.

—No entiendo, ¿para qué necesito escuchar sobre el padre de Igor? —me enfado, quiero respuestas inmediatas.

—Porque es por él y por mí que te encuentras en esta situación —papá fija en mí una mirada penetrante. Cuando mira así, parece que te ve por completo, pero no es así. Ni siquiera me conoce. —Hace unos veinte años éramos inseparables. Amistades familiares, nos ayudábamos en el trabajo.

—Qué interesante, entonces ya tenías una nueva esposa bonita —bufé y crucé los brazos.

No me gusta escuchar cosas así, porque en ese entonces yo vivía solo con mi abuela, sin entender que mi familia ya no existía.

—¿Quieres saber la razón? ¿O prefieres que te mande al desván sin explicaciones? —papá frunce el ceño, molesto porque lo interrumpo. —Solo lo diré una vez, no repetiré.

Lo miro en silencio, ni parpadeo. De acuerdo, no diré más.

—En ese entonces no éramos empresarios exitosos —continúa, rodando los ojos y agitando la mano. —Yarik acababa de abrir su primer café, tomando dinero prestado. Yo tenía una pequeña tienda de tecnología, más usada que nueva. Éramos jóvenes y ambiciosos —sonríe soñadoramente al recordar el pasado, y mi lengua me pica por traerlo a la realidad y que diga lo que quiero saber. —La vida era difícil, empezar desde cero. Nadie ayudaba.

Se detiene, me mira, y yo a él.

—¿Y qué tengo que ver yo con eso? —no aguanto más.

Parece que intencionalmente se toma su tiempo, quiere irritarme aun más.

—Tú no tenías nada que ver —frunce el ceño—. No eras tú quien debía casarse con Igor, sino Lara.

—Entonces es verdad —abro los ojos de sorpresa—. Evgeny me dijo que se preparaba una boda para Lara. No entiendo, ¿por qué terminé yo en su lugar?

—Porque Lara se escapó al convento —dice con un tono que sugiere que no soy muy lista—. Sabes que nuestra Lara decidió dedicarse a la vida religiosa.

Papá frunce el ceño, no le gusta nada la situación con mi hermana.

—No nuestra, tuya —lo corrijo—. Ni siquiera la conozco.

—Sea como sea, es tu hermana —dice en tono seco, hace una pausa y luego continúa—. Cuando ella nació, Yarik y yo celebramos durante varios días. No lo voy a esconder, nos emborrachamos como demonios, y cuando nos recuperamos un poco, se nos ocurrió una gran idea. Eso pensamos entonces —ríe amargamente y aparta la mirada—. Decidimos firmar un acuerdo de que nuestros hijos debían casarse. Para unir así nuestras familias, digamos. Un notario redactó los documentos y los firmamos. Cada uno guardó una copia. Con el tiempo, olvidamos el acuerdo y solo cuando Yarik murió, revisando sus documentos, lo encontramos de nuevo.




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